domingo, 19 de diciembre de 2010

Pájaros en la cabeza.

Esta mañana me ha dado por mirar por la ventana. Lo cierto es que Arte no era muy interesante. Me he pasado media hora boquiabierta. La niebla cubría las calles con su manto cegador. Me ha recordado a aquel intercambio a Inglaterra, el no ver nada por la ventana al levantarme... Sólo faltaba la nieve por la que caí unas diez veces en la misma calle y la risa de mi compañera inglesa que se reía de mí, con razón. Soy un poco patosa, la verdad sea dicha, pero aunque luego tuviera moratones por todos lados, yo también me reí y disfruté como una enana.

El caso, que esta mañana he pensado en ese viaje, en que quiero ir a Londres, en que quiero volver a volar en avión. Y eso ha derivado a otros pensamientos. Como que también quiero volver a París, que quiero subir a la Torre Eiffel de nuevo, con aquellas impresionantes vistas, con aquellas maravillosas personas que me acompañaban, con aquellos sueños todavía vivos.

Y, de repente, mis ojos se han posado en unos pajarillos que se bañaban en un charco formado la noche anterior por la lluvia. Batían sus alas y giraban sus diminutos cuerpecillos para mojarlos en el agua. Parecían niños jugando a echarse gotas unos a otros.

¿Qué pensarán los pájaros? Seguramente han visto las cosas más bonitas, han visitado los lugares más hermosos, han visto las puestas de sol desde posiciones provilegiadas. ¿Qué pensarán los pájaros? ¿Sabrán que son los más afortunados de todos los seres vivos? Yo también quiero tener alas, volar hacia donde me lleve el viento, bañarme en charcos. Y, todo sea dicho, cagarme en los hombros de la gente sin tener que dar explicaciones.

Yo sería un pájaro molón.

¿Cómo pretendes que siga estudiando con esos pájaros en la cabeza?

¡¡Qué bonitos, leches!!

Protégeme, protégeme...

Hay deseos inconfesables, ideas que no deberían pasearse por nuestra mente, sueños enrevesados que nuestro subconsciente debería tener prohibido crear.

El problema es que cuanto más inalcanzable sea, más lo deseamos, más nos frustramos en nuestro avance, y menos importante parece todo lo demás. Si soñamos con llevar a la chica de nuestros sueños en nuestro coche cutre, no nos contentaremos con un Ferrari. Nos falta lo más importante: la chica. Y precisamente eso no se puede comprar, no si deseamos algo sincero. ¡Qué irónico! Aquello que deseamos casi nunca depende sólo de nosotros.

¿No depende tu amor de otra persona? ¿No dependen tus ansias de premios del jurado? ¿No dependen tus experiencias de lo que la vida te ofrezca?

Y parece lo más normal del mundo, todos tenemos sueños, esperanzas, anhelos. Pero no hablo de eso. Yo hablo de algo más profundo, más oscuro. Hablo de cosas que no dirías a nadie, por la vergüenza que te produciría, por el miedo a las reacciones de los demás, o simplemente porque podrías ir a la cárcel (sin pasar por la casilla de Salida, como en el Monopoly).

Hablo de esos deseos irrealizables que dependen de otras personas y que nunca se cumplirán porque nunca nos atreveremos a confesarlos.

Y si no puedo conseguirlos, si no tengo el valor suficiente como para contártelos, si me faltan las agallas para enfrentarme a ellos, por Dios, córtalos de raíz. Haz que se esfumen. Protégeme de ellos, protégeme de mis deseos, protégeme de lo que quiero...

Esos deseos son como una pompa de jabón. Conforme la anhelamos, vamos soplando más y más, haciendo que se hinche. Y cuanto más grande se hace, menos felices somos. Sólo pido que venga alguien y la explote, antes de que lo haga ella.


Protect me from what I want
protect me from what I want
protect me from what I want
protège moi, protège moi
protége moi, protège moi...


http://www.youtube.com/watch?v=g0b3ctpZcFM&feature=related

viernes, 17 de diciembre de 2010

Helado.


Sé que te vas.
Y... ¿sabes?
Sólo quiero tirarme en el sofá
con una manta y una buena tarrina de helado,
poner en la tele algún programa chorra
o alguna película romanticona
y quedarme allí, regocijándome en mi pena
...porque te echo de menos.



