jueves, 29 de septiembre de 2011

Romanza.


A veces, me planteo seriamente la posibilidad de que algo tan bello sea real. Intentaría escribir algo sobre ello, pero hoy... hoy sólo tengo ganas de ella. De volver a verla. De acariciarla. De hacerla vibrar... de fundirnos.

Así que... os dejo la Romanza de Bruch, con una magnífica violista (y su viola de 1615) y una perfecta orquesta acompañante.

martes, 27 de septiembre de 2011

Pictures of you.

Bien sabía lo que tenía que hacer: volver con ella y sentarse a su lado, cogerle la mano y decirle que no tenía que haberse ido, y besarla, besarla una y otra y otra vez, hasta que no pudieran dejar de besarse. Ocurría en las películas y ocurría en la vida real, todos los días. La gente no perdía el tiempo, se aferraba a unas pocas casualidades y fundaba sobre ellas su existencia. Tenía que decirle a Alice que ahí estaba, o irse de nuevo, tomar el primer avión y regresar al lugar donde había vivido como en vilo todos aquellos años.


Sí, lo había aprendido. Las decisiones se toman en unos segundos y se pagan el resto de la vida. Así había sido con Michela, así había sido con Alice; así era también ahora. Esta vez los reconocía: eran esos segundos y no volvería a equivocarse.

La soledad de los números primos, Paolo Giordano.

sábado, 24 de septiembre de 2011

What's the worst you take from every heart you break?

La sensación de vacío. El dolor tan extremadamente intenso que nubla hasta el último de tus sentidos. La punzada de culpabilidad. El valor que se deshace conforme las palabras nacen de tu boca. Los temblores que suben poco a poco desde tus manos, anidan en tu pecho y descienden imparables hasta tus rodillas. Sus ojos en los tuyos. Su incredulidad, tu firmeza.

La negación. El orgullo. La súplica. El odio. La indiferencia.

Le devuelves un corazón hecho trizas. Le devuelves un alma impregnada de tus recuerdos. Una incógnita. Una oración. Una lucha. Una retirada. Una disculpa.

Un último beso. Tus labios en los suyos. Tan suaves como siempre. Tan cálidos, dulces y seguros. Tan tuyos. Tan suyos. Imaginaciones. Pesadillas. Frustración. Dolor. Arrepentimiento. Seguridad. Fuerza. Metas. Sueños. Recuerdos. Cicatriz. Nueva página.


sábado, 17 de septiembre de 2011

You won't believe me.

Es difícil seguir el hilo de sus pensamientos, sobre todo cuando ni ella misma sabe evitar los nudos. Se le cruzan los cables y no hay más que hablar. Cortocircuito. Apagón. En realidad, ni siquiera sabe dónde está, ése no es su territorio. "¿Hay alguien ahí?", grita. Nadie le responde. No sabe dónde está el interruptor. ¿Cómo poner en marcha de nuevo la maquinaria?

Hacía mucho tiempo que no tenía pesadillas. Ahora la acechan constantemente. Se despierta temblando, incapaz de controlar su cuerpo, boqueando por una pizca más de aire para sobrevivir. Y lo peor de todo es que, a la mañana siguiente, no consigue recordar qué fue lo que soñó, ni cuándo volvió a dormirse.

Está en medio de un montón de gente, pero se siente sola. Muchos la ven, pero nadie la mira. Choca contra sus propias ilusiones, contra sus propios sueños. Y en el choque, ambos se rompen.

Paga su frustración con aquellos a los que teme perder, y cada vez los aleja un poco más. Ella misma se daña, y les daña, para no tener que sufrir. Y así, exactamente así, es como más duele. Cómo le gustaría decirles que son preciosas, cada una a su manera, tan únicas en su forma de ser. Cómo le gustaría decirles que son perfectos, cada uno con sus gustos, tan importantes para no caer.

Pero no lo dice, y calla. Por vergüenza, por miedo. Porque, en el fondo, nunca la creerán.

En realidad, la consume la rabia porque nada consigue apagar el terrible dolor de echar de menos algo que nunca podrá volver a ser igual.



[Tranquilos, ya me voy a comer helado, a ver si consigo elevar un poco el ánimo].

domingo, 4 de septiembre de 2011

Susurran tus manos.

