viernes, 28 de septiembre de 2012

No tears allowed.

Julia sale de casa con el instrumento a cuestas y la mirada perdida. Pasea en vez de coger el bus. Se muerde el labio cuando piensa. Sonríe cuando ve a los músicos callejeros tocando frente a la catedral. Y mira de nuevo la escena justo un segundo antes de doblar una esquina, para quedarse con una imagen fugaz del momento. La vida de Julia se compone de recuerdos fugaces.

Julia es de esas chiquillas que se quitan los pendientes antes de hacer el amor. Y los deja en la mesilla, con su inocencia y su pila de libros a medio leer. Los labios se le vuelven ariscos y la piel de fuego. No hay más infierno que el del temblor de sus piernas. Porque atrapa. Y ya no hay lugar seguro al que huir.

Julia tiene prohibidas ciertas cosas. Y se las recuerda constantemente en sus carpetas, en las paredes de su habitación, en sus mensajes. Recuerdo el susto al descubrir aquel pequeño tatuaje en su muñeca: No tears allowed. Y Julia cumple sus reglas. No cree, no llora, no miente. No ama.


Julia es de esas chiquillas que te clavan la mirada una vez y para toda la vida. Y lo sé de buena tinta. Lo sé porque caí una vez en aquel terremoto de su cuerpo menudo, y no he podido salir de aquel laberinto. Cada noche la persigo en sueños por si ella se vuelve atrás un segundo que me encuentre sentado en el portal, con las rosas marchitas y su olor a lluvia en las entrañas.

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