PDT: tengo el sofá, la tele, la manta y... oh, mierda, estoy mala, no puedo comer helado. Con la buena pinta que tiene...

domingo, 12 de diciembre de 2010

El día Neutro.

Para los adolescentes, hay un día a la semana que no existe. El calendario y los adultos lo llaman "Domingo".

Cuando eres pequeño, sueles pasar la mañana del Domingo en el parque, al sol, correteando de aquí para allá. Puede que comas en casa de los abuelos, que te compren chucherías, que pases la tarde jugando con tus juguetes preferidos. Cuando eres un mengajo, el séptimo día de la semana es tu preferido.

Sin embargo, creces e irremediablemente llegas a la pubertad, a la adolescencia. Hay una revolución en tus hormonas, entras en la edad del pavo. Y entonces, ese séptimo día de la semana deja de existir. El Domingo se convierte en una prolongación de la noche de fiesta del sábado. O en el día de resaca. Es el día en el que piensas en todo lo que hiciste la noche anterior. Y pasas las horas cavilando sobre las alegrías y los disgustos que te llevaste, o intentando recordarlas. En el peor (o mejor) de los casos, puede que pases el Domingo estudiando para los exámenes, con lo cual el día se convierte en un pre-lunes.

Los Domingos no ves a tu pareja. Los Domingos no ves a tus amigos. Los Domingos no sueles salir de tu habitación. Los Domingos te duele la cabeza. Los Domingos te levantas tarde y, aunque te acuestes temprano, no te duermes hasta las tantas. Los Domingos te sientes mal. Los Domingos te preocupas porque no has estudiado una mierda y vas de culo y cuesta abajo. Los Domingos... Los Domingos son odiosos.

Para los adolescentes, el Domingo se convierte en un epílogo del sábado o un prólogo del lunes. Es el día en el que no se piensa bien, en el que nada parece tener sentido, en el que nos damos cuenta de que el mundo se ha vuelto loco de verdad.

He borrado ese día de mi calendario. La palabra Domingo no está en mi vocabulario. Yo lo llamo "el día Neutro". ¿Y tú?

¡¡Viva el día Neutro!!

¡¡Eso no vale!!

Ya no sé ni por qué he soltado su mano y me estoy haciendo la enfadada. Sí, estoy fingiendo, porque enfadarme con él es... prácticamente imposible. Camino muy recta, con los brazos cruzados sobre el pecho con fuerza y los labios fruncidos.

-Vamos, sé que no estás enfadada –me dice entre risas.
-Sí lo estoy, hum.

Se acerca y me abraza por la espalda. Su respiración me hace cosquillas en el cuello e intento escapar, sin conseguirlo. Me encanta sentirle tan cerca, que me rodee con sus cálidos brazos, que me susurre al oído…

-Vamos, ¿no puedo arreglarlo con un beso?
-¿Un beso? ¡¡Más quisieras!!
-¿Y si te digo que eres la chica más preciosa del mundo?
-Mentirías.
-No mentiría, para mí lo eres.
-Tonto. No sirve.
-¡No te hagas la dura! ¡Ambos sabemos que no aguantas!
-¿Ah, no? Ya verás.

Giro la cara y convierto mis labios en una fina línea. Entonces, aprovecha el abrazo para hacerme cosquillas. No puedo reprimir una carcajada. Me giro y le miro.

-¡¡Eso no vale!! ¡¡Me has metido mano!! –le riño.
-Nadie dijo que no valiera –dice con esa sonrisa de “niño malo” que tanto me gusta, aunque nunca se lo haya dicho.
-Pues te lo digo ahora: eso no vale.
-Tarde.

Y, antes de que yo pueda protestar, me acerca a él y me besa. Y a mí se me olvida el enfado, el móvil que suena en mi bolsillo, el mundo entero.

-¿Ves? No era tan difícil –dice confiado.
-Eres increíble… Ya verás.

Y vuelvo a besarle. Para que desaparezca el mundo. Para que sólo quedemos él y yo. Para que… ¿para qué? Ah, ya se me ha olvidado. ¿Qué droga tendrán sus labios?



