miércoles, 29 de junio de 2011

La cajita de música.

Hay una cajita de música para cada amor imposible, para cada amor no correspondido, para cada amor roto. Sin embargo, lo primero que debes saber acerca de la cajita de música es que se muestra con una forma diferente ante cada persona. Mi cajita de música es de madera rojiza. Es rectangular y me cabe en la palma de la mano. Se abre con una pequeña llave plateada que guardo entre las páginas amarillentas de algún libro de mis estanterías. En la cerradura hay un grabado con forma de enredadera.

Al abrirla, se descubre el interior de la parte arrancada de mi alma. Una pareja de bailarines de cristal dan vueltas despacio al ritmo de una música lenta. Su silueta se refleja en el espejo que hay bajo la tapa. Pero, ¿qué hay dentro de la cajita de música? ¿Sueños, recuerdos, momentos? ¿Cartas, plumas, flores?

Dentro de la cajita de música hay una pequeña rosa seca, a la que se le han caído casi todas las espinas. El color de sus pétalos petrificados es carmesí oscuro. Y junto a ella guardo cada trocito de corazón que se me ha caído a lo largo del tiempo. Hay trocitos inmaduros, que se cayeron antes de tiempo por motivos que no valían la pena. Hay trocitos duros, que hicieron todo lo posible por no caer y que fueron arrancados con dolor. Y hay trocitos destrozados, casi irreconocibles, que cayeron tras aguantar miles de golpes, tras clavarles millones de espinas.

A veces, saco la cajita de música de su escondite y la abro. Contemplo los trocitos uno a uno y pienso que, aunque haya dolido, ha valido la pena tenerlos conmigo; y, aunque hayan caído al final, nada me proporcionó tanta felicidad y dicha como ellos mientras formaron parte de un corazón entero.

Mi cajita de música tiene también una conexión con las de las personas a las que pertenece cada trocito arrancado de mi corazón. Así, digamos que también guardo en ella trocitos de los corazones de otros.

Lo más curioso de la cajita de música es su olor. Al contrario de lo que podáis pensar, es decir, que huele a órgano putrefacto en descomposición, la cajita de música huele a libro viejo. La cajita de música huele a recuerdos. Y cada vez que la abro me envuelven y me miman durante un rato.

No suelo abrir la cajita de música a menudo. Quizás porque soy un tanto insensible, o me gusta aparentarlo, y no tengo ánimo para recordar esos momentos. Pero hoy me he visto obligada a hacerlo. He esperado paciente toda la noche escuchando su música, mientras un trocito de mi corazón pendía de un hilo. No era un trocito inmaduro, no era un trocito duro, no era un trocito destrozado. Era un trocito envenenado. Supongo que ya hace muchos años que está así, pero siempre encontraba de nuevo la cura. Esta vez, no ha llegado a tiempo. Y se ha caído.

He visto cómo ese trocito dejaba de latir y se rompía el hilo que lo unía a lo que me queda de corazón. Lo he cogido con ambas manos y lo he arrullado en ellas con cuidado. Le he dicho esas palabras que nunca oirás y lo he besado una sola vez. Me han atacado miles de recuerdos, pero he salido victoriosa de la batalla y no he derramado una lágrima. Nunca lloré por ti, y no lo iba a hacer ahora.

Entonces, ya en paz conmigo misma, lo he depositado en la cajita de música, en un lugar privilegiado, cerca de los dos bailarines que justo en ese momento habían dejado de dar vueltas. He girado la cajita de música y le he dado cuerda. Cuando la he soltado, el mecanismo se ha puesto en marcha de nuevo, los bailarines han comenzado su danza y el pequeño trocito de corazón ha empezado a latir.

¿Sabes a qué compás laten los trocitos de mi corazón que guardo en la cajita de música? A un cinco por cuatro, ese compás cojo y desamparado en el que nadie se atreve a componer.

Esta es sólo parte de la explicación, supongo.


[Esta es mi entrada número 100. Se merecía algo especial.]

viernes, 24 de junio de 2011

Stairway to heaven.

Subir al escenario es ya casi una rutina. Espera entre los músicos a que llegue su turno. Despreocupada, charla con unos y otros, se ríe, sueña con algún cazatalentos entre el público. Subir al escenario es ya casi una rutina, pero aún conserva ese delicioso sabor de los nervios en el estómago justo unos minutos antes de la exhibición. Los espectadores aplauden mientras se hace la presentación. Una canción... no, no una canción, un clásico. El presentador baja y le da la mano.

-Es tu turno, pequeña -le dice.

Ella sonríe. Quizás es demasiado atrevimiento versionar esa canción, pero siempre había soñado con ello. Oye gritos entre la multitud. Algún piropo subido de tono y el ánimo de sus amigos que sonríen en la primera fila. Cierra los ojos y respira hondo. Los abre de nuevo, busca entre la multitud miradas que le devuelven expectación, nerviosismo. Ninguna es la suya. Vuelve a cerrar los ojos. Vuelve a respirar hondo.

