sábado, 4 de diciembre de 2010

Heartless.

Susana era ludópata. Susana era una ludópata aunque no hubiera pisado un Casino en su vida. No, a ella no le gustaba ese tipo de máquinas tragaperras, a ella le gustaba jugar con riesgo. A ella le gustaba jugar con hombres, apostar su corazón cada noche. Y siempre ganaba.

Podría parecer rutina, pero era tan satisfactoria que no se hacía pesada, no había necesidad de innovar. Susana salía cada sábado con un vestido distinto, unas veces ajustado a su estrecha figura, otras, con falda de vuelo. Pasaba la noche de garito en garito, bailando, mirando, eligiendo, atrapando. Hacía una especie de casting entre los chicos que la seguían discretamente y la observaban desde la barra. Y, decidida, se acercaba a su juguete y lo guiaba con movimientos ensayados hasta su propio Casino, un colchón en medio de la habitación casi vacía de un apartamento alquilado.

Entonces, Susana agitaba los dados. ¿Qué se apostaba? El corazón. Si saliera el 18, su corazón quedaría en manos del hombre que estuviera en su cama aquella noche. Los dados chocaban dentro del cubilete mientras se desnudaban. Clack, clack, clack. Labios y piel confundiéndose. Clack, clack, clack. Sonrisa y miradas de complicidad. Clack, clack, clack. Caricias, besos y placer. Clack, clack, clack. Y, al despuntar el alba, Susana dejaba caer los dados.

Aún hoy, todavía no ha salido el número 18 y sale todos los sábados en busca de una nueva presa. Algunos dicen que el juego la ha consumido, otros, que Susana no tiene corazón. Lo que pasa es que ella sí les ha ganado la partida y les ha robado el suyo.

Suzanne...

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