viernes, 24 de junio de 2011

Stairway to heaven.

Subir al escenario es ya casi una rutina. Espera entre los músicos a que llegue su turno. Despreocupada, charla con unos y otros, se ríe, sueña con algún cazatalentos entre el público. Subir al escenario es ya casi una rutina, pero aún conserva ese delicioso sabor de los nervios en el estómago justo unos minutos antes de la exhibición. Los espectadores aplauden mientras se hace la presentación. Una canción... no, no una canción, un clásico. El presentador baja y le da la mano.

-Es tu turno, pequeña -le dice.

Ella sonríe. Quizás es demasiado atrevimiento versionar esa canción, pero siempre había soñado con ello. Oye gritos entre la multitud. Algún piropo subido de tono y el ánimo de sus amigos que sonríen en la primera fila. Cierra los ojos y respira hondo. Los abre de nuevo, busca entre la multitud miradas que le devuelven expectación, nerviosismo. Ninguna es la suya. Vuelve a cerrar los ojos. Vuelve a respirar hondo.

Comienza a sonar la guitarra y la flauta. Le encanta el sonido del último instrumento, es como hacer cantar al viento. Coge el micrófono con ambas manos y comienza a cantar. Muy suave, casi susurrando. Para llegar a las notas agudas sin rasgar las cuerdas vocales, eleva la mirada al cielo. Le tiemblan las rodillas. Siente todo su cuerpo rendido a la voluntad de la música. No puede hacer nada para impedirlo, aunque tampoco querría.

It makes me wonder, it really makes me wonder...

Cuando empieza a sonar la batería, eleva su voz y juega con los sonidos sin palabras, crea melodía sin letra, adorna la música y se une al instrumental como uno más. Y en el minuto seis, cuando la música se vuelve agresiva, cambia la voz para hacerla más violenta. Agarra el micrófono con las dos manos y acerca los labios a él para que no se pierda ni un hertzio de su voz.

El público no puede apartar la vista de ella. Todos la miran como si se elevara por encima de los mortales. Y, en realidad, lo hace. Se camufla tras su vestido negro de palabra de honor y el maquillaje, oculta su rostro tras los cabellos rizados. Pero no puede hacer lo mismo con la blanquecina pureza de su piel, con el brillo penetrante de sus ojos color miel, ni con el sonido angelical de su voz.

Ella vuelve a buscar entre el público. Quizás en alguna esquina esté él, observándola. Quizás en alguna sombra, escondido de miradas curiosas, esté él, esperándola. Acaba la música. Le queda la frase final. Aguarda hasta le momento oportuno. Un aplauso comienza a expandirse por la sala, pero ella no lo escucha. Ha encontrado sus ojos entre el público y no puede apartar la mirada de ellos. La última nota de la guitarra llega a su fin. Suspira. Desde la lejanía, él le sonríe. Y, aunque sólo se le escuche a ella, ambos cantan al unísono la frase final.

And she's buying the stairway to heaven...

Los gritos y silbidos llenan la sala. Ella sonríe y da las gracias a los músicos y al público. Abraza al guitarrista. Baja del escenario y aguanta paciente las felicitaciones de algunos espectadores. Sus amigos la asfixian con sus abrazos. Ella lo agradece, pero en realidad lo único que desea es salir a fuera. Con la excusa del calor, se aleja de ellos y se dirige a la puerta. Otro cantante ya ha ocupado el escenario y nuevos acordes llenan sus oídos. El público enloquece de nuevo. Ella ya es invisible.

Sale del pub y se dirige al paseo. El mar está tranquilo esa noche y la luna luce llena en el cielo, sola. Camina sin dirección, esperando encontrarle. Cansada, se sienta en el borde del paseo, con las piernas colgando, se quita los zapatos y roza el agua con los pies. Está fría. Él, silencioso, se sienta a su lado. No se miran. Una lágrima cae por la mejilla de ella, surca su rostro, se pierde en sus labios un segundo y luego se suicida desde su mentón. Antes de que la siguiente repita el proceso, él la recoge y se la llena a los labios. Ella cierra fuerte los ojos.

-Me prometiste que no ibas a llorar.
-Nunca cumplo mis promesas -responde ella.

Hay un corto silencio. Ambos suspiran al mismo tiempo y sonríen. Miran a la luna.

-¿Alguna vez has bailado sobre el agua, bajo la luna llena? -pregunta él.
-No, nunca lo he hecho porque es imposible...

Él se levanta rápidamente y extiende una mano hacia ella.

-¿Me concede este baile, señorita?

Ella coge su mano y se levanta.

-Cierra los ojos, pequeña.

Ella lo hace sin rechistar. Él la guía con cuidado. De repente, nota el agua bajo sus pies descalzos. Coloca una mano sobre su hombro y nota la mano de él en su cintura. Entrelazan las que les quedan libres.

-Ya puedes abrirlos.

Primero ve sus ojos verdes fijamente clavados en ella. Luego, baja hasta sus pies y descubre el truco: están en el pequeño estanque de apenas dos centímetros que sirve para reflejar los edificios como decoración. Por último, la luna cubre sus cuerpos con su tenue luz. Él se acerca a su oreja y susurra los primeros versos de la canción. Ella siente un escalofrío que la hace ruborizarse. Pero se une a su voz.

There's a lady who's sure all that glitters is gold, and she's buying the stairway to heaven...

Se mueven despacio, salpicando y chapoteando con los pies en el agua. Sonríen y cantan. Tras la frase final, ese stairway to heaven dolido, él la mira y le dice:

-Todo va a ir bien, pequeña, ya verás.

Se acerca a sus labios, los roza apenas unos segundos. Ella se deshace finalmente de sus alas y las eleva a la luna, pues un ángel no debe nunca enamorarse de un mortal, pero es imposible evitarlo en ocasiones.




[Te lo debía, pequeña. Que nada te diga nunca cuánto vales, y menos una nota. Porque tú vales mucho más que eso, y los que de verdad te queremos, lo sabemos. Sigue cantando y bailando en las noches de luna llena, sobre el mar.]

3 comentarios:

  1. Realmente conmovedor,es de esos textos que te hace adentrarte en la historia y querer leerla hasta el final.

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  2. Esa canción, como muchas otras, que puede que recordarás, son de las que en algún momento de mi vida, han dejado una preciosa huella.
    Gracias por recordarla :)

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