domingo, 10 de abril de 2011

París bajo la lluvia.

Se supone que debo estar estudiando. Toca algo del siglo XIX, no sé exactamente qué. No importa. Estoy aquí escribiendo. ¿Por qué? En el libro aparecía la palabra París. Y, de repente, me ha venido a la cabeza una imagen...

Recuerdo cuando salimos de aquel restaurante de Montmartre. Llovía a cántaros. No sé de quién era el paraguas, pero seis personas nos resguardábamos de la lluvia bajo él. Me caían finos hilillos de agua del pelo empapado, pero nos reíamos como locos. No sé qué pasó entonces. Estuvimos esperando un buen rato. Patatín, patatán. Los típicos chulazos a la intemperie sin paraguas. Las típicas niñas monas chillando. Me gusta la lluvia. Me gustan las reacciones que manifiesta la gente ante la lluvia. Algunas parece que se van a morir si les cae una gotita. Otras... bueno, a otras no les importa coger una pulmonía.

Recuerdo que me quedé mirando a una pareja que pasó a nuestro lado. Hablaban en francés (obvio). Llevaban un paraguas de colorines. Él era un poco más alto que ella. Ella llevaba un chaquetón rojo. No sé si fue eso lo que me llamó la atención. Puede ser. Inventé su conversación. Quizás iban a una cena importante y habían ido caminando porque el lugar escogido les quedaba cerca de casa. Seguramente ella iría preocupada por su pelo. Diría algo como "Merde, ahora se me va a estropear el peinado". Imaginé entonces a su acompañante como un chico avispado, pillo. Quizás él le diría "J'adore tu pelo bufado". Me reí yo sola. Nadie se dió cuenta entre el griterío. Seguramente aquella pareja hablaba de cosas mucho más importantes. O no.

Sé que llegó el autobús y subimos. Me revolví el pelo y salpiqué alrededor. A veces, me gusta hacer eso. En plan perro, o gato. Cantamos. Cantamos a grito pelado alguna canción cambiándole la letra. La cantamos hasta que entramos en calor. Y seguimos cantando. Sé que, en algún momento, alguien planteó la idea de un almanaque, cuyas características no quiero recordar.

Y pasamos al lado de la torre Eiffel. Siempre tan espectacular. El cristal estaba empañado. Pasé la manga de mi camiseta para poder ver a través de él. Diminutas gotas lo acariciaban y se perdían, difuminando el contorno de los objetos más allá del autobús. Vi la silueta de la torre. Sonreí. París no fue una ciudad. París no fue un viaje. París no fue un hotel. París fue nosotros y aquel autobús.

París bajo la lluvia siempre fue mucho más bonito.

6 comentarios:

  1. la lluvia lo hace todo mas bonito...imagina una tarde de lluvia con una persona especial, no es perfecta?
    B

    ResponderEliminar
  2. Muy lindo blog, te leo de cerquita.
    una invitación al mío: globosagua.blogspot.com

    ResponderEliminar
  3. sí, yo recuerdo una tarde de lluvia intensa en parís...casi igual

    ResponderEliminar
  4. "j'adore tu pelo bufado" puede haber algo más romántico que eso????

    ResponderEliminar
  5. Algún día podré conocerlo.
    Demasiado bien se escribe en tantos lugares de allí.

    ResponderEliminar