miércoles, 1 de junio de 2011

Si no hay más remedio...

El viento se cuela a través de la ventana abierta, hace que las cortinas ondulen y mueve suavemente las partituras, sin llegar a tirarlas. Los últimos rayos del crepúsculo se reflejan en el espejo junto a su imagen. Me acerco sin hacer ruido y espero apoyado en la pared. Ella continúa tocando, no se ha percatado de mi presencia. Si lo hubiera hecho, habría parado. La contemplo maravillado. Coge el arco con fuerza y arranca un sonido espectacular al instrumento, muy fuerte, sin llegar a rasgar las cuerdas. Observo cómo su brazo derecho se mueve con amplitud cambiando de una cuerda a otra, cómo lo inclina en los piano, cómo lo acerca al puente en los fortíssimo. Aunque he de reconocer que su mano izquierda impresiona más, cambiando de posición continuamente sin desafinar una sola nota. Siempre me han dado grima las notas muy agudas, pero suenan tan suaves cuando vienen de ella...

Contemplo su rostro. Su gesto es firme, decidido, pero al mismo tiempo frunce los labios en señal de concentración, y siempre queda un pequeño lugar para la duda. Suspiro intentando no hacer demasiado ruido. Es que me falta el aire cada vez que la veo tocar. Se entrega como si... como si su instrumento tuviera vida. Establece una especie de conexión y el mundo a su alrededor desaparece. Puede pasar horas enteras con él, sin cansarse. Y nunca me deja verla, por eso este momento es tan especial, tan único.

De repente, como si hubiera leído mis pensamientos, se da la vuelta y ejecuta los acordes finales mientras me mira. El último en dos arcos, rontundo. Aplaudo. Sé que ya está enfadada, pero no me dejo amedrentar por sus malas pulgas, conozco la fórmula para exterminarlas.

-¡Idiota, me has asustado! -exclama.
-Cualquiera lo diría, yo te veo muy tranquila.
-No me vaciles, guapo, sabes que odio que me veas mientras...
-...mientras estás con tu querido. Ya, lo sé, pero ya que consiento vuestra relación, podrías dejarme al menos que yo también disfrute.

Se queda pensativa unos segundos. Después, me da la espalda y guarda el instrumento delicadamente. No oculta las últimas caricias con que le obsequia antes de cerrar las cremalleras. Luego me mira. Comprendo al ver sus ojos que ya ha pensado su estrategia de contraataque. Estoy preparado, o eso creo. Se acerca despacio. Me encanta el vestido que lleva puesto, le deja al descubierto las piernas y le hace la cintura más delgada. Pasa por mi lado, se suelta prendedor y mueve el pelo para que me de. Siento sus rizos en mi cara, cierro los ojos y aspiro su olor. Sigue su camino. Atraviesa la puerta hacia el pasillo mientras se deshace del vestido. Me quedo donde estoy, con los ojos como platos ante la última imagen de su cuerpo desnudo.

-Voy a ducharme, a ver si también te atreves a entrar ahí, cobarde.

Cómo sabe darme donde duele. Sabe que eso es demasiado íntimo, que odio que entren cuando me estoy duchando y que, por tanto, soy incapaz de entrar cuando alguien más lo está haciendo. Es una tontería, pero no puedo, no puedo. Dios, pero tampoco no puedo dejarme vencer tan fácilmente. Será su gran victoria y no podré verla nunca más tocar. Mmm... vamos. Camino hacia el pasillo. Veo la puerta del baño entreabierta y oigo cómo el agua empieza a caer. Ahora mismo rozará su cuerpo, cada milímetro de su piel, cada uno de sus cabellos.

Entro en el baño. Corta el grifo. Oigo cómo echa el champú en su pelo y masajea. Me pongo malo sólo de olerlo, me gusta demasiado. Y ella lo sabe. Doy un paso más. Me desabrocho la camisa y la dejo encima del lavabo. Ella vuelve a abrir el grifo. Suena de nuevo el agua. Aprovecho para desabrocharme los botones del vaquero. No puedo, no puedo... pero no puedo dejarme vencer. Además, la visión difuminada de su cuerpo a través de la mampara del baño hace que me vuelva loco. Me deshago de toda la ropa. Corta el grifo. Pongo las manos sobre la mamparam dispuesto a abrirla. Y, antes de que pueda hacer nada, ella las abre y me mira sonriente.

-Creía que no te atreverías nunca -me dice, pícara.
-Yo... ya ves. Hagamos un trato, si yo he conseguido no ser un cobarde, no seas tú una egoísta y déjame al menos verte tocar de vez en cuando.
-Como mucho una vez por semana. Siempre y cuando después te duches conmigo.

Suspiro.

-Si no hay más remedio...
-Tonto, aún estás a tiempo de volver sobre tus pasos.
-Creo que prefiero quedarme contigo -sonrío.

El contacto con su piel mojada me produce un placentero escalofrío que recorre toda mi espina dorsal. Acaricio su pelo, los rizos deshechos por el agua, y la beso lentamente. Se cierran las puertas de la mampara. Lo que pasa a partir de ahí ya es algo entre ella y yo.

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