jueves, 29 de marzo de 2012

Sin añadidos.

A Fernando, el poeta.

Anochece tras las cortinas. El caos del escritorio se vuelve una imagen en blanco y negro, y todo parece más ordenado, más tranquilo. Las bolas de papel que adornan la habitación recogen las tristes palabras desechadas. Y en medio de la oscuridad serena, el frenesí colérico del poeta. Su libreta parece más pequeña que la última vez, ha arrancado demasiados poemas. Las ojeras le marcan sin piedad el rostro, y le dan esa pinta de loco que todo humano necesita de vez en cuando.

Las estancias modernas de los poetas ya no huelen a tabaco y café. Es el mismo aire viciado de la desesperación, más nítido y punzante que nunca. Sin añadidos. Sus ojos miran las hojas sin verlas. Su mente vuela cerca de la piel de su musa, la acaricia y se impregna de Ella. No es fácil encontrarla en tiempos grises como los que acechan. Pero, cuando lo consigue, no puede evitar desaparecer en su aroma.

E intenta atraparla entre la tinta y el papel, rápido. Escribe, y le tiemblan las manos. Escribe, y se le escapa en segundos su amada. El bolígrafo se le resbala entre los dedos y cae al suelo. Clara maúlla y se coloca de un salto en su regazo. Él, sorprendido, sonríe y la acaricia. El ritmo de su respiración se acompasa poco a poco.

-¿Cuándo volverá, mi pequeña? Siempre me deja cuando más la necesito...

Clara lo mira, inocente, desde sus grandes ojos verdes. Él deja caer la cabeza sobre las manos, rendido. Todavía le recorre las venas un leve temblor. Siempre va preparado por si Ella aparece y le ayuda a terminar por fin ese maldito poema que le costará litros de tinta, cientos de hojas y, si no lo hace pronto, hasta la vida.

1 comentario:

  1. No hay mucho que decir ante este personaje.
    El poeta es demasiado diferente a todo lo demás. Parece, que cuanto más difícil es la situación, mejor es su poesía. Algo fácil estaría fuera de sus posibilidades.

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