lunes, 2 de julio de 2012

Fin.

Y allí, sobre la hamaca que había soportado su peso y el de sus amantes en las largas e intensas noches de verano, mirando aquel mar indescifrable lleno de secretos, dejó que el aliento de la muerte le velara los ojos y lo absorbiera en el estupor del vacío.

Cuando lo encontraron, su rostro estaba cubierto por la serenidad de la sal marina. Y una de aquellas mujeres de luto, en su desgarrador llanto de noche sin luna, exclamó que el mar había sido el único capaz de calmarlo en vida y lo acompañaría en el interminable viaje que le esperaba.

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