sábado, 27 de noviembre de 2010

Snowhite.

Andábamos apretujados bajo un diminuto paraguas cuando paró sin avisar. Di media vuelta y corrí a cobijarlo.

-¿Qué pasa? -le pregunté.

Me miró fijamente con sus brillantes ojos verdes. Con una mano cogió la mía y me hizo bajar el paraguas. No me atreví a protestar, pero ¿qué hacía? Con la otra, me acarició la mejilla. La lluvia nos mojaba y miles de pequeñas gotitas caían sobre su rostro.

-Tienes los labios cortados -me dijo tranquilo mientras las yemas de sus dedos se posaban sobre ellos, haciendo que cada milímetro de mi ser se estremeciera.

No me salió la voz. Me quedé quieta, deseando que ese momento se prolongara hasta la eternidad. Mientras, sus dedos rehicieron el camino hacia mi mejilla, bajando por el cuello. No fui consciente de lo cerca que estaba hasta que sentí una suave presión en la nuca. Me dejé llevar. Sus labios se acercaron a los míos, posándose sobre ellos. Noté las pequeñas gotas uniéndose, desapareciendo en nuestras bocas. Cuando se alejó, mis labios todavía estaban húmedos.

-Así mejor -sonrió-. Pareces Blancanieves.

-Menos mal que no me gustan las manzanas, sino tus labios -respondí tontamente, buscando de nuevo su boca.

La lluvia seguía cayendo sobre nosotros, pero no nos importó. Cuando volví a subir el paraguas, me aferré a su brazo.

"Mi príncipe", pensé.

No hay comentarios:

Publicar un comentario