jueves, 8 de marzo de 2012

Sus preguntas absurdas.

La claridad perezosa de la madrugada se asomó con cuidado a través de las cortinas y me despertó suavemente con caricias en los párpados. Giré la cabeza y la encontré a mi lado, quieta. Miraba al techo con la respiración contenida.

-¿Sueñas despierta? -le pregunté.

Dirigió su rostro hacia mí, rápida, y me observó durante unos segundos con los ojos muy abiertos. Luego, volvió a la posición inicial y cerró los ojos. Noté cómo el aire llenaba sus pulmones lentamente, y suspiró. Me habría gustado estar dentro de su cabeza, nadar con ella en la tormenta de sus pensamientos. Acerqué despacio mi mano a la suya y la apreté débilmente. Estaba fría, fría como el interior de una catedral antigua. Esperé un momento, regulando la temperatura de nuestra piel.

-No tengo frío -dijo, haciendo caso omiso a mi pregunta.

Levanté una ceja y paseé mi mirada por su cuerpo desnudo. Deslicé mis dedos por su vientre, por su pecho, por su cuello, casi sin rozarla. Y aún así, pude notar cómo su piel ardía. Me sentí extraño, como si durante las horas que había dormido nuestras vidas se hubieran separado y la hubiera perdido por completo. Llegué a sus labios y los recorrí mientras un escalofrío me envolvía. El silencio parecía gravitar sobre nuestras almas, asesinando nuestras palabras. Me temblaron las manos unos segundos. Y ella lo notó.

-A veces me pregunto si lo que vivimos no será un sueño. Y me da miedo dormirme un día a tu lado y despertar en otra vida, en otro mundo, sin tus preguntas absurdas.

-Te perseguiría hasta en esa otra vida con mis estupideces, lo sabes.

-Pero, ¿y si no te acordaras? ¿Y si ni yo misma me acordara? ¿Y si llegáramos a ser felices en ese otro mundo sin saber de nuestra mutua existencia?

Callé. Seguí acariciando sus pómulos, bajé por la barbilla de nuevo a su cuello, a su pecho, a su vientre, y me mantuve allí, me deslicé cerca de su ombligo, de los huesos firmes de su cadera. La idea de no acordarme jamás de ella me provocaba un miedo terrible en forma de arcadas. Pero si no la recordara, esa sensación desaparecería con su imagen. ¿Qué es de la vida sin los recuerdos? ¿Qué somos nosotros mismos sin recuerdos? Intenté decir algo, pero el sonido murió antes de llegar a mis labios. Ella lo hizo por mí.

-¿Sabes? Creo que hasta en otra vida habría algo, un presentimiento, una sombra, un hueco en mi alma marcado por tu recuerdo inexistente pero real. Y quizás eso me llevaría, sin pretenderlo, hasta ti.

-¿Y si yo fuera feliz? -dije entrecortadamente-. ¿Qué harías?

Silencio de nuevo. Pasaron unos minutos eternos. Y cuando creí que ya no respondería, lo hizo.

-Al principio me consumiría la rabia y el dolor, como a todo ser humano. ¿Para qué negarlo? Pero si de verdad fueras feliz sin mí, o por lo menos sin mí como lo que soy ahora, no cometería la estupidez de estropear tu vida con mis sombras de recuerdos. Me mantendría cerca tuya, cuidando de ti sin que lo supieras. Intentaría ser feliz sólo porque tú lo eres. Y si no lo consiguiera, si el dolor de no tenerte a mi lado fuera demasiado fuerte y me consumiera, me alejaría. Me alejaría todo lo que pudiera y nunca, nunca, dejaría que supieras nada.

Abrió los ojos y me miró. Me hundí un momento en el azabache de sus iris. Y cuando notó que ya había vuelto al mundo real, sonrió con malicia.

-Pero ambos sabemos que no podrías vivir sin mí.

Sonreí y, desprevenido, sujeté sus caderas a duras penas cuando de un sólo movimiento me aprisionó bajo su cuerpo. Eran sus cambios imprevisibles de mujer salvaje. Todos mis sentidos se volcaron en su piel.

Más tarde, cuando la luz del sol ya cubría la habitación entera sin timidez, observé su cuerpo tranquilo mientras dormía de lado. La cara relajada contra la almohada, frente a mí, y los labios todavía entreabiertos por el sabor del último beso. Me levanté con cuidado de no despertarla y escribí una nota.

Tranquila, todavía me acuerdo de ti.

La doblé y la puse en su mano, fría a pesar de todo. Separé un mechón que caía sobre su mejilla.

-A mí me da miedo que sea en esta vida donde nos olvidemos el uno del otro -susurré-. Por eso, sigue soñando, ya sea despierta o dormida.

3 comentarios:

  1. muy bien resuelto

    muy buena reflexión

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  2. Precioso, me ha encantado.

    Las conversaciones por las noches, más aún en intimidad, suelen ser las más sinceras que podamos encontrar. No hablamos nosotros. Habla el interior.

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  3. Oh, Dios, precioso. No tengo palabras, es perfecto.

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