martes, 25 de diciembre de 2012

Para mi yo dentro de unos años.



Y si la canción lleva tu nombre, ¿cómo no acordarme de ti?, ¿cómo no romperme?, ¿cómo sobrevivir a estas malditas ganas de plantarme tus pulmones y dolerte hasta al respirar?

Qué pena que no te llames Julia, es un nombre muy bonito.

Feliz no cumpleaños.

sábado, 15 de diciembre de 2012

¿Tiemblas, mi amor?

Ante la imposibilidad de seguir escribiéndote en la memoria cada verso, fui derribando las murallas del pánico y llené el suelo de tinta. Dibujé tu silueta en las paredes. Moldeé tu universo en el techo para que no tuvieras que ausentarte nunca más. Y aún así, desapareciste en la bruma como el sueño de dos amantes en la madrugada.

Ayer tendí mis poemas a la noche. Cuando fui a recogerlos, la lluvia se había llevado la mitad y me había dejado cuatro desolados papeles llenos de lágrimas. Los recogí con el alma encogida y los dejé en el cajón de tus secretos. No hay un sólo día en el que no piense en la sombra de tus labios recitándome poesías de aire a susurros.

Todavía noto tu mirada en mi cuello, tu beso en mi pelo, tus manos en mis manos. Y yo, tímida, humana y débil, huyo y me escondo de las casualidades. Para no leerte cuando sólo quiero verte. Para no verte cuando sólo quiero oírte. Para no oírte cuando sólo quiero sentirte. Para no sentirte cuando sólo quiero soñarte.

Y, ante las pesadillas, mejor el insomnio de tu recuerdo.

martes, 11 de diciembre de 2012

Insomnio

Tú y tu desnudo sueño. No lo sabes.
Duermes. No. No lo sabes. Yo en desvelo,
y tú, inocente, duermes bajo el cielo.
Tú por tu sueño y por el mar las naves.

En cárceles de espacio, aéreas llaves,
te me encierran, incluyen, roban. Hielo,
cristal de aire en mil hojas. No. No hay vuelo
que alce hasta ti alas de mis aves.

Saber que duermes tú, cierta, segura
-cauce fiel de abandono, línea pura-,
tan cerca de mis brazos maniatados.

Qué pavorosa esclavitud de isleño,
yo, insomne, loco, en los acantilados,
las naves por el mar, tú por tu sueño.

Gerardo Diego.

sábado, 1 de diciembre de 2012

No te me desaparezcas otra vez.

Se ha quedado dormida en el sofá, acurrucada bajo la manta de cuadros, con la gata en el regazo. Están dando algún programa estúpido en la televisión. La apago y me acerco a Ella. Separo un mechón de su rostro y acaricio sus mejillas. Se remueve y abre un ojo lentamente. "¿Qué hora es?", me pregunta a media voz. "Muy tarde", le respondo. "Mañana no habrá quién me levante", se queja. Acaricio a la gata y la echo suavemente. Se estira, baja del sofá con un soplido y desaparece por el pasillo hacia la cocina. "En realidad, le caes bien", dice Ella, "es sólo que debe guardar la compostura y esas cosas de gatos". Sonrío. "Vete a la cama, anda, estás delirando".

Ella asiente y se estira con cuidado. Le crujen las rodillas y los codos, como siempre. "Un día te me vas a romper", le digo antes de entrar al cuarto de baño. Oigo cómo se levanta y camina despacio, arrastrando los pies, hasta la habitación. Termino de lavarme los dientes y me asomo a su puerta. Está envuelta en la manta, mirando algunas fotos de la estantería. "Quédate esta noche", susurra, "hace frío". Me acerco y la abrazo suavemente por la espalda. "¿Cuántos libros me quedan por leer?", me pregunta. "Has leído todos los que hay en la habitación, alguno incluso varias veces", le respondo. "Ya". Silencio. Me aterran sus silencios. "Me falta uno, hay un hueco allí, ¿ves? ¿Se lo he dejado a alguien? ¿O lo he perdido?", me mira con ojos asustados. Le pongo con cuidado el pelo tras la oreja mientras le digo "No, tranquila, es el que está en la mesilla, míralo, lo cogí yo el otro día". Su mirada se relaja. Doblo la manta mientras ella se mete en la cama.

Titubeo un segundo antes de marcharme. Y Ella me mira, anhelante y temblorosa. Al final me decido y me deslizo entre las sábanas junto a Ella, con miedo a tocarla. Su respiración martillea en mis oídos. Intento pararla cuando se acerca y me besa, desnudándose. Pero sus ojos interrogantes me petrifican. Acaricio su piel con la punta de los dedos mientras se deshace de mi ropa. Nos reconocemos despacio, palmo a palmo. Luego, apoya su cabeza en mi hombro y entrelaza su diminuta mano en la mía.

"No tengo tiempo, ni fuerzas, para enamorarme", su voz corta el aire, tal y como aquella noche. Noto la aceleración en el pecho. Respiro hondo. "Yo tengo todo el tiempo del mundo, y todas las fuerzas que nos hacen falta", respondo, tal y como aquella noche. Fuera comienza a llover. Sé que sonríe, tal y como lo hizo aquella noche. Nos quedamos así, callados, escuchando el repiqueteo de las gotas en el cristal. "Hazme el amor", suspira, justo antes de quedarse dormida. Y se me parte el alma.

Una lágrima de rabia pugna por escapar, pero no lo consiento. Sé que Ella no recuerda que dijo esas mismas palabras o que ya no podemos hacernos el amor como antes. Y también que muchas veces se mira en el espejo y no se reconoce en la imagen arrugada que éste le devuelve. Mañana tendré que levantarme antes de que despierte para que no la asuste un hombre desnudo en su cama, y tendré que rehacer el hilo de su memoria una y otra vez. Pero todo eso da igual en este momento, en su párpados serenos, en la curva de su espalda.