lunes, 6 de diciembre de 2010

Adiós a los bonitos recuerdos navideños.

Todos los años, uno de los primeros días de Diciembre, en casa ponemos el árbol de Navidad. Recuerdo la emoción al colgar bolitas de las ramas del arbolillo, las carcajadas cuando colgaba en mi cuello todas las cintas de colores y me sentía una gran Diva. En mis dieciséis años de vida, no ha habido uno solo en el que no haya decorado el árbol, aunque fuera con cuatro figurillas. Y el sábado llego a casa, me pongo las zapatillas, me espachurro en el sofá, pongo la televisión (cosa que no hago muy a menudo) y, mientras que dan un anuncio de la lotería, miro embobada el recargado árbol de Navidad a mi izquierda. ¿Qué me he perdido?

Resulta que mi hermano se encabezonó en que quería poner el árbol ése día. Y, total, como yo ya sólo cuelgo un par de bolas y coloco la estrella arriba... Pues, ¿por qué dejar al crío sin la ilusión? Oh, bien. Por lo menos me dejaron el Belén de la entrada (nótese el sarcasmo).

Adiós a los bonitos recuerdos navideños.

¿Me prometes que pondrás un árbol de Navidad conmigo? ¿Me prometes que colgaremos de él nuestras ilusiones? Quizás, entre cintas, bolitas, villancicos, risas y besos, el árbol se quede a medias.

Quizás, también ponga muérdago, aunque no necesite ese tipo de excusas.

Tus besos son mejores que éste, ambos lo sabemos.

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