Evitas el cruce de miradas y escondes el corazón en una caja fuerte, con la esperanza de que allí esté a salvo, cuando en realidad lo estás asfixiando. Y con él, mueres tú. No notas el roce cuando cojo tus manos. Las acuno entre las mías. Las acerco a mis labios. Esas manos que han recorrido mi cuerpo cientos de veces. Que me han dado las caricias más suaves. Que han encontrado los lugares más secretos, donde la piel desaparece y deja paso a los susurros.

¿Dónde estás? Me gustaría que volvieras, aunque sólo fuera un segundo. Redibujo el mapa de tus manos con mis dedos. No te inmutas. Tus manos te doblan la edad, y no te das cuenta. Miro con horror cómo las arrugas han anidado en su superficie, hundiéndose como un barco naufragado. Y, aún así, parecen tan pequeñas y delicadas entre las mías, tan dulces al tacto y a la memoria.

Tu verdad reside en aquello que no dices. ¿Qué ha sido de ti? ¿En qué parte del infinito vuelan ahora tus sueños? Y tu alma, ¿dónde ha ido a parar? A veces, me despierto angustiado. Me asalta la idea de no saber quien eres. De perderte, y morirme. Entonces te recuerdo con tu vestido verde, aquel día de invierno en el que sólo brillabas tú. Mi pequeña.

Ojalá volvieras. Ojalá volvieras y me susurraras al oído que todo va a ir bien. Y ojalá que, por una vez, fuera verdad.


viernes, 2 de septiembre de 2011

Hacia delante.

Hay voces en su cabeza. No paran de gritar. Se tapa los oídos, pero no consigue acallarlas. Las siente caer sobre ella, como agujas, como estacas, como balas. Se tira del pelo. Ni siquiera el daño las hace desaparecer unos segundos. En un arrebato, coge las llaves y sale de casa. Da un portazo. Baja las escaleras, se tropieza y está a punto de caer, pero se agarra al pasamanos y continúa. Sale a la calle. Camina cabizbaja, la gente no se fija en ella. Es una sombra.

Las voces aumentan su volumen. Echa a correr. Rápido. Rápido. Mucho más rápido. Da igual el rumbo, sólo corre, escapa, huye. De repente, ya no sabe ni dónde está. Hay un pequeño parque solitario. La hierba crece alta a su alrededor. Salta la valla que lo rodea y se dirige hacia los desvencijados columpios. Se sienta en uno y comienza a balancearse.

Las voces siguen resonando en su cabeza.

Los vas a perder. Los vas a perder. Y con ellos, te perderás tú misma.

Se echa hacia atrás todo lo que puede y se deja caer.

Lo mejor de todo es que no puedes hacer nada para remediarlo. Nada.

Da una fuerte patada al suelo y se eleva de nuevo. Hacia atrás. Hacia delante.

De todas formas, tampoco son tan buenos.

Esos columpios son los que más le han gustado desde que era pequeña. Y, aunque el sonido de la madera al crujir en cada sacudida no le da confianza, continúa balanceándose. Hacia delante. Hacia atrás.

Admítelo. Te vas a quedar sola. Algún día, ni siquiera te tendrás a ti misma.

Llega hasta ese punto mágico en el que te elevas por encima del palo superior y el estómago se te encoge un segundo. La adrenalina se desata en sus venas. Y sonríe. Una sonrisa débil, cansada. El viento se lleva las voces. Ríe, grita, llora. Se columpia. Hacia atrás. Hacia delante. Recuerda poco a poco cada momento grabado a fuego en su memoria. Los aviva. Y ellos la secuestran.

Encoge las piernas y deja que el columpio la balancee sin hacer fuerza. Por un momento, cree estar volando. Estira los brazos y cierra los ojos. El viento contra su cuerpo. Los rayos acariciando su piel. Nada más. Vuela sobre la ciudad hasta que el sol se esconde y ésta enciende su luz artificial. No importa que cada recuerdo se borre, si tiene a alguien que pueda recordárselo. No importa que no se tenga a sí misma, si sabe encontrar el camino de vuelta. Lo único que debe procurar es no perder el hilo de Ariadna, y tener a alguien al otro lado del laberinto.

Hacia atrás. Hacia delante.