sábado, 9 de abril de 2011

Cicatrices.

Se acerca titubeante y dice un par de cosas que no llego a oír. Lo miro fijamente. De algún modo, sé que esconde una traviesa intención en su sonrisa. Observo cómo sus manos se deslizan hacia la cremallera del estuche mientras continúa hablando. Ahogo una protesta en mi garganta y permanezco en silencio. Abre el compartimento superior y echa un vistazo rápido, sin pedir permiso. Lo cierra de nuevo y forcejea con la cerradura del otro compartimento. Le ayudo a abrirla: "Aprieta hacia abajo", le digo. Lo consigue. Contengo la respiración mientras el ruido de las cremalleras al abrirse inunda mis oídos.

Levanta la parte superior y ve a mi pequeña, todavía cubierta por la pieza de terciopelo granate. Suelto todo el aire que he contenido. Descubre el instrumento con delicadeza, despacio, muy despacio. Tan, tan despacio, que me parece que pasan siglos mientras lo hace. Siento mi propio pulso en las muñecas, fortíssimo. Cuando la viola queda completamente visible, me siento cohibida. No puedo hablar. Como si una parte de mi alma hubiera quedado desnuda. Y siento la vibración del alma de mi pequeña dentro de su estuche, acariciada por unas manos desconocidas.

El alma de la viola es una pequeña barra cilíndrica de madera situada dentro de la caja de resonancia del instrumeto, en la parte cercana al puente, que sostiene ambas tapas de madera y evita que se chafen, dicho de modo coloquial. Sin el alma, el instrumento no podría sobrevivir.

Son apenas unos segundos. Siento cómo vibra ante el contacto desconocido y después me llama, confundida. Puede que sólo sea producto de mi imaginación.

-Qué bonita es -dice.

Sonrío. Pues claro que lo es. ¡A ver quién puede decir lo contrario!

Con rapidez, coloca de nuevo la pieza de terciopelo sobre mi pequeña, cierra las cremalleras y la cerradura. Me mira sonriente. No decimos nada más. No hace falta decir nada más. Ha vuelto a ver esa parte escondida de mi propia alma, sin pedir permiso. Y yo le he dejado, sin rechistar. ¿Por qué? Todavía no lo sé, pero confío. Porque, de vez en cuando, yo también veo partes escondidas de su alma entre sus miradas.

Cojo a mi pequeña y me alejo, no sin antes dedicarle una última mirada. Sabemos que la situación no volverá a repetirse hasta dentro de mucho tiempo. Quizás nunca.

Cuando llego a casa, me encierro en la habitación, pongo música lenta y abro el estuche. Me deshago del terciopelo y cojo el intrumento. Recorro cada una de sus curvas, cada una de sus cicatrices. Me gusta su olor a madera y metal mezclado. El olor a viejo y nuevo, a clásico y moderno, a pasado y presente. Al dejarla de nuevo en su lecho, veo un papelito caer. Lo recojo. Hay escritos una hora y un lugar, pero lo más importante es lo que pone detrás:

"Te he vuelto a ganar".

Sonrío. Eso ya lo veremos.

Preciosa...

2 comentarios:

  1. Eres todo música :)

    Ese es el típico acto que sonríes inevitablemente cuando lo ves. Inevitablemente...

    ResponderEliminar