martes, 5 de abril de 2011

No hay nada que pueda decir.

Sale del coche y cierra la puerta con un golpe. Camina despacio, sintiendo el aire que choca contra su cara y le borra el ceño fruncido. Un manto de nubes cubre el cielo y los colores parecen mucho más oscuros. La vida es gris. El viento mueve las hojas de los árboles con violencia. Se le revuelve el pelo, pero no levanta una mano para colocarlo. Es inútil, seguirá igual. Ve a un par de fumadores en la puerta. Los mira con detenimiento. Uno es un chico joven que se mantiene con el peso apoyado en una sola pierna, relajando la otra y disfrutando de su pitillo. El otro es un hombre mayor, casi anciano, que lleva puesta una bata y unas zapatillas y se apoya en el pie de suero, cuyos tubos se inyectan en la mano que sostiene temblorosamente el cigarrillo que aspira con ansiedad.

Se miran. No dicen nada. No hay nada que puedan decir. Ella sigue andando hasta la puerta. Sube en el ascensor hasta la tercera planta. Nadie interrumpe el viaje. Comienza a sentir claustrofobia en ese espacio tan reducido, pero la sensación se esfuma cuando se abren las puertas. Hay cuatro mujeres sentadas en las butacas de espera. Una llora desconsoladamente mientras la que está a su lado la abraza. Las dos restantes miran al suelo en silencio. Pasa por su lado como un suspiro e intenta recorrer el interminable pasillo todo lo rápido que sus piernas le permiten.

Su corazón se acelera. Boom-boom, boom-boom. Le sudan las manos. Boom-boom, boom-boom. Dos médicos se cruzan en su camino. Boom-boom, boom-boom. Oye a las enfermeras lidiar con el paciente de la trecientos doce. Boom-boom, boom-boom. Un hombre con gabardina sale de una habitación a su derecha y casi se da de bruces con ella. Boom-boom, boom-boom. Susurra un leve "perdón" que no responde. Boom-boom, boom-boom. No queda mucho. Boom-boom, boom-boom. Ya está llegando. Boom-boom, boom-boom. Para frente a la puerta. Boom-boom, boom-boom. La abre.

Boom-boom, boom-boom, boom-boom, boom-boom, boom-boom, boom-boom, boom-boom, boom-boom, boom-boom, boom-boom, boom-boom, boom-boom, boom-boom, boom-boom, boom-boom, boom-boom.

El medio minuto que tarda en recorrer el espacio de entrada de la habitación se hace infinito.

Boom-boom, boom-boom, boom-boom, boom-boom, boom-boom, boom-boom, boom-boom, boom-boom, boom-boom, boom-boom, boom-boom, boom-boom, boom-boom, boom-boom, boom-boom, boom-boom.

Hay un cuerpo tendido en la camilla, cubierto con una sábana blanca hasta la cintura. Hay tres personas más en la habitación. Se acerca a la camilla. El ambiente está cargado. Se sienta al lado del enfermo. Éste gira la cabeza con esfuerzo y los ojos se le iluminan al verla. Ella coge su mano y la acaricia. Está áspera, como siempre, pero más débil que nunca. No dicen nada. No hay nada que puedan decir. Los demás salen de la habitación. Ellos no se inmutan. Se miran en silencio. A él le tiemblan los labios. Ella le dedica una media sonrisa, natural, como las de siempre.

Les cuesta respirar, aunque intentan que no se note. Ella quiere romper el silencio, gritarle que se levante, que todo esto no es más que un sueño, que no se va a ir. Él quiere aguantar un minuto más mirando sus ojos color canela, y otro más, y otro...

Ninguno sabe cuánto tiempo llevan observándose en silencio. Pero, el tiempo siempre se agota. Lo notan antes de lo que ellos quisieran. Él le sonríe y se apaga lentamente. Ella le aprieta la mano. Se traga las lágrimas y el nudo de su garganta. Llama a la enfermera y sale de la habitación.

Ya fuera, se une a la pareja de fumadores que todavía están allí. Quizás no ha pasado tanto tiempo. O quizás ha pasado demasiado. No dicen nada. No hay nada que puedan decir. Se miran en silencio, inhalando y expulsando el adictivo humo de sus cigarrillos. El aire sigue azotando los árboles. Las nubes siguen cubriendo el cielo. Pero, la vida es hoy un poco más gris, porque él ya no está.


No digo nada. No hay nada que pueda decir.

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