martes, 14 de febrero de 2012

Boca arriba.

A veces me gustaría tocar el piano. Así, tal y como tú lo hacías. Tocaría aquella canción, ¿sabes cuál? Sí, esa flojita, esa que silban de vez en cuando los recuerdos. Esa que, cuando menos te lo esperas, sale en un anuncio y te jode el resto del día. O te lo alegra, quién sabe.

Tengo un piano en mi casa. Todavía te recuerdo allí sentado, colocando con suavidad tus pies en los pedales. La verdad es que nunca supe para qué se utilizaban el freno y el embrague, yo sólo utilizaba el acelerador, y así me va. De vez en cuando me siento en frente de él, levanto la tapa y acaricio las teclas. Nada ocurre. Tus dedos tenían mucha más destreza que los míos. Las manos se me quedan heladas. Ni una nota suena. No tengo la suficiente fuerza. Las teclas se me resisten. Soy un fantasma, incorpórea.

No. Nada. Hoy es uno de esos días en los que llegas a casa y te desnudas pensando en quién querrías que lo hiciera. Y te tiras en la cama, boca arriba, sin saber realmente qué estás haciendo con tu vida.

Hay vidas que son exactamente como un piano. Tienen ochenta y ocho teclas, algunas oscuras y otras claras. Pero necesitan al músico que ponga en marcha la maquinaria y cree la melodía de su vida. Qué hacer y qué no hacer. Los fortíssimo y los piano. La impulsividad y la prudencia. Cuando el músico se cansa, los abandona y las teclas dejan de sonar, caen en un letargo terrible del que parece imposible despertar.

Mi vida, a veces, es como ese piano. Cuando no estás, me quedo sin melodía, sin saber muy bien qué hacer. Las cuerdas se desgastan con el tiempo y es más fácil que se rompan cuando vuelvas. ¿Sabes que la cuerda de un piano puede partir a un hombre por la mitad? Todo conlleva su riesgo. Pero tú siempre vuelves y lo acaricias sin peligro. Se acaban los días de no saber quién soy. Y la locura nos rodea cuando las yemas de tus dedos rozan las teclas de mi piel.

1 comentario:

  1. Me gusta muhcísimo. Te salen unos textos increibles cuando introduces la música en ellos (que es casi siempre).

    Siempre se puede intentar ser un piano mágico, que aunque añore las melodías que creaban las manos de él a acariciar sus teclas... también sea capaz de tocar solo cuando ellas no están.

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