domingo, 22 de enero de 2012

Nebulosa.

Las notas de un piano desconocido envuelven mis pensamientos. Y tú giras en el centro de todos ellos, como la estrella recién nacida en una nebulosa lejana. Los acontecimientos y las opiniones se suceden sin mucho sentido. La sociedad se corrompe, se pudre. La mierda ya no salpica, se hunde entre el fango que nos cubre y nos asfixia. Perdona que sea tan brusco. Hablaba sobre ti, sobre tu manera única de mantenerte firme después de tantos terremotos.

Me gustaría reconocer de una vez lo cobarde que soy y poder esconderme en tu cuerpo antibalas. Pareces el único puerto seguro al que anclarme en días de tormenta. Y, al mismo tiempo, te conviertes en esa mar furiosa que trata de arrastrarme hacia sus profundidades. Pero justo en ese último segundo de vida, en esa burbuja de aire que se escapa de mis pulmones, me devuelves a esa playa compuesta por granos de ánimo, que no de arena.

Silencio. Despierto. Las notas comienzan de nuevo, esta vez más cercanas, más reales. Me doy la vuelta, todavía aturdido, y abro los ojos despacio. Allí estás, sentada al piano, desnuda, perfecta. Me sonríes y me muero de celos por cómo acaricias las teclas. Puede que lo único que valga la pena en este puto mundo sean tus miradas. No voy a filosofar ahora, ni a convertirme en poeta. Pero observo cada milímetro de tu piel y, dios mío, no sabes las ganas que tengo de hacerte el amor entre las sombras.

3 comentarios: