domingo, 9 de enero de 2011

Qué violento.

Quizás es un poco violento decir que eres como una descarga de ochocientos mil voltios en el estómago. Soy una chica muy tranquila, aunque no me creas. De verdad que lo soy. Pero es que... es que tú enciendes cada partícula de mi cuerpo de una manera que no sé describir.

Podemos pasar la tarde entera juntos. Hablando, riendo, abrazando, acariciando. Podemos pasar la tarde entera juntos como una de esas parejas felices de película. Exactamente como te la acabas de imaginar, en plan "Un paseo para recordar" o "El diario de Noa". Pero siempre hay un momento en el que conectas los cables y, joder, qué descarga. Y eso es lo que me vuelve loca. A ver, me explico.

Da igual dónde estemos: un parque, una calle, unas escaleras, donde quieras. Me llevas de la mano, regulando la temperatura de tu cálida y mi fría piel. Y paras. A saber por qué paras justo en ese momento. Te da el punto y paras. Te miro, casi con preocupación. Y entonces veo tu sonrisa. O no, el juego ya ha empezado, ya no hay vuelta atrás.

Yo también sonrío como una idiota embobada. Tienes unos ojos tan bonitos. Y combinan tan bien con el rubio oscuro de tu pelo... ¡Qué ñoñería! Pero es la pura verdad. Tú pareces estar pensando algo malévolo. Sí, son estas veces en las que tu sonrisa se hace más amplia por un extremo y en tu mirada casi se leen los pensamientos.

Tiras de mí y me acerco lentamente. Colocas tus manos en mi cintura y yo las mías alrededor de tu cuello. Ningún trozo de nuestra piel se toca y el momento es tan perfecto que esta descripción no es suficiente para expresarlo. Acerco mi nariz a la tuya, rozándola suavemente. Primero por el lado derecho, luego por el izquierdo. Me alejo y te miro. Tienes los ojos cerrados. Lo hago otra vez, acercando más mis labios a los tuyos. Intentas besarme pero las ganas se quedan en el aire, yo ya estoy fuera de tu alcance. Abres los ojos casi con reproche. ¡Cómo me gusta provocarte! Y lo que te gusta a ti...

Agarras con más fuerza mi cintura. Ahora sí que no puedo escapar, aunque tampoco querría. El parque, la calle, las escaleras o el lugar que hayas escogido para ubicarnos desaparece. Estamos en una diminuta isla desierta, en cualquier parte del Océano Pacífico. Un trocito de tierra, tú y yo, el mar rodeándonos. Te acercas a mis labios despacio. Muy despacio. Y despositas un suave beso por la derecha, otro por la izquierda. Y te quedas en la izquierda, porque por ese lado los besos siempre nos saben mejor.

Tus labios se quedan quietos por un momento, junto a los míos. Y entonces comienzan a abrirse con millones de besos que se abalanzan a la carrera sobre la meta. Los míos se abren también y nuestras bocas se unen. Tus manos comienzan a descender hasta los bolsillos traseros de mi pantalón. Tu respiración se ralentiza y el ritmo de tu corazón se acelera. Mi mano derecha se asienta entre tu pelo y te acerca más a mí.

Si tuviera que parar el tiempo, lo haría en este instante. La adrenalina se ha abierto paso en mis venas y recorre todo mi cuerpo repartiendo escalofríos. Se me ha olvidado respirar.

Nos separamos no sin cierto pesar y deposito otro suave beso en tus labios antes de abrir los ojos. Y los abro, y te encuentro allí. Tan vivo como yo. Con las felicidad pintada en el rostro.

Esa es la descarga de ochocientos mil voltios de la que hablo. Qué violento. Qué violento, qué dulce y qué placentero. Qué locura.

3 comentarios:

  1. que locura que produce este locazo a la chica de la enorme sonrisa y si TE AMO(L)B:)

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  2. que bonito, que bonito :)

    te mando un beso, pero no de esos ;) jaja

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