sábado, 12 de febrero de 2011

Almendros en flor.

-Hay que caminar un rato hasta el final –la advierto-, pero te aseguro que vale la pena.
Me mira y asiente. Caminamos sin prisa. Charlotte se gira hacia todos lados, parece estar disfrutando como una niña pequeña. El olor de las flores se mezcla con el canto de los pájaros y la suave brisa que hace el día menos caluroso. De vez en cuando, echo un vistazo rápido a mi acompañante. ¿De dónde ha salido y por qué no la he conocido antes? Es extraño que me preocupe por el pasado y no por el futuro. Sin embargo, no me importa lo que pase después. Me siento tranquilo a su lado.
Al final del sendero hay una curva. Siempre me ha gustado eso. Es la perfección de la naturaleza, que protege su belleza de miradas indiscretas.
-A partir de aquí tienes que cerrar los ojos –le digo.
Me mira con sorpresa. Una expresión que se transforma en reproche.
-¡No, eso no vale! ¡Quiero verlo! –me responde mientras suelta mi brazo.
-Vamos, deja que sea una sorpresa, así te gustará aún más.
Sus labios se fruncen y levanta la ceja derecha. Tiene una cara graciosa. También me gusta así, enfadada.
-Venga, serán sólo un par de minutos. Además, no dejaré que te caigas. Y prometo avisarte en cuanto lleguemos.
Se lo piensa unos segundos más y pronuncia un escueto “vale” con resignación. Cierra sus preciosos ojos azules y alza una mano. La cojo y comienzo a caminar, poniendo toda mi atención en cada uno de sus pasos. Giramos lentamente la curva. Miro hacia el horizonte. No cabe duda de que aquel lugar es hermoso, pero no tanto como ella… La conduzco con cuidado hacia el centro del lugar y dejo caer su mano. Me coloco detrás de ella y le susurro al oído un tímido “ya”. Sé que abre los ojos en ese instante porque alza un poco la cabeza al hacerlo.
Ante ella se descubre un prado en el que se confunden todos los tonos verdes existentes. Hay decenas de almendros, cuyas flores dan pequeñas pinceladas rosas al paisaje. Y al fondo, visible a través de los árboles, la tierra se acaba para dejar paso a un acantilado desde el que se puede ver cómo el mar se pierde en la lejanía. Escucho su exclamación ahogada.
-Es… es precioso –musita.
Se da la vuelta y me abraza. Su contacto apenas dura un par de segundos, pero me deja sin respiración. Como si fuera lo más normal del mundo, ella se quita los tacones y los deja a un lado en la hierba. Me coge de la mano y echa a correr, tirando de mí. Llegamos al borde del acantilado. El viento es más fuerte allí y le revuelve el cabello casi con violencia. Aspira profundamente y sonríe. Yo sólo puedo observarla a ella.
Un rato después se da la vuelta y se dirige hacia los almendros. Se sienta apoyando la espalda en el tronco de uno. La sigo y me coloco enfrente de ella, mirándola fijamente. Se me ocurre que una foto en esa posición, con el contraste entre sus vaqueros y la hierba, su camisa lila y el tronco marrón, rodeada de flores, ganaría todos los concursos habidos y por haber. Sin embargo, ni siquiera saco el móvil para capturar esa imagen. Quizás es tan bello porque es efímero, y quiero recordarlo así.
Una flor cae del árbol como un ligero copo de nieve y cae sobre su pelo. Me acerco, lo recojo y se lo entrego.
Seguimos hablando, de todo y de nada. Nos acostamos sobre la mullida hierba y miramos las nubes. Entre risas, imaginamos qué forma tienen. Poco a poco, diluido entre palabras y sonrisas, el tiempo se nos escapa y cuando nos damos cuenta, el cielo se ha oscurecido y unas cuantas estrellas asoman débiles de entre su negrura. Nos quedamos callados un rato.
-Tengo que irme –susurra con esfuerzo.
Sin decir nada, nos levantamos. Ella vuelve a ponerse los tacones y se aferra de nuevo a mi brazo. Caminamos en silencio. O quizás silencio no es la palabra exacta, porque aunque nuestros pasos no hicieran ruido, ni se oyera de fondo el ruido del mar y del viento, se escucharía el agudo pitido de nuestros sistemas nerviosos y el acompasado boom-boom de nuestros corazones. El mío mucho más rápido que el de ella, seguro.
Llegamos a la estación de tren. No lleva equipaje, pero no me extraña. Saca un billete del bolsillo de su pantalón. De alguna manera, esperaba que fueran dos, y me siento un poco defraudado. Estoy volviendo a la realidad. Hemos pasado una tarde perfecta, sí, pero he de recordar que simplemente soy un desconocido para ella. En ningún momento deja de sonreír. Bajamos al andén. No quiero mirar a qué destino se dirige, porque sé que ella luego cambiará de ciudad de nuevo y no me serviría para encontrarla.
Es casi la hora. Hay gente despidiéndose de sus familiares. Lloran y ríen a la vez, por la tristeza del abandono y la alegría del viaje. Otros van solos, muchos de ellos cabizbajos. El revisor hace un par de agujeros en el billete de Charlotte.
-Puedes pasar si quieres –me dice-. El tren saldrá en un par de minutos.
Sonrío y musito un leve “gracias”. La acompaño hasta el vagón número ocho. Todos los viajeros han subido ya y los familiares se dispersan. Charlotte me mira durante un segundo que se me antoja eterno. Yo callo. El maquinista pita. La voz del megáfono dice algo que no llego a entender. Pero sólo existe ella.
Sin previo aviso, se acerca, coloca sus manos dulcemente sobre mis hombros y roza mis labios con los suyos. Cierro los ojos durante un segundo. Cuando se aleja, sonríe. Y se introduce en el vagón justo antes de que cierren las puertas.
Me quedo allí clavado hasta que el tren desaparece a lo lejos. He pasado una tarde absolutamente maravillosa con una completa desconocida. No, con la mujer de mi vida. Y se ha ido. Pero no estoy triste, ni me siento mal. Es algo que sabía desde el principio. Rehago mi camino y salgo de la estación. Todavía percibo su aroma, aún resuena su risa en mis oídos. Y no puedo quitarme la imagen de sus ojos azul celeste de la cabeza.
De repente, imagino las líneas que entreví en su piel como un tatuaje que le cubra toda la espalda. Unas alas que nazcan en sus omoplatos y terminen al principio de sus nalgas. Y me pregunto entonces algo absurdo.
“¿Será un ángel camuflado?”

2 comentarios:

  1. coloca sus manos dulcemente sobre mis hombres... aqui me he reido un montón...

    amos digo yo que siendo angel pudiera haberse( los ) precipitado/s por el precipicio

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  2. hombrOs, hombrOs!! un fallo lo tiene cualquiera!

    y no sabemos a ciencia cierta si es un ángel ;)

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