martes, 28 de febrero de 2012

Esta vez.

Me escuecen los ojos. Será porque llevo más de 18 horas despierta. Será porque no he parado de leer, tanto en pantallas como en papel. Será por la luz anaranjada de la lámpara. Será por el frío. Será por esa leve brisa que entra por la ventana que no me atrevo a cerrar. Será porque algo siempre tiene que doler.

Y esta vez no es el corazón.

Me escuecen los ojos. Me miran fijamente tus ojos de azabache desde el recuerdo. Y grito. Y me desgarro. Y se me rompe el alma contra las paredes de mi piel, llenas de pinchos cual armario de castigo. Todo ocurre dentro. Todo siempre ocurre dentro. No me muevo, no respiro. Sólo me escuecen los ojos, y nadie lo nota.

Y esta vez volveré a mentirte.

Me escuecen los ojos. Y, quizás en un parpadeo calmado, conseguiré acallar los últimos retazos de tus miradas. O no. Serás la cicatriz de mis sonrisas. No aparezcas más de madrugada, cubierto de sombras y lamentos, pidiendo auxilio desde la ventana. Eres todo azabache y todo alma.

Y esta vez vas a volverme loca.


jueves, 23 de febrero de 2012

Cobarde.

Demasiada gente en poco espacio. Nadie reconoce un rostro. Nunca paran más de dos segundos en una mirada. Soy el único espectador que, desde el otro lado de la calle, ve en tus ojos cómo estallas por dentro. Como si una bomba hiciera explotar esa figura de hielo que guardas en el interior de tu alma, y cada pequeño cristal helado se clavara en tu piel. Alguno llega incluso a rozarme, tu dolor impregna el aire. Me gustaría recorrer a grandes zancadas los metros que nos separan, borrarte con mis manos el océano que se derrama de tus ojos, abrazarte fuerte hasta que se fundiera el hielo. Sonreírte después, y perderme entre la multitud sabiendo que he conseguido hacerte olvidar todo por unos momentos. Y, sin embargo, no hago nada de eso. Temo que ya haya empezado a fundirse ese hielo clavado en tu piel y que, al entrar en contacto con la mía, se produzca un cortocircuito. Observo cómo recoges tu valor, cómo afrontas las heridas. No has reparado en mi cobarde presencia. Caminas despacio, como si transportaras una enorme carga. Poco a poco te yergues, sueltas las correas que la atan a ti y la dejas caer. Flotas. Despliegas unas fuertes alas y echas a volar. Todo ha pasado ya. Puedes caer y levantar el vuelo. Qué maravilloso verte surcar los cielos. Y qué pena no poder seguirte. Desvío mi mirada hacia el suelo y camino despacio, perdido entre hombres sin cara. Yo mismo soy un hombre sin cara, incapaz de cruzar los metros que nos separan y volar a tu lado.

miércoles, 22 de febrero de 2012

Taquicardia.

Te levantas con esa sensación extraña de taquicardia leve. No recuerdas qué has soñado, pero has debido de dar mil vueltas esta noche porque la cama está hecha un desastre. Durante la mañana se desata un terrible dolor en tu cabeza. Cierras los ojos, respiras hondo, tragas la pastilla y continúas con la esperanza de que desaparezca. Corres de aquí para allá, sin tiempo. Vuelves a casa, comes poco y como un autómata. Vuelves a salir, cargado con tus nosécuántos libros. Buscas el sol, para sentir cómo algo acaricia tu piel unos segundos. Subes al bus. Suspiras. Bajas del bus. En clase, los profesores no hacen más que repetir cosas que ya se han dado los días anteriores. Te desesperas, miras el reloj, miras a tus compañeros. Intentas concentrarte. Vaya puta mierda. Dibujas cuadrados en tu libreta. Uno, dos... treinta y cinco, treinta y seis... De repente, la gente empieza a recoger. ¿Ha terminado ya? Siguiente. Se repite la situación. Siguiente. Se repite la situación. Siguiente... Cuando te das cuenta, ya estás sentada de nuevo en ese autobús incómodo al lado de un chico sin rostro. Tenías pensado leer, pero no quieres molestarle encendiendo la luz del techo. Te enchufas los auriculares y viajas en tu mundo paralelo, sin parpadear. Bajas del bus. Caminas hacia casa con las manos en los bolsillos del chaquetón. Subes las escaleras como si cada pie te pesara una tonelada. Acaricias al perro, que es el único que te recibe con alegría. Tiras la mochila. Te pones el pijama. Cenas un yogur de limón. Te sientas en la cama, enciendes el ordenador y abres la carpeta. Empiezas a pasar apuntes a limpio. La espalda te da pinchazos y cruje cada vez que te mueves. Los párpados se cierran sin querer. Las letras se te juntan... En un momento de lucidez, apagas el ordenador y dejas todo en el escritorio. Te metes como puedes entre las sábanas y caes en coma profundo durante cinco o seis horas.

A la mañana siguiente, te levantas con esa sensación extraña de taquicardia leve. No recuerdas qué has soñado, pero has debido de dar mil vueltas esta noche porque la cama está hecha un desastre...

Y sucede que una noche llegas a casa y decides no hacer nada, sólo mirar a la pared. ¿Qué estás haciendo con tu vida? ¿Qué ha pasado últimamente en el mundo real? ¿Cuándo fue la última vez que miraste a los ojos a alguien y supiste su verdad?

