viernes, 28 de septiembre de 2012

No tears allowed.

Julia sale de casa con el instrumento a cuestas y la mirada perdida. Pasea en vez de coger el bus. Se muerde el labio cuando piensa. Sonríe cuando ve a los músicos callejeros tocando frente a la catedral. Y mira de nuevo la escena justo un segundo antes de doblar una esquina, para quedarse con una imagen fugaz del momento. La vida de Julia se compone de recuerdos fugaces.

Julia es de esas chiquillas que se quitan los pendientes antes de hacer el amor. Y los deja en la mesilla, con su inocencia y su pila de libros a medio leer. Los labios se le vuelven ariscos y la piel de fuego. No hay más infierno que el del temblor de sus piernas. Porque atrapa. Y ya no hay lugar seguro al que huir.

Julia tiene prohibidas ciertas cosas. Y se las recuerda constantemente en sus carpetas, en las paredes de su habitación, en sus mensajes. Recuerdo el susto al descubrir aquel pequeño tatuaje en su muñeca: No tears allowed. Y Julia cumple sus reglas. No cree, no llora, no miente. No ama.


Julia es de esas chiquillas que te clavan la mirada una vez y para toda la vida. Y lo sé de buena tinta. Lo sé porque caí una vez en aquel terremoto de su cuerpo menudo, y no he podido salir de aquel laberinto. Cada noche la persigo en sueños por si ella se vuelve atrás un segundo que me encuentre sentado en el portal, con las rosas marchitas y su olor a lluvia en las entrañas.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Sed de ti me acosa en las noches hambrientas.

Sed de ti me acosa en las noches hambrientas.
Trémula mano roja que hasta tu vida se alza.
Ebria de sed, loca sed, sed de selva en sequía.
Sed de metal ardiendo, sed de raíces ávidas.
Hacia dónde, en las tardes que no vayan tus ojos
en viaje hacia mis ojos, esperándote entonces.
Estás llena de todas las sombras que me acechan.
Me sigues como siguen los astros a la noche.
Mi madre me dio lleno de preguntas agudas.
Tú las contestas todas. Eres llena de voces.
Ancla blanca que cae sobre el mar que cruzamos.
Surco para la turbia semilla de mi nombre.
Que haya una tierra mía que no cubra tu huella.
Sin tus ojos viajeros, en la noche, hacia dónde.

Por eso eres la sed y lo que ha de saciarla.
Cómo poder no amarte si he de amarte por eso.
Si esa es la amarra cómo poder cortarla, cómo.
Cómo si hasta mis huesos tienen sed de tus huesos.
Sed de ti, sed de ti, guirnalda atroz y dulce.
Sed de ti que en las noches me muerde como un perro.
Los ojos tienen sed, para qué están tus ojos.

La boca tiene sed, para qué están tus besos.
El alma está incendiada de estas brasas que te aman.
El cuerpo incendio vivo que ha de quemar tu cuerpo.
De sed. Sed infinita. Sed que busca tu sed.
Y en ella se aniquila como el agua en el fuego.


Pablo Neruda.

sábado, 22 de septiembre de 2012

Quédate con las ganas.

Huye, a veces es lo más sensato, y lo más sencillo.
O quédate. Arriésgate a besar otros labios. Desnúdate en camas ajenas. Deja los sentimientos en sus mesillas. Olvídate de lo que eres más allá de su piel.

Y no te atrevas a responder a preguntas absurdas como ¿todavía crees en el amor?

Qué estupidez.

jueves, 13 de septiembre de 2012

Tantas otras vidas.

Aquella chiquilla iba a desgarrarme el alma con sus mordaces miradas. Llevaba uno de esos vestidos blancos de paloma indefensa con la falda suelta sobre las rodillas. La melena rebelde le caía sobre los hombros con un dulzura que sólo consigue el calor del invierno. Y sus ojos estaban perfilados con la agonía del querer y no poder, de los amores contrariados, de las noches sin luna.

Me acerqué a Luis mientras daba una última calada al cigarrillo antes de apagarlo a medias. Me senté a su lado mientras tocaba, con la copa de whisky vacía todavía en la mano izquierda. Desde allí, ebrio de música y de alcohol, ella parecía aún más salvaje. Me quedé observando sus curvas de pantera, sus labios de amapola, y supe que había algo de prohibido en la respiración de su pecho.

Luis me despertó de la embriaguez con una palmada en la espalda que me sacudió hasta el último poro de la piel curtida. "Pues sí que le lleva loco la bailarina, maestro", me espetó. Lo miré intentando disimular el pánico, pero aquel hombre me había visto cada noche de miércoles sentado en la barra y había sido testigo de mis mejores y mis peores batallas. Luis me conocía demasiado. "Parece mentira, con la de chamaquitas lindas que se acercan por acá y tuvo que fijarse en esa", continuó con su voz de violonchelo desafinado.

