miércoles, 4 de mayo de 2011

¿Qué te pasa, niña?

Camino tranquilamente, con el mp3 a todo volumen en los oídos, sin pensar en nada. El sol se esconde a lo lejos sobre el mar y el cielo se tiñe de colores cálidos. Una ligera brisa me revuelve el pelo. De repente, alguien me toca el hombro. Me da un vuelco el corazón, ¡qué susto!, y me doy la vuelta. Entonces, te veo. Y el corazón comienza a galopar, sin riendas, deshaciéndose de su jinete Don Cordura, tirándolo al suelo y pisoteándolo. Adiós, buen juicio.
No sé si prefiero saber que te voy a ver o encontrarme contigo por sorpresa. Si lo sé, puedo hacerme a la idea e imaginar de lo que hablaremos, pero se me instalan unos nervios inamovibles en el estómago. Y si me encuentro contigo... estoy perdida, soy vulnerable, me sube el pulso de golpe y tengo que estar con el cerebro al ciento cincuenta por ciento, pensando qué decir.

-¿Qué haces por aquí? -preguntas.
-Yo, bueno, ya ves, por aquí... ¿y tú?

Te acoplas a mi paso y caminas a mi lado. ¿Que por qué estoy aquí? Qué preguntas más extrañas. ¿Qué importa lo que esté haciendo por aquí? El caso es que nos hemos encontrado, y mira, antes no lo sabía, pero ahora quiero simplemente caminar contigo. No hace falta que digas nada. Y si lo dices, te expones a recibir mi silencio como respuesta, aunque grabe cada una de tus palabras en mi memoria para perderlas con el tiempo.

-Dando un paseo. Dicen que es bueno para el corazón.

Corazón. Eso es lo que a mí me falta. Un corazón bien fuerte y sano, sin ninguna herida, sin ninguna tirita, sin ninguna lágrima. Un corazón joven, pero sabio, que no se deje engañar por palabras bonitas y besos baratos. Corazón.

-Eso dicen.

Se me quiebra la voz. Mierda. Y tú, chico listo, callas y miras al frente, disimulando, pero ya sabes que pasa algo. Yo sé que lo sabes. Y ambos sabemos que acabaré diciéndote qué es ese algo. Pero, de momento, mantenemos la compostura. Seguimos caminando y, sin querer evitarlo, llegamos a nuestro lugar secreto. Nos quitamos las máscaras antes de entrar. Subimos las escaleras y paras. Frente a mí, estás frente a mí. Subo el último escalón y hago acopio de fuerzas para levantar la cabeza. Me encuentro con tu mirada. Tienes cara de interrogación. Suspiro. Sin maquillaje, sin máscara, sin coraza, soy mucho más débil.

-¿Qué te pasa, niña?

No sabría describir tu voz. Lo has dicho muy bajito, suave, amable. De una manera que deja la puerta abierta para contarte cualquier cosa. ¿Sabes? Eres la única persona sobre la tierra que me llama "niña" sin que le reproche. En boca de los demás suena a superioridad, pero cuando viene de ti no es así. Es otra forma de llamarme por mi nombre, que sólo tú y yo sabemos. Y suena cálido. La primera vez que lo hiciste me pareció raro, pero me acostumbré y, de alguna forma, te di permiso en silencio para llamarme así.
Te miro. Aguanto tu mirada y mi cerebro deja de funcionar. Lo sustituye mi maltrecho corazón.

-Me pasa... me pasan muchas cosas.

Se me vuelve a quebrar la voz. Nos sentamos uno frente a otro, a una distancia prudente. Se me echa todo encima, y tú lo sujetas mientras te lo cuento. Se me llenan los ojos de lágrimas, pero no las dejo salir. No delante de ti. Ni de nadie. Big girls don't cry. Tiemblo, pero me contengo. Se me quedan las manos heladas. Y, cuando acabo de contarlo, vuelvo a la realidad.

-No sé qué decir -susurras.

Apenas somos dos humanos. No podemos controlar el destino. Muchas veces, lo que necesito es simplemente que alguien me escuche. Un buen oído y una sonrisa. Y todo está mucho mejor. Sonrío.

-No hace falta que digas nada.

Siempre has creído que soy muy fuerte, que puedo con casi todo, pero no es cierto. Como dice una canción de Linkin Park: I'm strong on the surface, not all the way through. Como a una muñeca de porcelana, me han roto muchas veces. Pero he sabido pegar cada trocito con infinita paciencia, hasta recomponerme. Aún así, tengo varios talones de Aquiles, y cuando tocan alguno, me deshago de nuevo. Y se me van quedando trocitos diminutos por el camino.

Se nos acaba el tiempo. Nos levantamos. Nos quedamos uno frente a otro, a la salida de nuestro lugar secreto. Pones tus manos sobre mis hombros. ¿Qué haces? No me toques. Pero no me aparto, no me quejo. En realidad, está bien. Me relajo. Primer acercamiento superado. Resistencia igual a cero. Me obsequias palabras de ánimo y una tímida sonrisa sincera. Entonces, te acercas más y me rodeas con tus brazos. Apoyo mi cabeza en tu hombro. Me aprietas muy suavemente, pero ese gesto hace que yo suelte todo el aire que me queda en los pulmones y aspire después tu olor. Me lleno de él. De ti. Tu abrazo no dura más de unos segundos. Nos soltamos.

Te regalo una pequeña sonrisa y me pongo la máscara mientras salgo de nuestro lugar secreto. Caminamos en direcciones distintas. Miro hacia atrás antes de que te escondas tras alguna esquina. Sonrío de nuevo. Y desaparezco entre la multitud.

3 comentarios:

  1. me ha gustado todo lo que oculta

    siempre lo secreto es aquello q más valoramos

    ResponderEliminar
  2. Son formas diferentes de decir lo mismo de siempre :)

    ResponderEliminar
  3. Me encanta cómo escribes.
    Tus letras son personales, directas, sencillas, tuyas.
    Estupendo.

    Un beso.
    El rincón de los sueños perdidos

    ResponderEliminar