jueves, 23 de febrero de 2012

Cobarde.

Demasiada gente en poco espacio. Nadie reconoce un rostro. Nunca paran más de dos segundos en una mirada. Soy el único espectador que, desde el otro lado de la calle, ve en tus ojos cómo estallas por dentro. Como si una bomba hiciera explotar esa figura de hielo que guardas en el interior de tu alma, y cada pequeño cristal helado se clavara en tu piel. Alguno llega incluso a rozarme, tu dolor impregna el aire. Me gustaría recorrer a grandes zancadas los metros que nos separan, borrarte con mis manos el océano que se derrama de tus ojos, abrazarte fuerte hasta que se fundiera el hielo. Sonreírte después, y perderme entre la multitud sabiendo que he conseguido hacerte olvidar todo por unos momentos. Y, sin embargo, no hago nada de eso. Temo que ya haya empezado a fundirse ese hielo clavado en tu piel y que, al entrar en contacto con la mía, se produzca un cortocircuito. Observo cómo recoges tu valor, cómo afrontas las heridas. No has reparado en mi cobarde presencia. Caminas despacio, como si transportaras una enorme carga. Poco a poco te yergues, sueltas las correas que la atan a ti y la dejas caer. Flotas. Despliegas unas fuertes alas y echas a volar. Todo ha pasado ya. Puedes caer y levantar el vuelo. Qué maravilloso verte surcar los cielos. Y qué pena no poder seguirte. Desvío mi mirada hacia el suelo y camino despacio, perdido entre hombres sin cara. Yo mismo soy un hombre sin cara, incapaz de cruzar los metros que nos separan y volar a tu lado.

4 comentarios:

  1. Si miráramos a cada una de las personas con las que nos cruzáramos a los ojos, sin duda, sería demasiado cruel para nosotros.

    Me ha recordado a la Victoria de Samotracia...

    ResponderEliminar
  2. Me ha tocado, muy profundo. Muy bonito.

    ResponderEliminar