lunes, 6 de diciembre de 2010

Un poquito.

-Cada día de mi vida puede resumirse en tres palabras: "Echarte de menos". No hay un sólo segundo en el que no estés presente en alguna parte de mi mente. Y hay algo que tengo muy claro, por encima de cualquier otra cosa...

-¿Y qué es? -preguntó con su habitual sonrisa pícara, acompañada del brillo inocente de sus ojos y el aroma de su colonia, que llegaba a mí desde su cuello.

-Que te necesito, que eres el pilar que sostiene mi mundo, que mi vida no tiene sentido si tú no estás conmigo y que... que... que TE AMO.

Quise que la tierra me tragara al pronunciar las últimas palabras. Noté cómo una pequeña oleada de calor subía desde el estómago a mis mejillas, coloreándolas de rojo intenso, a la vez que mis manos se quedaban heladas. Lo cierto es que el mundo que nos rodeaba no desapareció como se suele decir en las películas, pero lo único que concentraba toda mi atención era su rostro, su expresión. Y no sabía cómo interpretarla.

¿Había hecho bien al decírselo? ¿Había hecho mal? ¿Qué pasaría ahora? Temblando, me armé del poco valor que le restaba a mi alma y le pregunté en un susurro:

-¿Y tú?

-¿Yo? -subió su mano derecha y juntó el dedo índice y el gordo al tiempo que guiñaba el ojo opuesto-. Yo te amo... un poquito.

Mi cara debió de reflejar la perplejidad que sentía. "¿Un poquito?", pensé, "¿y eso qué significa?". Al verme, soltó una carcajada y echó sus brazos alrededor de mi cuello.

-Pues claro que te amo, tonto. Más que a nadie en el mundo entero.

Y me besó.


El beso, de Rodin.

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