domingo, 25 de diciembre de 2011

Cósimo y Viola.

-¿Por qué me haces sufrir?
-Porque te amo.

Ahora era él quien se enfadaba.

-¡No, no me amas! Quien ama quiere la felicidad, no el dolor.
-Quien ama quiere sólo el amor, aun a costa del dolor.
-Me haces sufrir adrede, entonces.
-Sí, para ver si me amas.

La filosofía del barón se negaba a ir más allá.

-El dolor es un estado negativo del alma.
-El amor lo es todo.
-Contra el dolor ha de lucharse siempre.
-El amor no se niega a nada.
-Hay cosas que no admitiré nunca.
-Sí que las admites, porque me amas y sufres.

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Cósimo clavó los ojos en ella. Y ella:

-Tú no crees que el amor sea entrega absoluta, renuncia a uno mismo.

Podría decir algo Cósimo, cualquier cosa para ir hacia ella, podía decirle: "Dime lo que quieres que haga, estoy dispuesto..." y habría sido de nuevo la felicidad para él, la felicidad juntos, sin sombras. Pero dijo:

-No puede haber amor si uno no es uno mismo con todas sus fuerzas.

Viola tuvo un gesto de contrariedad, que era también un gesto de cansancio. Y sin embargo, aún habría podido comprenderlo, como en realidad lo comprendía; más aún, tenía en la punta de la lengua las palabras para decirle: "Tú eres como yo te quiero" y subir inmediatamente con él... Se mordió el labio. Dijo:

-Pues entonces sé tú mismo solo.

"Pero entonces ser yo mismo ya no tiene sentido", pensó.



El Barón Rampante, Italo Calvino.


Eres un hombre que ha vivido en los árboles sólo por mí, para aprender a amarme...

viernes, 16 de diciembre de 2011

Orquesta.


Mi orquesta. Este año. Quizás no somos tantos y no sonamos tan tan bien, pero tocamos con más ganas que nunca. Y por si os había quedado alguna duda de lo que es disfrutar de la música, aquí tenéis el mejor ejemplo que podían daros:


¿Qué más se puede decir? ¡Escuchadlo cuántas veces queráis! Cien, mil, cien mil millones...

[Me encanta ese director. Su cara, sus gestos... en serio, fijaos].

domingo, 11 de diciembre de 2011

La ardilla roja.

La quiero desde mis entrañas. La necesito igual que a mi hígado, a mi cerebro, a mis ojos. Sin ella se me rompen los huesos, se me derriten los pulmones y no puedo respirar... Me hace falta para vivir.

Ella no está bien, me necesita. Yo soy su ángel.

La ardilla roja, dirigida por Julio Medem.

viernes, 9 de diciembre de 2011

El hielo también quema.

En mi corazón siempre es invierno. Así que, si vas a quedarte mucho tiempo ahí dentro, te aconsejo que lleves algo cómodo y un par de mantas. Verás qué bonito es el paso de los copos de nieve entre los ventrículos y las aurículas. Si alguna vez te atreves a viajar en arterias, abróchate el cinturón. Y no olvides llegar al corazón antes del anochecer, si te quedas en el cerebro no me dejarás dormir.

En mi corazón siempre es invierno. A veces, al pobre le cuesta bombear. La capa de hielo que se forma a su alrededor lo asfixia. Se ha acostumbrado a la claustrofobia. Ya casi no le dan espasmos cuando te ve. El muy cabrón antes siempre se golpeaba contra el hielo y acababa lleno de moratones. Se ha domesticado. O quizás ha aprendido del dolor.

En mi corazón siempre es invierno. Si vienes para quedarte, cuidado con romper algo. El problema es que nunca cobro fianza, y así me va. Lo único que puedo decirte es que tengo mis propias armas. Piensa antes de jugar con fuego, el hielo también quema.




martes, 6 de diciembre de 2011

La main sur le coeur.

Alguien me enseñó una vez que soñar despierto es la mejor forma de mantener el equilibrio. El término medio de Aristóteles. Pero, ¿son los sueños tan dulces como los pintan? Responded vosotros mismos. ¿Quién no ha soñado con alcanzar la meta? ¿Quién no ha caído en el camino? ¿A quién no se le ha roto el corazón cuando se ha visto derrotado?

Los sueños son crueles. Nos manejan a su antojo. Alimentan nuestras esperanzas. Nos quitan todo. Nos colman de recuerdos que muchas veces superan la realidad. Nos someten a la locura. Nos obsesionan y nos calman. Nos arrullan entre sus brazos infinitos. Nos tiran, nos ponen de nuevo en pie. Nos alojan en el hostal Felicidad, para dejarnos después en la calle Amargura. Dejan que seamos indigentes en los pasadizos de sus laberintos. Nos matan. Pero también nos dan la vida.

Alguien me enseñó una vez que volar no es imposible. Me mostró sus alas grises, hechas de aquel material tan fino y suave. El entrelazado de plumas invisibles que componían sus sueños. Y me ayudó a alzar el vuelo. Cada noche salgo en busca de nuevas ilusiones, me siento en los tejados y contemplo las estrellas. Los mortales no advierten mi presencia, están demasiado ocupados haciéndose la guerra. La luna me sonríe desde su posición privilegiada. Y sólo quiero que aparezca el hombre pájaro.

Alguien me enseñó una vez que es absurdo el miedo a las alturas. Que en pleno vuelo no podemos mirar atrás. Que los sueños nos mantienen en el aire, pero somos nosotros los que decidimos el rumbo, o nos dejamos caer.

Hablo de sueños y de hombres pájaro. Dicen que es imposible. Y puede que lo sea. Pero alguien me dijo una vez que las mejores historias eran las de cosas imposibles, incluido el amor.


Mantén el vuelo. Yo puedo ver tus alas. Y son hermosas.