miércoles, 1 de junio de 2011

Quizás no es tan cobarde...

[Otro punto de vista de "Si no hay más remedio...", porque de vez en cuando es bueno saber qué piensa la otra parte...]



El viento se cuela a través de la ventana abierta, hace que las cortinas ondulen y mueve suavemente las partituras, sin llegar a tirarlas. Los últimos rayos del crepúsculo se reflejan en el espejo junto a mi imagen. Sentada, con el chelo entre las piernas, me dejo llevar por la imaginación y compongo al azar notas que no tendrían mucho sentido en un análisis completo, pues no hay parte A, B o C, ni frases, ni una sucesión ordenada de Tónica-Dominante-Subdominante que determine las tonalidades y modulaciones correspondientes. No hay cadencias conclusivas... aunque he de reconocer que las Rotas me pueden. Me encanta cómo suenan. En realidad, ¿qué más da la estructura o la tonalidad? Lo importante es disfrutar del sonido, del contacto con las cuerdas, con el arco, de la relación que se establece con el instrumento...

Mi pequeño. No sé cuántos años llevo ya con él, he perdido la cuenta. Hemos tenido nuestras rachas, buenas y malas, pero siempre vuelvo. Nunca se ha quejado, nunca me ha rechazado, nunca... nunca me ha hecho sentir diferente. Su simple contacto me produce escalofríos, pequeños temblores de nervios y excitación. Porque sé que cuando estamos juntos, el mundo que nos rodea desaparece, quedamos suspendidos en el aire, fuera del alcance del resto de mortales, y somos invencibles.

Oigo unos pasos a mis espaldas. No puede ser. Le he dicho mil veces que no entre mientras estoy con mi pequeño. Qué cabezota es. Sigo tocando, como si no lo hubiera escuchado. De hecho, le pongo más empeño, más ganas, más... pasión. Crece la intensidad de la melodía, cambio de posiciones constantemente, me deshago en el contraste entre fortíssimos y pianos súbitos. Por un momento, me olvido de que él me observa y toco como si nada me hubiera interrumpido. Vuelvo a conectar con el instrumento que aferro entre mis piernas y disfruto de las últimas descargas de placer que me produce. Me doy la vuelta y lo miro fijamente mientras termino con varios acordes finales, en una cadencia perfecta compuesta, claro. "De segunda especie", diría aquella profesora de análisis de la que ya no recuerdo el nombre.

-¡Idiota, me has asustado! -exclamo.
-Cualquiera lo diría, yo te veo muy tranquila -¿por qué siempre tiene que pillarme? Alguna vez le ganaré.
-No me vaciles, guapo, sabes que odio que me veas mientras...
-...mientras estás con tu querido. Ya, lo sé, pero ya que consiento vuestra relación, podrías dejarme al menos que yo también disfrute.

Y tiene razón, quizás, pero me da tantísima vergüenza que me vea mientras estoy con él... No sería lo mismo. O sí, lo cual me cohibiría aún más. Me doy la vuelta y guardo el instrumento. Limpio los restos de resina de la madera cercana al puente. Lo acaricio de forma inconsciente antes de cerrar la cremalleras, deseándole un buen descanso e incluso dulces sueños. Estoy completamente segura de que algo tan maravilloso debe tener vida propia, aunque a primera vista no se pueda apreciar.

Vuelvo a mirarle y sonrío. Ya sé cómo contraatacarle. Me acerco a él, disfrutando del tacto de mi vestido contra la piel, y justo cuando estoy a su lado, suelto el prendedor que recoge mi pelo y lo balanceo, dándole suavemente en el rostro. Los rizos me caen sobre la espalda. Adoro esa sensación. Cojo el vestido por la parte de la cadera, con los brazos cruzados, y tiro de él hacia arriba hasta quedar desnuda.

-Voy a ducharme, a ver si también te atreves a entrar ahí, cobarde -le digo.

Sé que es superior a él, que considera la ducha algo demasiado íntimo, individual, aunque nunca entenderé porqué. Aún así, juego con la idea de que se atreva. No estaría nada mal. Me río. No, desde luego, no estaría nada mal probar una ducha juntos.

Me meto dentro de la ducha y cierro la mampara. Abro el grifo. Dejo que el agua me deshaga los rizos y roce mi cuerpo, cada milímetro de mi piel, cada uno de mis cabellos. Oigo unos pasos entrando en el baño. Cierro el grifo. ¿Realmente se va a atrever? Quizás no es tan cobarde como yo pensaba. La sensación que me produce saber que él estará viendo mi cuerpo difuminado a través de la mampara sube como un cosquilleo desde el estómago. Apenas puedo respirar.

Cojo el champú y echo una buena cantidad en mi mano. Después, intento que haga toda la espuma posible en mi pelo. Me encanta ese olor. Y sé que a él también. Se mueve. Intento ver qué hace. Se quita la camisa, despacio, botón a botón, y la deja sobre el lavabo. Me gusta tanto... Casi no puedo contener las ganas de salir ya de la ducha para besarle. Abro de nuevo el grifo, con la esperanza de distraerme unos segundos más. Cierro los ojos y quito la espuma de mi pelo. Pero, no puedo evitar ser consciente de sus movimientos, de cómo se quita el resto de la ropa. Corto el grifo. Veo sus manos sobre la mampara y aguanto sin respirar. ¿La abrirá? Ya que ha llegado hasta aquí, estoy casi segura de que lo hará, un 99'9 por ciento. Pero, ¿y si no lo hace? Son apenas unos microsegundos, pero me comen los nervios. Y, por otro lado, la situación me excita sobremanera. No puedo aguantar más. Abro las puertas de la mampara antes de que pueda cambiar de idea.

-Creía que no te atreverías nunca -le digo, pícara.
-Yo... ya ves. Hagamos un trato, si yo he conseguido no ser un cobarde, no seas tú una egoísta y déjame al menos verte tocar de vez en cuando.
-Como mucho una vez por semana. Siempre y cuando después te duches conmigo.

No creo que sea un mal trato, ambos salimos ganando.

-Si no hay más remedio... -dice.
-Tonto, aún estás a tiempo de volver sobre tus pasos -le incito, aunque es lo que menos deseo en estos momentos.
-Creo que prefiero quedarme contigo -sonríe.

Cómo me gusta su sonrisa. Siento un pequeño calambre cuando me toca. Tiene la piel seca, caliente todavía, pero ya me encargaré yo de cambiar eso. Noto cómo su piel absorbe las gotas que me cubren y caen en finos hilos por mi cuerpo. Alza la mano izquierda y me acaricia el pelo mientras me besa lentamente. Todos mis sentidos se vuelcan en esa sensación. Lo guío hacia el interior de la ducha y cierro la mampara. Lo que pasa a partir de ahí ya es algo entre él y yo.

2 comentarios:

  1. pues es una visión muy parecida...pero yo sigo con la misma duda sobre el tamaño del baño

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  2. Me encantan ambas historias. Los puntos de vista son sutilmente distintos y las hacen diferentes.
    Veo que sigues en un estado muy parecido al de finde pasado, y me gusta, porque las historias son preciosas y a la vez atrevidas.

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