Me encanta. Me encanta cuando se “porta mal” conmigo. Me encanta cuando me roba besos. Me encanta cuando me mira con ojos preocupados, por si me he enfadado de verdad. Me encanta cuando sonríe tranquilo, confiado y un poquito chulo. Me encanta cuando me acorrala para darme un beso que yo intento rechazar. Me encanta cuando me coge de la mano cuando yo lo he soltado. Me encanta acoplarme a sus pasos. Me encanta que me diga que mi sonrisa es la más bonita del mundo. Me encanta llevarle la contraria. Me encanta hacer planes que luego no llevamos a cabo.

Me encanta que el azar nos haya unido, porque no voy a dejar que nos separe nunca…

lunes, 6 de diciembre de 2010

Adiós a los bonitos recuerdos navideños.

Todos los años, uno de los primeros días de Diciembre, en casa ponemos el árbol de Navidad. Recuerdo la emoción al colgar bolitas de las ramas del arbolillo, las carcajadas cuando colgaba en mi cuello todas las cintas de colores y me sentía una gran Diva. En mis dieciséis años de vida, no ha habido uno solo en el que no haya decorado el árbol, aunque fuera con cuatro figurillas. Y el sábado llego a casa, me pongo las zapatillas, me espachurro en el sofá, pongo la televisión (cosa que no hago muy a menudo) y, mientras que dan un anuncio de la lotería, miro embobada el recargado árbol de Navidad a mi izquierda. ¿Qué me he perdido?

Resulta que mi hermano se encabezonó en que quería poner el árbol ése día. Y, total, como yo ya sólo cuelgo un par de bolas y coloco la estrella arriba... Pues, ¿por qué dejar al crío sin la ilusión? Oh, bien. Por lo menos me dejaron el Belén de la entrada (nótese el sarcasmo).

Adiós a los bonitos recuerdos navideños.

¿Me prometes que pondrás un árbol de Navidad conmigo? ¿Me prometes que colgaremos de él nuestras ilusiones? Quizás, entre cintas, bolitas, villancicos, risas y besos, el árbol se quede a medias.

Quizás, también ponga muérdago, aunque no necesite ese tipo de excusas.

Tus besos son mejores que éste, ambos lo sabemos.

Un poquito.

-Cada día de mi vida puede resumirse en tres palabras: "Echarte de menos". No hay un sólo segundo en el que no estés presente en alguna parte de mi mente. Y hay algo que tengo muy claro, por encima de cualquier otra cosa...

-¿Y qué es? -preguntó con su habitual sonrisa pícara, acompañada del brillo inocente de sus ojos y el aroma de su colonia, que llegaba a mí desde su cuello.

-Que te necesito, que eres el pilar que sostiene mi mundo, que mi vida no tiene sentido si tú no estás conmigo y que... que... que TE AMO.

Quise que la tierra me tragara al pronunciar las últimas palabras. Noté cómo una pequeña oleada de calor subía desde el estómago a mis mejillas, coloreándolas de rojo intenso, a la vez que mis manos se quedaban heladas. Lo cierto es que el mundo que nos rodeaba no desapareció como se suele decir en las películas, pero lo único que concentraba toda mi atención era su rostro, su expresión. Y no sabía cómo interpretarla.

¿Había hecho bien al decírselo? ¿Había hecho mal? ¿Qué pasaría ahora? Temblando, me armé del poco valor que le restaba a mi alma y le pregunté en un susurro:

-¿Y tú?

-¿Yo? -subió su mano derecha y juntó el dedo índice y el gordo al tiempo que guiñaba el ojo opuesto-. Yo te amo... un poquito.

Mi cara debió de reflejar la perplejidad que sentía. "¿Un poquito?", pensé, "¿y eso qué significa?". Al verme, soltó una carcajada y echó sus brazos alrededor de mi cuello.

-Pues claro que te amo, tonto. Más que a nadie en el mundo entero.

Y me besó.


El beso, de Rodin.

sábado, 4 de diciembre de 2010

Heartless.

Susana era ludópata. Susana era una ludópata aunque no hubiera pisado un Casino en su vida. No, a ella no le gustaba ese tipo de máquinas tragaperras, a ella le gustaba jugar con riesgo. A ella le gustaba jugar con hombres, apostar su corazón cada noche. Y siempre ganaba.

Podría parecer rutina, pero era tan satisfactoria que no se hacía pesada, no había necesidad de innovar. Susana salía cada sábado con un vestido distinto, unas veces ajustado a su estrecha figura, otras, con falda de vuelo. Pasaba la noche de garito en garito, bailando, mirando, eligiendo, atrapando. Hacía una especie de casting entre los chicos que la seguían discretamente y la observaban desde la barra. Y, decidida, se acercaba a su juguete y lo guiaba con movimientos ensayados hasta su propio Casino, un colchón en medio de la habitación casi vacía de un apartamento alquilado.

