domingo, 24 de febrero de 2013

La tormenta.

Entró dando un portazo y comenzó a desnudarse. Alcancé a ver la tormenta en sus ojos antes de que cayera sobre mí. Me empapó el alma con su aroma y se apoderó de mi piel. Noté su aliento en cada poro cuando me dijo:

"Vamos a respirarnos mutuamente, mi amor, como si fuéramos ráfagas.
Revolvámonos el cabello y las entrañas. Entrelacémonos en un huracán."


¿Cómo negarme?

martes, 19 de febrero de 2013

VI. Etérea


Por un momento creí que moriríamos allí, tan quietos.
Me volví etérea mientras te imaginaba junto a mi piel.
Aparecieron los suspiros, como sogas en mi garganta,
y se atrevieron a apagarme la voz.

Volaron las cenizas del recuerdo en forma de huracanes,
arrancaron en jirones las cicatrices del corazón.
¿En qué instante decidimos quedarnos tan al descubierto,
enredándonos en cruces de miradas?

¿Cómo acabó tu olor lloviéndome despacio el alma por dentro?
Se acercaron nuestros rostros, y nuestros ojos, y nuestros labios;
huyeron nuestros miedos, nuestros errores; paramos el tiempo
y nos rehicimos con las manos.


jueves, 7 de febrero de 2013

Qué sé yo, me retumba el corazón, como batallando.

Me enseñaron que los poemas se escriben desde nuestras entrañas, con la vana esperanza de anidar en las de otros y, con un poco de suerte, en las tuyas. Pero es que nunca me salen bien y acabo prosificando este dolor de cabeza como mejor puedo. Qué sé yo, me retumba el corazón, como batallando. Y se me desmayan los párpados.

Qué fríos pueden llegar a ser los días de viento en los que los órganos me picotean por dentro. Parecen gorriones revoloteando, nerviosos, pugnando por escapar. Y yo los retengo como puedo, ato más fuerte el nudo que nos une y evito que vuelen hacia ti. Para no asustarte con tanta sangre, con tanta víscera, con tanto querer.

Pero es que, uf, me gusta tanto cuando me desnudas despacito el cerebro. Así, con palabras dulces y un punteo suave. Sólo un momento, para que no me empache. ¿Y mis murallas? Qué desarmada me siento. Qué vulnerable. Y qué feliz. Todo en un mismo instante. Cuánto miedo y cuánta euforia. ¿Cuántos besos? ¡A saber!

Dibujo de Benjamin Lacombe.

[Qué día tan bonito... Y qué ganas de ti.]

lunes, 4 de febrero de 2013

No se me importa un pito que las mujeres...

No se me importa un pito que las mujeres
tengan los senos como magnolias o como pasas de higo;
un cutis de durazno o de papel de lija.
Le doy una importancia igual a cero,
al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco
o con un aliento insecticida.
Soy perfectamente capaz de soportarles
una nariz que sacaría el primer premio
en una exposición de zanahorias;
¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono,
bajo ningún pretexto, que no sepan volar.
Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!
Ésta fue -y no otra- la razón de que me enamorase,
tan locamente, de María Luisa.
¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos?
¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo
y sus miradas de pronóstico reservado?
¡María Luisa era una verdadera pluma!
Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina,
volaba del comedor a la despensa.
Volando me preparaba el baño, la camisa.
Volando realizaba sus compras, sus quehaceres...
¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando,
de algún paseo por los alrededores!
Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado.
"¡María Luisa! ¡María Luisa!"... y a los pocos segundos,
ya me abrazaba con sus piernas de pluma,
para llevarme, volando, a cualquier parte.
Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia
que nos aproximaba al paraíso;
durante horas enteras nos anidábamos en una nube,
como dos ángeles, y de repente,
en tirabuzón, en hoja muerta,
el aterrizaje forzoso de un espasmo.
¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera...,
aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas!
¡Qué voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes...
la de pasarse las noches de un solo vuelo!
Después de conocer una mujer etérea,
¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre?
¿Verdad que no hay diferencia sustancial
entre vivir con una vaca o con una mujer
que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?
Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender
la seducción de una mujer pedestre,
y por más empeño que ponga en concebirlo,
no me es posible ni tan siquiera imaginar
que pueda hacerse el amor más que volando.

Oliverio Girondo.

[Descubrí este poema y a su autor a partir de la película El lado oscuro del corazón, totalmente recomendada].