miércoles, 18 de mayo de 2016

La ley de oro

Todavía no sé cómo empezar. Recuerdo la ley de oro, pero el principio es demasiado complicado.

Hoy quise quemar tus cartas. Leer cada una de ellas. Olerlas. Acariciarte a través de sus palabras. Romperlas después en diminutos pedazos. Quebrar tus recuerdos. Empaparlos en gasolina y verlos morir. Ese sería un final.

Estoy segura de que tú ni siquiera tomaste todo ese tiempo para destruir las mías. Un día cualquiera, un click cualquiera, y adiós. Ojalá te hubieran temblado las manos. Ojalá el temblor te hubiera perseguido durante días como me rondan tus recuerdos en los días de viento.

Leo tus cartas. Una a una. Autoapuñalándome en el corazón. Retorciéndome. No puedo seguir. Malditos tus ojos, y tus manos, y tus recuerdos. Cada uno grabado a fuego en las cicatrices de la memoria, acompañándome al infierno cada otoño. Malditas tus alas de pájaro hambriento, de pájaro azul.

Tú ya has tenido tu final. Yo sigo esperando ese día en el que poder echar todas tus cartas a las llamas con un click.

Mientras...
You'll be the poison, you'll be the cure.

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