Entonces, Susana agitaba los dados. ¿Qué se apostaba? El corazón. Si saliera el 18, su corazón quedaría en manos del hombre que estuviera en su cama aquella noche. Los dados chocaban dentro del cubilete mientras se desnudaban. Clack, clack, clack. Labios y piel confundiéndose. Clack, clack, clack. Sonrisa y miradas de complicidad. Clack, clack, clack. Caricias, besos y placer. Clack, clack, clack. Y, al despuntar el alba, Susana dejaba caer los dados.

Aún hoy, todavía no ha salido el número 18 y sale todos los sábados en busca de una nueva presa. Algunos dicen que el juego la ha consumido, otros, que Susana no tiene corazón. Lo que pasa es que ella sí les ha ganado la partida y les ha robado el suyo.

Suzanne...

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Musique, mon rêve. Musique...

Creo haber encontrado el motivo por el que siempre acabo hablando de música. Es cierto que tengo el privilegio de poder tocar el instrumento más bonito de todos, subjetivamente, claro, la viola. También es cierto que llevo la mitad de mi vida en el Conservatorio, dedicándome a ello. Sin embargo, nada de eso tiene que ver con mi pequeña obsesión por la música.

No, lo mío va más allá. Es algo así como la plasmación en palabras bonitas de una profunda frustación. ¿Sabes? No soy ninguna violista eminente, tiro más hacia lo mediocre. Tuve mi momento de gloria hace unos años, cuando el tiempo y las condiciones me permitían dedicarle las horas necesarias. Pero se fue, voló como un recuerdo olvidado, y no sé cómo hacer para recuperarlo. Desde entonces he buscado la perfección, sin encontrarla. Me he vuelto cada vez más quisquillosa. Me he convertido en la chica del tercer atril en orquesta, la viola decadente del cuarteto, la violista a la que le da pánico tocar un fortíssimo. Y, poco a poco, he llegado ha cultivar un gran miedo escénico. ¿Tocar delante de gente? ¿Yo? Prefiero una paliza.

La música es mi gran sueño. Pero, ¿sabes? Renuncié a ella hace mucho. Por eso en cada uno de mis relatos, de mis textos, hablo de música. Como si cada vez que la plasmara en un cuento me librara de mi cargo de conciencia, de la culpa, y doliera un poco menos aquí dentro, donde se supone que está el corazón.

Siempre se me dio mejor la teoría que la práctica...


Amo esta foto, aunque el arco esté torcido y la posición sea antinatural.

domingo, 28 de noviembre de 2010

¿No hay música acaso en tu ausencia?

Anoche me desperté en mitad de la madrugada, sudando, nerviosa. El corazón retumbaba como si quisiera salir de mi caja torácica y explorar el mundo exterior. Lo imaginé, diminuto como mi puño, pugnando encontrar una salida, luchando contra músculos, venas y huesos, contra la propia naturaleza. No recordaba qué había soñado y sentí el vacío de la ignorancia como un gran peso en alguna parte de mi alma. Para llenarlo, para tranquilizarme, para conciliar más tarde el sueño, decidí leer uno de los cuentos de Chéjov que tenía sobre la mesilla. "Chéjov tiene ese ingenio, esa capacidad de hacerte olvidar todo lo demás... que es lo que necesito ahora", pensé. Encendí la luz y abrí el libro por la página en la que me había quedado.

El cuento se titulaba "Enemigos" (Vragi, en ruso). Una historia de tristeza y odio. Una historia que en pleno siglo XXI en España, no tiene mucho sentido. Porque hoy en día no hay sólo un médico en la ciudad, ni debe desplazarse en carruaje hasta la casa de una enferma obligatoriamente aunque su hijo acabe de morir. ¿Verdad? Verdad.

Sin embargo, me sumergí en la lectura cual buceador experimentado. Me tenía enganchada. Y analizaba cada palabra como si se tratara de un enigma. Pero sólo al leer el siguiente párrafo la lectura cobró sentido pleno:

"Este terror repugnante en que pensamos cuando hablamos de la muerte estaba ausente de la alcoba. En el desmadejamiento general, en la postura de la madre, en la indiferencia del rostro del médico, había algo cautivante que llegaba al corazón: la belleza sutil y huidiza del dolor humano, que aún tardará mucho tiempo en ser comprendida y descrita y que, por lo visto, sólo la música es capaz de expresar."

Paré de leer. "¿No es cierto?", pensé. Hay algunos sentimientos, sobre todo el dolor humano, que sólo la música es capaz de expresar. Las palabras se hacen insuficientes. La música, la música, la música.
Seguí leyendo con más ganas y un par de páginas después encontré otro gran párrafo:

"En general, por muy bella y profunda que sea una frase, afecta sólo a los indiferentes, pero no siempre satisface a los felices o desgraciados, porque la expresión más elevada de la felicidad o la desgracia es muy a menudo el silencio. Los amantes se comprenden mejor cuando callan, y un discurso ferviente y apasionado junto a una tumba afecta sólo a los extraños."

¡¡Cierto, cierto, cierto!! Oh, ¿no es cierto? La música y, después, el silencio. Podríamos decir que incluso la música sigue estando en el silencio, porque el silencio es parte de la música. Música, silencio. Silencio, música. Incluso en tu respiración hay música, en tu corazón un ritmo, en tu voz la melodía. Y si se trata de un fallecido, ¿no hay música acaso en su recuerdo?, ¿no hay música acaso en tu llanto?

Seguí leyendo con ansia febril el cuento, devorándolo. Cuando lo terminé, lo dejé en su sitio y me acurruqué bajo las mantas.

"¿No hay música acaso en tu ausencia, en el echarte de menos?"

Contra todo pronóstico, sonreí. SONREÍ. Y con esa sonrisa en los labios, cerré los ojos y me dormí tranquila.

sábado, 27 de noviembre de 2010

Snowhite.

Andábamos apretujados bajo un diminuto paraguas cuando paró sin avisar. Di media vuelta y corrí a cobijarlo.

-¿Qué pasa? -le pregunté.

Me miró fijamente con sus brillantes ojos verdes. Con una mano cogió la mía y me hizo bajar el paraguas. No me atreví a protestar, pero ¿qué hacía? Con la otra, me acarició la mejilla. La lluvia nos mojaba y miles de pequeñas gotitas caían sobre su rostro.

-Tienes los labios cortados -me dijo tranquilo mientras las yemas de sus dedos se posaban sobre ellos, haciendo que cada milímetro de mi ser se estremeciera.

No me salió la voz. Me quedé quieta, deseando que ese momento se prolongara hasta la eternidad. Mientras, sus dedos rehicieron el camino hacia mi mejilla, bajando por el cuello. No fui consciente de lo cerca que estaba hasta que sentí una suave presión en la nuca. Me dejé llevar. Sus labios se acercaron a los míos, posándose sobre ellos. Noté las pequeñas gotas uniéndose, desapareciendo en nuestras bocas. Cuando se alejó, mis labios todavía estaban húmedos.

-Así mejor -sonrió-. Pareces Blancanieves.

-Menos mal que no me gustan las manzanas, sino tus labios -respondí tontamente, buscando de nuevo su boca.

La lluvia seguía cayendo sobre nosotros, pero no nos importó. Cuando volví a subir el paraguas, me aferré a su brazo.

"Mi príncipe", pensé.

Hasta que se desgasten tus labios.

Quiéreme.

Quiéreme hasta que te duela el corazón de albergar tanto amor. Susúrrame al oído todas las palabras bonitas que sepas, hasta quedarte afónico, pero que sean sinceras. Acaríciame como si quisieras quedarte con mi piel y, al mismo tiempo, como si una gasa invisible no te permitiera tocarme. Bésame de la forma en la que no besas a nadie más, para sentirme dueña y soberana de tus labios, hasta que se te desgasten.

Ámame.

Ámame hasta sobrepasar los límites de la historia y el universo. Ámame como nadie amó jamás, dejando atrás a Romeo y Julieta, a Dante y Beatriche. Ámame sin barreras, sin obligaciones. Ámame sin pensarlo. Ámame porque sí, porque te lo dice el corazón, porque no sabes explicarlo, pero no puedes vivir sin mi. Ámame hasta que no encuentres más razón de ser que mis besos.