Odio las despedidas. ODIO LAS DESPEDIDAS. Y no, ni lo sueñes, no me pienso despedir de ti.

martes, 21 de febrero de 2012

8.

A veces, tengo miedo. Luego se me pasa.

Todo consiste en respirar hondo y contar hasta ocho. Ochenta. Ocho mil. O, simplemente, un ocho acostado...

jueves, 16 de febrero de 2012

Transparente.

Ella. Y sus dagas verbales. Y sus palabras suaves. Y sus sombras.

Y sus manos arrancándome el alma para hacerse con ella un vestido transparente y llevarlo puesto bajo la luz de las velas en nuestras noches sin luna.

Y el temblor de su piel. Y la ferocidad de su mirada. Y el océano en sus ojos. Ella.

martes, 14 de febrero de 2012

Boca arriba.

A veces me gustaría tocar el piano. Así, tal y como tú lo hacías. Tocaría aquella canción, ¿sabes cuál? Sí, esa flojita, esa que silban de vez en cuando los recuerdos. Esa que, cuando menos te lo esperas, sale en un anuncio y te jode el resto del día. O te lo alegra, quién sabe.

Tengo un piano en mi casa. Todavía te recuerdo allí sentado, colocando con suavidad tus pies en los pedales. La verdad es que nunca supe para qué se utilizaban el freno y el embrague, yo sólo utilizaba el acelerador, y así me va. De vez en cuando me siento en frente de él, levanto la tapa y acaricio las teclas. Nada ocurre. Tus dedos tenían mucha más destreza que los míos. Las manos se me quedan heladas. Ni una nota suena. No tengo la suficiente fuerza. Las teclas se me resisten. Soy un fantasma, incorpórea.

No. Nada. Hoy es uno de esos días en los que llegas a casa y te desnudas pensando en quién querrías que lo hiciera. Y te tiras en la cama, boca arriba, sin saber realmente qué estás haciendo con tu vida.

Hay vidas que son exactamente como un piano. Tienen ochenta y ocho teclas, algunas oscuras y otras claras. Pero necesitan al músico que ponga en marcha la maquinaria y cree la melodía de su vida. Qué hacer y qué no hacer. Los fortíssimo y los piano. La impulsividad y la prudencia. Cuando el músico se cansa, los abandona y las teclas dejan de sonar, caen en un letargo terrible del que parece imposible despertar.

Mi vida, a veces, es como ese piano. Cuando no estás, me quedo sin melodía, sin saber muy bien qué hacer. Las cuerdas se desgastan con el tiempo y es más fácil que se rompan cuando vuelvas. ¿Sabes que la cuerda de un piano puede partir a un hombre por la mitad? Todo conlleva su riesgo. Pero tú siempre vuelves y lo acaricias sin peligro. Se acaban los días de no saber quién soy. Y la locura nos rodea cuando las yemas de tus dedos rozan las teclas de mi piel.

sábado, 11 de febrero de 2012

Sigue sin llover.

La luna se alza sobre el mar como una media sonrisa torcida. Hace un viento espantoso y entre su pelo vislumbro unos labios agrietados. Las olas chocan furiosas contra las rocas, pequeñas gotas escalan hasta sus pies descalzos. Tengo miedo. Parece tan frágil allí sentada, con el infierno a sus pies. Y al mismo tiempo tan segura de que nada malo puede ocurrir. Da igual, todo son ilusiones mías. Soy un cobarde que la observa entre las sombras y reinventa su forma de ser a mi manera, tal y como yo la quiero. Como si no la conociera ya. Como si no me hubiera ganado la partida. Como si no tuviera que cuidarme de su personalidad de fuego.

Y, en mi imaginación, me acerco despacio. Me siento a su lado. No nos miramos. Sólo se escucha el rugido del mar y nuestra respiración. Sólo huele a su perfume mezclado con sal. Me tiembla la voz cuando le digo:

-He vuelto a soñar con tus ojos de azabache.

Como cada noche desde que te fuiste, añadiría. Te he escrito un poema, pero no querrás leerlo, ni escucharlo. En realidad ni estás allí. He vivido de tu recuerdo desde aquel Abril. Te reinvento cada noche en aquel acantilado, simplemente porque se parece a ti. Y me quedo solo con el mar revuelto y la luna que, a lo lejos, parece un velerito navegando en calma. Es Abril de nuevo, y sigue sin llover aquí.

lunes, 6 de febrero de 2012

I.



Llueve sobre el reflejo de la luna en tu mirada,
te moja el cabello, la piel, el alma.
Y apenas llego a rozarte los labios
grabándote mis sueños en las pupilas.
Y bailamos un tango tan despacio
que hasta el tiempo la posibilidad perfila
de hacernos eternos...

viernes, 3 de febrero de 2012

Ensueño.

Aquel día, los árboles mutilados por el invierno se le antojaron garras alzadas al aire. Las huesudas manos de una sociedad hambrienta de esperanzas que nunca llegan. Y esa noche soñó que su cuerpo menudo era desmenuzado entre las uñas afiladas de aquellas ramas. Ensangrentados y malheridos sus recuerdos. Disipados sus anhelos. Rota su alma.