martes, 5 de julio de 2011

Un sólo corazón.

En verano los atardeceres son mucho más bonitos. Y es muy sencillo explicarte porqué...

Después de un largo día expuesto a temperaturas que sobrepasan los límites del infierno, su final sabe a gloria. Sentados sobre las rocas de alguna playa remota, alejada de la civilización, la globalización, el turismo y la crisis, Blanca se acurruca entre los brazos de Manuel. El sol mece las olas al rozarlas suavemente con sus rayos; y éstas chocan contra las piedras y salpican los pies de los amantes, cubriéndolos de pequeñas gotas cristalinas. Una suave brisa revuelve el pelo de Blanca y eleva sus cabellos en el aire, delante del rostro de Manuel. Ambos contemplan absortos el anochecer. Blanca, con sus ojos azules abiertos de par en par, fotografiando en su retina la imagen para guardarla en el álbum de sus recuerdos. Manuel, entre los mechones de Blanca, aspirando su aroma, sintiendo cada uno de los latidos de su alocado corazón.

El tiempo pasa más rápido de lo que a ellos les gustaría, y el sol se esconde bajo la línea del horizonte antes de que se den cuenta. Una oscuridad absoluta los envuelve. La piel de Blanca se eriza en el frío de la noche. Manuel la abraza más fuerte. Sonríen.

-Quizás deberíamos irnos, empieza a hacer frío -dice con pesar él.
-Sólo un ratito más, hasta que salgan las estrellas -suplica ella.

Manuel asiente. En realidad no quiere irse. Entonces aparece la luna a lo lejos. La luna sobre el mar siempre es más hermosa, más pura. Su luz blanquecina ilumina a la pareja que se funde en un sólo corazón. Pequeñas estrellas dejan ver su dulce resplandor poco a poco, hasta hacerse un manto de la noche que quita el frío a los intrépidos amantes.

-¿Sabes? -interrumpe Blanca con voz suave-. Seguramente la mayoría de las estrellas que estamos viendo ahora mismo ya se han apagado.
-Yo sé de una que nunca se apagará.
-¿En serio? -Blanca se yergue, intrigada-, ¿cuál?, ¿cómo lo sabes?
-La tengo entre mis brazos.
-Ese era un piropo fácil -dice Blanca desilusionada.

Y, aunque se hace la enfurruñada, sonríe y se sonroja levemente. "Una estrella, qué cosas tiene", piensa. Vuelven a mirar el cielo, rodeados de un silencio roto únicamente por el sonido de las olas, el canto permanente del mar. De repente, una estrella fugaz cruza el cielo y se pierde en el horizonte, como si hubiera caído a las profundidades del mar para ser custodiada por las sirenas.

-Ahora me dirás que las estrellas fugaces no son más que meteoros -dice Manuel con voz de documental-, trozos de rocas interplanetarias que chocan y se incendian, provocando intensos flashes de luz al entrar en la atmósfera terrestre.
-No tonto, la estrellas fugaces existen. ¿Has pedido tu deseo?
-No necesito pedirlo, tengo todo lo que quiero en este instante. ¿Y tú, qué has pedido?
-Si te lo dijera no se cumpliría.
-Vamos, dímelo, una flamígera roca voladora no va a hacer que se cumpla tu deseo.
-Es posible que no. Pero, ¿y si lo hace?
-Algún día cazaré una estrella fugaz y te la regalaré. Entonces me dirás lo que pediste, ¿vale?
-De acuerdo.

Blanca sonríe. Él nunca sabrá que lo que ella ha pedido es ver muchos atardeceres más juntos. Un deseo muy simple, quizás. Manuel mira sonriente los ojos brillantes de ella, siempre soñadores. De repente, siente una necesidad tremenda de saber...

-¿Me quieres? -pregunta.
-Sabes que no -responde ella. A continuación, se da la vuelta y lo mira fijamente. Se acerca despacio hasta que sus narices se tocan y deja que sus labios se rocen-. No te quiero. Te necesito. Te adoro. Te amo. Más allá del infinito. Y eso se queda corto.

Un sólo corazón.

1 comentario:

  1. Me encanta. Muy real y a la vez tiene ese toque de fantasía de historia romántica. ^^

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