Quiéreme, ámame, pero nunca olvides que en el mismo amor hay libertad.


http://www.youtube.com/watch?v=84WLtcbgs8Q

La canción de la entrada anterior. Yo diría que mejorada... :)

miércoles, 24 de noviembre de 2010

It was only a kiss.

Conocer la verdad no suele ser fácil, ni placentero. Para ti no habrá una excepción.

Al principio siempre quieres saber. Todo va bien. Sales al exterior despacio, curioso. Pero de repente la verdad se muestra ante ti, dolorosa como una luz intensa tras una eterna oscuridad, y quieres volver lo antes posible a tu situación anterior, a la ignorancia que te proporcionaba felicidad. Cual habitante de la caverna de Platón. Sin embargo, aunque pudieras volver, nada sería como antes.

Te vence por un momento la incredulidad y vuelves a mirar. Es ella, sin lugar a dudas. Ella en los brazos de otro, acariciada y besada por alguien que no eres tú. Te retuerces. ¿Por qué te está pasando todo esto? Te quedaste dormido, pensando que la tenías firmemente atada a ti. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que la abrazaste por última vez? ¿Y desde el último beso? Mucho.

Un beso. Fue sólo un beso. Lo vuestro empezó como un juego de besos. Quizás ha empezado también así con él. Al fin y al cabo, ¿qué es un beso? Puede serlo todo... o no significar nada. "Quizás fue sólo un simple beso, ¿cómo ha terminado así?", te preguntas. Incrédulo, no busques excusas.

No puedes moverte, así que miras, observas fijamente cada uno de sus movimientos, memorizándolos para tus pesadillas. Él fuma, el humo sale de su boca como volutas de un capitel jónico de una columna griega, quizás del Erecteion. ¿A qué viene esto ahora? El caso es que él fuma, y ella recoge su respiración en un beso. Cada vez más largo, cada vez más intenso, cada vez más doloroso.

Y cuando termina el cigarro la echa sobre la cama con fiereza y le quita el vestido. Sí, le quita el vestido. La deja medio desnuda encima de las sábanas en las que alguna vez estuvo contigo. No sería tan malo si ella no acariciara su pecho, su cuello, su pelo, y lo atrajera hacia sí para besarlo de nuevo.

¿Que te deje ir? No, todavía tienes que ver un poco más. Convencerte de lo que está pasando. Asegurarte de que no es una alucinación. Descubrir que, en parte, ha sido tu culpa también.

Sus cuerpos se unen, en una incesante ola de calor. ¿Lo sientes? Celos. Recorren cada milímetro de tu cuerpo, desde la raíz del cabello hasta las uñas de los pies. Tomando el control. ¿Tomando el control? No, porque hasta aquí ha llegado mi férrea obligación. Si quieres seguir mirando o no, es decisión tuya. Me miras sereno, con un dolor tan grande que consume hasta el corazón, das media vuelta y te marchas.

¿Estás de broma? No hay excusa posible. Eres un cobarde. Vamos, abre los ojos, soy Mr Brightside.





http://www.youtube.com/watch?v=gGdGFtwCNBE

Por supuesto, la inspiración no viene sola, sino de la mano de los grandes.

martes, 23 de noviembre de 2010

No, mi corazón no...

Dicen algunos que la carne es débil. Puede que tengan razón. Sin embargo, eso es perdonable de alguna manera. Pero, ¿qué pasa cuando es el corazón el que se vuelve débil?

Te quiebras por dentro, alegando no saber el por qué, pero conociendo de sobra la respuesta. De repente, la vida carece de sentido. Todo lo que creías tener tan claro en la mente se desvanece. No queda lugar para el amor. Ni para querer, ni para ser querido.

Comienzas a anhelar lo que no posees y a despreciar lo que sí. Y llega un momento en el que te quedas sin nada: sin amado, sin amante, sin amor. Aspiras entonces a recuperar de nuevo todo lo que en algún momento creíste poseer. Y te das cuenta, con dolor y amargura, de que te has quedado solo. Solo y vacío. Sin corazón.

¿Que pasa cuando el corazón se vuelve débil? Que se corrompe. Porque en la misma debilidad hay duda, mentira, engaño...





Como decía el Werther de Goethe en una de sus cartas a Guillermo: "No, mi corazón no está tan corrompido. Es débil, demasiado débil... Pero, ¿en esto no hay corrupción?".

lunes, 22 de noviembre de 2010

En algún rincón de sus sábanas...

