miércoles, 19 de abril de 2017

5/4: Un-dos-tres un-dos un-dos-tres un-dos

Abro una de tus cartas al azar. Una de esas ya arrugadas y amarillentas, de esas que huelen a tantas noches de lectura, a tantos sueños brillando en la mirada. Intento reprimirme, pero los ojos vuelan hambrientos sobre el papel, sobre tu afilada letra. Se me llena el alma al sentirte tan cerca, tu respiración apenas a unos centímetros de mi pelo, recitando en mi mente palabras que nunca pronunciaste en voz alta. Se me encoge el corazón, como si lo apretaran, y se acelera al compás cojo del cinco por cuatro. Se instala el dolor punzante en el estómago, el sutil mareo de la lectura febril. Y sonrío al leer tus "niña", y me hago cada vez más pequeña, hasta terminar acurrucada en una esquina del folio, temblando, con el alma rota y los recuerdos revolviéndome las entrañas.

Hace ya tantos años, hace ya tantos cambios. Y sigo aquí, anclada como el primer día, dejándome la huella dactilar al escribirte. No, ya no eres el pan de cada día, ya no apareces en cada conversación como un recuerdo lacerante. Pero a veces, en los días de viento, vuelves como un cuento de buenas noches y te quedas conmigo hasta la madrugada. Y entonces son tan reales tus manos en mis manos, tu mirada en mis labios, tu beso en mi pelo.

Doblo la carta despacio, la introduzco en el sobre, la guardo en el cajón bajo llave. No tengo el valor para romper a llorar, ni para dedicarte unos minutos más sin quebrarme por completo. Así que, con delicadeza, vuelvo a coserme el alma con hilo fino, apretando los párpados y agarrándome el estómago hasta que todo deja de doler. Y sólo queda el sonido de mi cinco por cuatro, más relajado, que todavía cree en tu promesa, en que algún día aparecerás y te quedarás a mi lado. No tengo fuerzas para decirle que... Así que callo. Y él está contento, y la vida continúa con tus cartas de fuego en el cajón y cada vez menos hilo en la despensa.

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