jueves, 26 de julio de 2012

Anochéceme.

Dibújame tu olor en la piel.
Lléname de palabras inventadas.
Bésame con la mirada,
y desnúdame el alma.

Conviérteme en lo prohibido.
Desátame en las noches solitarias.
Entrégame a los perros hambrientos
que me esperan en tus recuerdos.

Mátame a incógnitas.
Déjame a merced del olvido.
Vomítame toda tu dulzura
y resérvame los platos fríos.

Arrácame las entrañas.
Báñate en lo que quede de mí.
Destrózame los labios y lámeme
hasta la más pequeña de las heridas.

Escóndeme de la locura.
Encuéntrame donde nadie lo haría.
Transpórtame a ese mundo inverosímil
en que me sueñas ágil y diminuta.

Encaréceme las esperanzas.
Maravíllame con los detalles.
Inspírame en los momentos más íntimos
y expírame al oído de cualquier extraño.

Ódiame por no mentir otra vez.
Pídeme más, y más, y más suspiros.
Gímeme para que vuele un segundo
y encógete en lo profundo de mis pupilas.

Tatúame el corazón.
Anochéceme.

lunes, 2 de julio de 2012

Fin.

Y allí, sobre la hamaca que había soportado su peso y el de sus amantes en las largas e intensas noches de verano, mirando aquel mar indescifrable lleno de secretos, dejó que el aliento de la muerte le velara los ojos y lo absorbiera en el estupor del vacío.

Cuando lo encontraron, su rostro estaba cubierto por la serenidad de la sal marina. Y una de aquellas mujeres de luto, en su desgarrador llanto de noche sin luna, exclamó que el mar había sido el único capaz de calmarlo en vida y lo acompañaría en el interminable viaje que le esperaba.