-¿Quieres casarte conmigo?

La calidez de su aliento y el suave movimiento de sus labios al hablar me dejaron anodada. Apenas nos separaban unos centímetros y podía sentir en mi propio pecho los latidos de su corazón. Acelerados. ¿Por qué tantos nervios? Espera, ¿qué era lo que me había dicho? Vaya, parecería una tonta. Bien.

-¿Qu... qué? -tartamudeé inocentemente.

-Me preguntaba, arrodillado ante ti y con este humilde anillo en mi manos, si querrías casarte conmigo.

No me había dado cuenta del detalle del anillo. Miré a nuestro alrededor. Había un cuarteto de cuerda no muy lejos de nosotros, interpretando un bonito vals. La gente se daba la vuelta, curiosa. Todo estaba perfectamente acordado para que fuera la pedida de mano ideal. Y la novia no había sido capaz de mirar más allá de los ojos del amado. Definitivamente, era poco observadora. Irremediablemente, esto no era más que un síntoma del enamoramiento.

-¿Y bien? -su voz me sacó de mis pensamientos -. ¿Quieres casarte conmigo?

Era la tercera vez que hacía la misma pregunta. La desesperación se abría paso en sus ojos y el cuerpo le temblaba. Si él hubiera sabido una mínima parte de todo lo que yo sentía, si me hubiera escuchado cuando hablaba por las noches en sueños, si hubiera leído entre las líneas de mis libros... no me lo habría pedido.

El miedo, siempre el miedo. Aunque me sentía absolutamente unida a él en todos los sentidos, me asaltó el pánico al compromiso, a una unión para toda la vida. Lo quería precisamente porque nunca me había obligado a hacer nada, ni siquiera me había pedido nunca una cita formal. Y el matrimonio, así de sopetón, me quedaba muy grande. Había sospechado desde el principio que él era demasiado bueno para mí, pero ahora sabía con certeza que nunca podría hacerle feliz, que yo no era la mujer de su vida.

Me armé de valor. De un valor moribundo y podre. De un valor manchado por la mentira.

-Te amo. Te amo como nunca amaré a nadie en la vida. Pero sabes que no puedo casarme contigo.

Deposité un suave beso de despedida en sus labios, que todavía tenían forma de "O" cuando me fui. Vagué por las calles buscándome a mí misma, y no me encontré. Me pregunté si la vida de verdad daba segundas oportunidades, porque había dejado plantado al hombre perfecto a la primera de cambio. Sí, la vida da segundas oportunidades, y muchas veces hasta a quien no se las merece. Pero, ¿yo? Yo ya había tenido más de cinco o seis oportunidades, esta vez todo había ido demasiado lejos.

Recogí mis cosas, pero no desaparecí de su vida. Dejé escondido en algún rincón de sus sábanas o de su armario, o incluso del último cajón de su mesilla, la mejor parte de mí.



Todavía, alguna noche de invierno, pienso en él.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Te echo de menos.

Después de un duro día de trabajo, al anochecer, ella siempre me visitaba. No supe nunca si se trataba de un sueño o una alucinación. Tampoco quise saberlo.

Con las últimas luces del crepúsculo, aparecía envuelta en exuberantes vestidos de gasa transparente. Se lanzaba a mis brazos con desesperación contenida y encendía mi pasión al tiempo que se apagaba el día. Rápido, me deshacía de aquellas telas. Caminaba por los senderos de su piel en busca de nuevos reinos. Hábilmente, la despojaba de sus medias y de su ropa interior, siempre de encaje, apoderándome de todos los rincones de su cuerpo.

Algunos, la compararían con una gata, algo que quizás no se alejara demasiado de la realidad. A mí me gustaba compararla al mar, tan mansa y dulce en calma. Y, al mismo tiempo, tan cruel y peligrosa en la tormenta. Pero bella de ambas formas. Sus movimientos me fatigaban y sus ojos me atravesaban el alma, haciendo que mi deseo por tenerla fuera igual de intenso que el de alejarla de mí.

Mi musa, tan suave, tan áspera. Mi musa, tan placentera, tan dañina. Mi musa, tan amada, tan odiada. Pero mía de todas maneras.