Volví los ojos hacia el rayo que se deslizaba entre el gentío, tan destructor y bello a un tiempo. Apenas logré escuchar a Luis decirme que tocaría la siguiente para nosotros cuando alguien me empujó hacia la muerte. Todo quedó en silencio durante el segundo eterno de su mirada de azabache posada en mi rostro. Luego, el bandoneón de Luis martilleó las primeras notas de un tango en nuestros oídos. No sé de qué recóndito lugar salió en tropel el valor para cogerla de la sonrisa, con las manos en su cintura, y hacerla girar.

Su cuerpo de plumas se amoldaba a mi figura con una facilidad asombrosa; y cualquier choque de piernas, cualquier caricia en la espalda, cualquier roce de más me hacía temblar desde las entrañas. Olía a orquídeas sin cortar, a la vida que se escondía entre sus cabellos. Y cada nota acentuaba un poco el deseo silencioso de nuestro aliento.

Creí que moriría en aquel bar, en medio del círculo que todos los clientes habían hecho a nuestro alrededor, sobre el suelo de madera en el que tantas mujeres habían taconeado, con la bailarina entre mis brazos suplicando un tango más. Sin embargo, continuamos embelesados hasta que Luis decidió poner fin a la composición más larga de toda su vida, aquella que jamás podría recordar. Y, en la última nota, la chiquilla se dejó caer en mis brazos como en un acantilado y terminó a unos centímetros del suelo, con sus dilatadas pupilas clavadas en mí y los labios entreabiertos, seductora como pocas.

La alcé dejando el mínimo espacio entre nuestros rostros, y la vi marchar aprisa cuando todo el mundo se abalanzó de nuevo sobre la pista. "¡No sea tonto y sígala, maestro!", me gritó Luis sobre la melodía del bandoneón, "¡Esa muchacha va a volverlo completamente loco, pero loco de felicidad!". Y salí corriendo. Corrí más por miedo que por verdadera determinación. Corrí por si había muerto de veras en la pista, por si me perseguían los fantasmas. Corrí porque algo me estaba incendiando el cuerpo por dentro.

La encontré en la puerta trasera con el cigarro tembloroso entre los labios y la mirada esquiva. Dejé que fumara y me intoxiqué con el humo que le salía del corazón. Cuando tiró la colilla y la apagó con el tacón, agarré su rostro entre mis manos y le grabé mis poemas sin palabras en la caja fuerte de sus sueños para poder verla cada noche. Creí que escaparía como tantas otras veces, como en tantas otras vidas, pero no lo hizo. Se me quedó mirando con aquellos ojos anhelantes y me devolvió la vida en las ocho palabras más bonitas que nadie había pronunciado nunca:

-Si vamos a ir al infierno, hagámoslo juntos.

sábado, 1 de septiembre de 2012

Creo que te gustaría verme estudiar.

Coloco los folios sobre la carpeta. Parto el tocho por la mitad. ¡Bien, justo la página que quería! Romanticismo. Romanticismo puro. Beethoven, Schubert, Schumann, Liszt, Chopin, Berlioz, Mendelssohn, Brahms, Verdi, Brucker, Strauss, Mahler... Wagner. ¡Bien, me los sé todos!

No aparto la mirada de las letras. Quieta, muy quieta. Leo los párrafos una y otra vez. Obras. Las obras no me las sé tan bien, lo admito. Leo. Sigo quieta. La gente a mi alrededor pasa las hojas de apuntes, las gira, las acerca a su nariz, vuelven a dejarlas sobre el montón. Yo sigo sin moverme. Es que me gusta estudiar quieta, muy quieta.

Se me escapa un decadente suspiro romántico. Pero romántico tipo sinfonía, ¿eh? Todo un clásico. Ah, el Clasicismo también me lo sé, pero me gusta menos. A mí horror vacui, como en el Barroco. La Suite número dos de Bach arreglada para viola. Qué bonita. Tariraaa, tariro, tariroriraaaa, tariro, tariroriraaaaaa, tariro raro rare rira ro rarira...

Miro alrededor. Vuelvo a los garabatos. Me levanto y salgo. Voy a por el segundo café del día. Bueno, de la tarde. Sólo por distraerme. Sólo por salir a que me dé el aire. Sólo porque me gusta. A ver quién me duerme después.

Cuánto más café tomo, más quieta estoy. Más abiertos los ojos. Más lenta la respiración. Más concentración. ¿Más concentración? ¡Y una mierda! El grupo de chicas de la mesa de enfrente está empezando a hacer ruido de más. Jiji, jaja, jeje. Y yo sólo quiero silencio. Silencio que en mi casa no hay. Nunca lo hay.

Volvamos a los románticos. Qué hombres aquellos. ¡Cómo me los imagino y qué diferentes debieron ser! Ya me estoy yendo por las ramas. Y en un momento mío de esos repletos de lucidez pienso en ti. Oh, oh, la hemos jodido. Durante una fracción de segundo pienso que te gustaría verme estudiar. Te encantaría verme estudiar. Y luego, me sumerjo en los folios de nuevo. Quieta, muy quieta. Con dos cafés en el cuerpo y muchas ganas de que llegue el invierno.