-Tú calla, puta -le dice.
A continuación, agarra el revólver con las dos manos y aprieta el gatillo, que le abrasa los dedos. La bala atraviesa el abdomen del hombre que, atónito, se lleva las manos al vientre que se colorea al instante del mismo rojo carmesí que la sangre que escupe por la boca. Su cuerpo cae como plomo en las baldosas. La chica ahoga un gemido en la garganta y se lleva las manos a la cara cubierta de lágrimas. Las rodillas temblorosas le fallan y cae al suelo. Leire se acerca a ella y le propina una patada.
-¡Las manos fuera de la cara, y deja de llorar! -le grita.
Se sienta sobre el vientre de la muchacha y le paraliza las piernas. Ésta, pálida y temblorosa, quita las manos de la cara y deja caer los brazos sobre el suelo, derrotada. Leire disfruta el segundo, se relame. Con parsimonia, lleva la mano derecha hacia su espalda y aferra el cuchillo que cuelga del cinturón. Se lo enseña a la muchacha sin nombre. Sonríe. La adrenalina vuelve a cabalgar en sus venas, como una estampida de rinocerontes cabreados. La chica patalea y se revuelve inútilmente.
-Para, te estoy haciendo un favor. Así aprenderás a no enamorarte nunca más.
Consigue paralizarla completamente con el brazo izquierdo mientras corta y abre la camisa de la muchacha hasta la altura del pecho con el derecho. Sus senos aparecen libres, firmes y moteados de manchas rojas, producto de los succionadores besos del amante muerto. Sostiene la mirada de Leire unos segundos que se hacen eternos. Ella coloca la punta del cuchillo sobre el lado izquierdo del pecho que, al respirar, provoca un corte sobre la piel blanquecina y hace que un fino hilo de sangre emane de la herida. Acto seguido, sin previo aviso, incitada quizás por el olor metálico del fluido, clava con todas sus fuerzas el cuchillo en el pecho de la joven y lo mueve hacia abajo, abriendo su piel. Un alarido corta el aire, agudo, intenso. Leire continúa con la operación hasta partir alguna costilla y conseguir hacerse hueco entre el mejunje. La muchacha apenas se mueve ya, la mira con los ojos muy abiertos, todavía sin creer lo que está sucediendo, y gime en un tono casi inaudible. Leire clava su mirada en ella mientras introduce su mano en la herida. Con mano experta, busca a tientas hasta dar con el órgano. Lo agarra y aprieta débilmente. A la muchacha se le desencajan los ojos de las cuencas y grita de dolor. Leire se ríe por encima del aullido y, con un giro experto, arranca el corazón de la joven. Lo sostiene en su mano.
-Uno, dos, tres, cuatro, cinco -cuenta cada latido-, seis... siete... ocho.
El corazón deja de latir al tiempo que la cabeza de la muchacha cae a un lado, muerta. Leire se levanta. Observa el órgano ensangrentado casi con respeto, como a un igual. Luego, saca de su mochila una pequeña caja e introduce el corazón en la solución UW que contiene. Lo cierra con sumo cuidado y lo guarda de nuevo en la mochila. Después dibuja en la frente de las víctimas un ocho, ayudándose del cuchillo. "Un número difícil", se dice a sí misma. Después, sin sigilo, como un transeúnte cualquiera libre de culpa, se dirige hacia el metro, que hace desaparecer la luz del sol que amanece tras los edificios de la capital.
La verdad es que me encanta.
ResponderEliminarAunque me gustaría saber con qué estado de ánimo o a partir de qué has escrito esto. No me pega. No sueles escribir cosas así...
Tendrás que ayudarme a comprender título con final :)
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