domingo, 29 de mayo de 2011

No sé quién es el cazador y quién la presa...

Sería bonito decir que estaba en un garito de lujo con música tipo jazz o blues en directo. Podría llevar un vestido verde y estar tomando un San Francisco con mucho glamour. Seguramente me fijaría en algún caballero de otra mesa y pondría en marcha mis estrategias de seducción a distancia. La mirada interesante, beber a tragos pequeños y lentos, mojarme los labios a drede o dar vueltas a un mechón de pelo, insinuante. Es muy probable que él se acercara y, muy cortés, me preguntara si podía sentarse conmigo. Asentiría, reservada. Me lo imagino todo muy a lo francés. Me cogería una mano y la besaría delicadamente diciendo: "Bonsoir, Madamme, je m'appelle...". No sé, se me viene a la cabeza Louis. Podría llamarse Louis, o Bernard, o Jacques. Da igual. El caso es que acabaría acompañándome a casa en su carruaje y me despediría con otro suave beso en la mano. Después se sucedería un largo cortejo, un mucho más largo noviazgo y, finalmente, un matrimonio (in)feliz, ¿quién sabe?

Sería bonito decirlo. Pero, eso no fue lo que pasó en realidad. Esas cosas no existen más que en los sueños de princesas. ¿Para qué engañarnos? Eso ya no gusta a nadie.

En realidad me encuentro en un garito de mala muerte, rodeada de punkies, heavies y otros tantos. Llevo unas medias de redecilla, unas botas hasta la rodilla de tacón muy muy alto y muy muy fino, una corta falda de tul y un corsé. No me he secado el pelo y se me han hecho tirabuzones que me llegan hasta la cintura. Me acerco a la barra y pido una cerveza. En realidad no me gusta, pero es barata y sube rápido. Doy un par de tragos y miro a mi alrededor. Nada interesante, de momento. Voy hacia el grupo de bailarines y me encuentro con unos amigos. Bailo con ellos, me río, está bien. Pero no es suficiente. Hoy no busco eso. Siento una mirada en mi nuca y me doy la vuelta. Hay un hombre sentado en la barra que me mira fijamente. Sigo bailando como si no lo hubiera notado, pero le observo. Lleva una cazadora de cuero, unos vaqueros y una camiseta de un grupo que no reconozco. Se cruzan nuestras miradas, ninguno la desvía. No sé quién es el cazador y quién la presa, pero me gusta el juego.

Me muevo como la reina del baile. Y no precisamente de un vals puro y casto. Dos desconocidos se acercan y bailan conmigo. Dejo que sus manos rodeen mi cintura, que me hagan subir y bajar moviéndose en círculos. Me besan el cuello. Disfruto de la sensación. Pero no pasa de ahí. Cuando me aburro, los despacho con una sonrisa, un par de vueltas y estoy fuera de su alcance. Él sigue mirándome desde la barra. Tiene una sonrisa torcida y los ojos entrecerrados. Parece muy sexy, para qué negarlo.

De repente, suena la canción perfecta. Juego con mi pelo mientras bailo. Antes de que termine, me acerco a la barra, sin disimular. Me siento al lado de mi observador y lo miro. Sonreímos. No me besa la mano, ni es cortés. Simplemente, al ritmo de la canción, me dice al oído: "Are you gonna be my girl?". Y me derrito. No es amor a primera vista, no pasarán cosas bonitas, no tendremos un romance duradero. Me acerco a él un poco más y le digo, como si me fuera la vida en ello, dos simples palabras: "Oh, yes". Nos recorre la lascivia. No tengo ganas de besarle. Tengo ganas de comerle la boca y todo lo demás, de que me tire del pelo mientras le arranco gemidos, de follármelo como una salvaje. Todo sucio y placentero. Todo tan carnal, tan pecaminoso...

Nos levantamos y salimos. Se apaga la música, como si hubiera puesto en silencio la televisión, y sólo queda nuestra respiración. Paramos en una calle de esas oscuras, un callejón de secretos, y me empuja suavemente contra la pared. Se acerca y aprieta sus labios contra los míos. Noto cómo sus manos se deslizan entre mi pelo y bajan hasta mi cintura. Rodeo con las mías su cuello mientras se abren nuestras bocas. Aceleramos el ritmo. Nuestras manos bajan a la vez. Eliminamos el espacio que queda entre nosotros. Le rodeo con una de mis piernas y lo siento tan cerca, tan cerca...

Me sobra todo: el corsé, la falda, las medias y las botas. Me sobra su ropa también. Me sobran las ganas... Y me faltan aún los orgasmos que vamos a arrancarnos sin piedad el uno del otro esta noche.

Simplemente.

4 comentarios:

  1. Increible. Me gusta muchísimo.
    No todo es siempre bonito, pero hazme caso, todavía existen (aunque esten escondidos) esos hombres de aspecto francés que te besan la mano sin ninguna segunda intención en ello.

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  2. Disfruto mucho más de la sutileza ilustrada del Siglo XVIII :)

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  3. oh sí nena ;)

    hay veces en las que hay que descansar de tanto romanticismo...

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