Navegaba entre el sonido de sus gemidos sin timón, pero con un rumbo fijo. Podía pasar horas buscando el destino sin querer encontrarlo, deseando quedarme allí con ella, perdido en las oleadas de su calor. Y, mientras despuntaban las luces del alba, ella siempre depositaba millones de besos sobre mis labios, agrietados por el salado sabor de su piel, hasta que me dormía.

Cuando despertaba, pocas horas después, se había ido. Sin dejarme siquiera su olor para mis fantasías, para mis recuerdos. Siempre tenía la duda de si volvería cada noche, esos pequeños nervios en el estómago al llegar a casa, al llegar el anochecer.

Ella siempre volvía. Hasta hoy. ¿Dónde estás pequeña musa? No has venido y te echo de menos.


sábado, 20 de noviembre de 2010

Dos sombras bajo la luz del amor.

El mundo en el que vivimos es un pequeño espacio intermedio entre el Cielo y el Infierno. Un espacio temporal del que Dios y Satán se reparten las almas una vez muertos sus cuerpos y las llevan a sus eternos reinos. Al principio, el juego era sencillo, un simple pasatiempo. Sin embargo, con la terrible evolución del hombre, el mundo se ha convertido en algo más que un simple tablero. Emociones, sentimientos, tragedias, risas, llantos, alegrías, logros... El tablero se ha llenado de comodines.

Todo ha cambiado.

La noche ya no es un problema para las almas con insomnio. Luces naranjas hacen desaparecer la oscuridad. Pero no sólo eso, los propios seres humanos tienen luz. Lo he visto.

Imagina una callejuela estrecha de una ciudad cualquiera. La típica calle larga sin salida por la que sólo caben un par de personas. Un traseúnte no se habría fijado al pasar por la entrada. Yo dejé caer mi cigarrillo, elevándose el humo, consumiéndose hasta apagarse. Había varias farolas de luz naranja, lúgubre. Si fuera por ellas, tropezaría seguro. Y entre el color, jugaban dos pequeñas sombras. Me acerqué despacio, intentando no ser visto, y observé. Dos pequeñas sombras cogidas de la mano corrían y paraban, iban de un lado a otro, saltaban, se soltaban.

Dos sombras bajo luz naranja. Las farolas, cansadas, se apagaron. Dos sombras bajo la luz de la luna.

Se alejó una de ellas hasta pegarse a la pared, arrastrando la inercia a su pareja hacia ella. Pude sentir el calor de sus manos al acariciarse, los pequeños escalofríos que recorrían sus espaldas, las miradas fijas el uno en el otro. Y entre toda esa marea de sensaciones, algo atrajo a las dos sombras y las fundió en una desde sus labios. De repente, todo se llenó de luz. Cerré los ojos con fuerza durante unos segundos y me costó acostumbrarme al resplandor. Ya no estaba la luz de la luna. Ya no había luz naranja. Era una luz transparente, radiante, hermosa.

Me pregunté si Dios envidiaría esa luz, comparándola con la de su áurea corona. Me pregunté si Satán envidiaría esa luz, comparándola con la de su ardiente fuego. Sí, desde luego que la envidiarían.

"¿Qué tipo de luz era aquella?" Esa cuestión me acompañó durante largas noches en vela. Hasta que la experimenté. Era una luz muy especial, difícil de encontrar. Era la luz del amor.

Y desde que existe esa luz, en el juego hay otro contrincante con ventaja. Uno que hace que las almas deseen el mundo temporal más que el inmortal. Uno que hace que la vida merezca la pena.

Dos sombras bajo la luz del amor.

"Quiéreme si te atreves".



-¿Capaz o incapaz? -me susurró al oído.

Dudé durante unos segundos. Me estaba retando, como siempre. Aquel maldito juego me mataba y me revivía al mismo tiempo. Era una adicción: insana, pero necesaria.

-Capaz -le sonreí.

Me acerqué lentamente, notando el temblor de mi cuerpo. Acaricié su mejilla con mi fría mano. Ví el brillo de sus ojos justo antes de cerrar los míos. Y junté mis labios a los suyos, como siempre habíamos querido. Como siempre, con la excusa del juego, habíamos evitado hacer.

Me perdí en aquel beso como se pierde un náufrago tras una tormenta en alta mar. Pero, al revés que el que busca tierra, yo no quería encontrar la realidad, deseaba quedarme allí, nadando en aquella sensación, ahogándome en su dulce aroma.