viernes, 11 de febrero de 2011

Café y sonrisas.

Nos levantamos riendo. Tiene una sonrisa preciosa. Y no me refiero sólo a los dientes, sino a todo el conjunto. Sus labios se abren de una manera especial, se curvan hacia arriba, sus mejillas se alzan, sus ojos se empequeñecen y cientos de diminutas arrugas los rodean. Y el sonido de sus carcajadas es tan puro, tan sincero. No he pasado ni quince minutos con ella y ya me encanta.
Entramos en el establecimiento y pido dos capuchinos. Nos los sirven muy calientes. Ella acerca la taza a la nariz y aspira suavemente el aroma del café cerrando los ojos.
-Me gusta el café. Me recuerda muchas cosas –dice pensativa.
-Los recuerdos con café de por medio suelen ser buenos –coincido.
Nos quedamos un rato callados, saboreando esa bebida adictiva y un poco amarga, soñando despiertos. Sé que me mira sin verme, absorta en sus pensamientos, pero no importa. Me gusta observar sus labios húmedos tras beber un sorbo de café. Parecen un poco más carnosos y se me antojan aún más deseables. Necesito que hablen para mí, quiero deleitarme con la dulce voz que emana de ellos. Y, de repente, me doy cuenta de un detalle importante.
-No tienes acento alemán –la afirmación me sorprende más a mí que a ella.
-No dije en ningún momento que fuera alemana.
-Pero tampoco eres de por aquí. No me mientas en esto, va, ¿de dónde eres?
-He vivido en tantos sitios que ya no sé de dónde soy. Supongo que en realidad soy de todos y de ninguno –un fugaz destello de melancolía desfila por su mirada.
-Y una chica con tantos pasaportes agotados, ¿cómo ha ido a parar a un pueblucho como éste y ha acabado tomando café con un palurdo como yo?
Se ríe. Sé que me repito, pero ¡qué bonita es! No sé cómo explicar el sonido de su risa. Es algo parecido a la calidez del violonchelo, mezclado con la pureza del violín, en uno de los trinos de una pieza de Mozart. Quizás no quede del todo claro, pero no se me ocurre manera mejor para describirlo.
-Estaba esperando a alguien, ¿recuerdas? He venido a verle, pero supongo que tendría otras cosas más importantes en mente y se le ha pasado. O quizás le daba miedo el reencuentro. Siempre ha sido un poco a su manera, ¿sabes?
-Eh, eh, para. ¿Me estás diciendo que has quedado con un tío al que hace tiempo que no veías y te ha dejado plantada por miedo? No sé, chica, será a su manera, pero es tonto de remate.
-Eso tampoco te lo voy a negar.
Acerca la taza a su boca y da el último sorbo al café. Tengo miedo de que ese trago sea el punto y final de esta maravillosa experiencia. Charlotte parece estar pensando lo mismo. Despacio, como arrastrando las palabras sin creerse del todo estar diciéndolas, me pide que pasee con ella.

Pago un precio que me parece absurdo comparado con lo que he ganado esta tarde y salimos de la cafetería. En la puerta, Charlotte levanta un poco la camisa para colocársela bien. Descubro unas finas líneas negras dibujadas en la piel de su espalda. Es apenas un instante, pero me impacta. Y realmente no sé por qué.
-Tienes suerte de haber encontrado a un buen guía, llevo tantos años aquí que puedo llevarte a los sitios más recónditos y perfectos de este lugar. Ahora, si me permite, mademoiselle, quisiera enseñarle uno que se asemeja un poco a su hermosura.
-Al final con tanto halago voy a terminar por creérmelo –responde-. Me parece bien, guíeme usted.
Se aferra a mi brazo. Y me siento la persona más afortunada del mundo. La conduzco por estrechas calles y viejas carreteras, entre las que se respira ese aroma característico de la antigüedad bien conservada. Llegamos a un sendero rodeado de árboles. Estamos en Abril, en plena primavera, y la hierba está impregnada de colores. Hay que caminar un rato hasta el final, pero vale la pena.

Cariiiiiiiiiiiiiita feliz.

3 comentarios:

  1. que buen recurso aquel que promete la belleza de un lugar con la de alguien e iguala o supera las expectativas

    buen relato

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  2. :)
    oh!
    los recuerdos con café son los mejores, coincido contigo.

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  3. Estas cosas ya no pasan, desgraciadamente o "afortunadamente" en la realidad...

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