martes, 27 de agosto de 2013

VIII. La atracción inevitable de aquello que es prohibido y peligroso

Vuelvo a caer de nuevo en la trampa.
Juro a los cuatro vientos
que ha pasado mucho tiempo
desde la última vez.
Pero eso,
ahora,
da igual.

Vuelvo a caer en la agonía lacerante de
tus palabras.
Una
tras
otra.
Como golpes.
Uno
tras
otro.
Y se me revuelven en la cabeza,
caóticas,
como el vuelo de un gorrión asustado.

Intento olvidarlas, a todas ellas,
a tus putas canciones,
a tus mentiras,
incluso a tus cuentos
de buenas noches.
Y, cuanto más lo intento, más me persigue
tu olor.

A veces me permito la indecencia de imaginarte
sentado ante el ordenador,
sumergido en un libro,
o llorando con un bending de guitarra.
Me pregunto cuál será tu comida favorita,
o si alguna vez
has soñado conmigo.

Entonces recuerdo tus ojos
enredados en mis labios,
y tus labios
enredados en mi pelo,
y tus manos
enredadas en mis manos,
y tu sonrisa.

Cómo me gustaría adherirme a tu espalda
y arquearme contigo...

Mientras, leo tus palabras,
escucho tus canciones,
continúo imaginándote
en esa vida
tan sencilla,
tan tuya,
y me hago de cristal.

¿Cómo ocultarte que incluso
una parte de mí
es tuya,
sin serlo?

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