Comienza a sonar la guitarra y la flauta. Le encanta el sonido del último instrumento, es como hacer cantar al viento. Coge el micrófono con ambas manos y comienza a cantar. Muy suave, casi susurrando. Para llegar a las notas agudas sin rasgar las cuerdas vocales, eleva la mirada al cielo. Le tiemblan las rodillas. Siente todo su cuerpo rendido a la voluntad de la música. No puede hacer nada para impedirlo, aunque tampoco querría.

It makes me wonder, it really makes me wonder...

Cuando empieza a sonar la batería, eleva su voz y juega con los sonidos sin palabras, crea melodía sin letra, adorna la música y se une al instrumental como uno más. Y en el minuto seis, cuando la música se vuelve agresiva, cambia la voz para hacerla más violenta. Agarra el micrófono con las dos manos y acerca los labios a él para que no se pierda ni un hertzio de su voz.

El público no puede apartar la vista de ella. Todos la miran como si se elevara por encima de los mortales. Y, en realidad, lo hace. Se camufla tras su vestido negro de palabra de honor y el maquillaje, oculta su rostro tras los cabellos rizados. Pero no puede hacer lo mismo con la blanquecina pureza de su piel, con el brillo penetrante de sus ojos color miel, ni con el sonido angelical de su voz.

Ella vuelve a buscar entre el público. Quizás en alguna esquina esté él, observándola. Quizás en alguna sombra, escondido de miradas curiosas, esté él, esperándola. Acaba la música. Le queda la frase final. Aguarda hasta le momento oportuno. Un aplauso comienza a expandirse por la sala, pero ella no lo escucha. Ha encontrado sus ojos entre el público y no puede apartar la mirada de ellos. La última nota de la guitarra llega a su fin. Suspira. Desde la lejanía, él le sonríe. Y, aunque sólo se le escuche a ella, ambos cantan al unísono la frase final.

And she's buying the stairway to heaven...

Los gritos y silbidos llenan la sala. Ella sonríe y da las gracias a los músicos y al público. Abraza al guitarrista. Baja del escenario y aguanta paciente las felicitaciones de algunos espectadores. Sus amigos la asfixian con sus abrazos. Ella lo agradece, pero en realidad lo único que desea es salir a fuera. Con la excusa del calor, se aleja de ellos y se dirige a la puerta. Otro cantante ya ha ocupado el escenario y nuevos acordes llenan sus oídos. El público enloquece de nuevo. Ella ya es invisible.

Sale del pub y se dirige al paseo. El mar está tranquilo esa noche y la luna luce llena en el cielo, sola. Camina sin dirección, esperando encontrarle. Cansada, se sienta en el borde del paseo, con las piernas colgando, se quita los zapatos y roza el agua con los pies. Está fría. Él, silencioso, se sienta a su lado. No se miran. Una lágrima cae por la mejilla de ella, surca su rostro, se pierde en sus labios un segundo y luego se suicida desde su mentón. Antes de que la siguiente repita el proceso, él la recoge y se la llena a los labios. Ella cierra fuerte los ojos.

-Me prometiste que no ibas a llorar.
-Nunca cumplo mis promesas -responde ella.

Hay un corto silencio. Ambos suspiran al mismo tiempo y sonríen. Miran a la luna.

-¿Alguna vez has bailado sobre el agua, bajo la luna llena? -pregunta él.
-No, nunca lo he hecho porque es imposible...

Él se levanta rápidamente y extiende una mano hacia ella.

-¿Me concede este baile, señorita?

Ella coge su mano y se levanta.

-Cierra los ojos, pequeña.

Ella lo hace sin rechistar. Él la guía con cuidado. De repente, nota el agua bajo sus pies descalzos. Coloca una mano sobre su hombro y nota la mano de él en su cintura. Entrelazan las que les quedan libres.

-Ya puedes abrirlos.

Primero ve sus ojos verdes fijamente clavados en ella. Luego, baja hasta sus pies y descubre el truco: están en el pequeño estanque de apenas dos centímetros que sirve para reflejar los edificios como decoración. Por último, la luna cubre sus cuerpos con su tenue luz. Él se acerca a su oreja y susurra los primeros versos de la canción. Ella siente un escalofrío que la hace ruborizarse. Pero se une a su voz.

There's a lady who's sure all that glitters is gold, and she's buying the stairway to heaven...

Se mueven despacio, salpicando y chapoteando con los pies en el agua. Sonríen y cantan. Tras la frase final, ese stairway to heaven dolido, él la mira y le dice:

-Todo va a ir bien, pequeña, ya verás.

Se acerca a sus labios, los roza apenas unos segundos. Ella se deshace finalmente de sus alas y las eleva a la luna, pues un ángel no debe nunca enamorarse de un mortal, pero es imposible evitarlo en ocasiones.




[Te lo debía, pequeña. Que nada te diga nunca cuánto vales, y menos una nota. Porque tú vales mucho más que eso, y los que de verdad te queremos, lo sabemos. Sigue cantando y bailando en las noches de luna llena, sobre el mar.]

miércoles, 22 de junio de 2011

Dímelo.

Dime lo que quieres del mundo. La paz, el bienestar, la estabilidad. Y lo conseguiré para ti.
Dime lo que quieres del cielo. La luna, las estrellas, los cometas. Y los cogeré para ti.
Dime lo que quieres de la gente. Las sonrisas, las miradas, los abrazos. Y haré que los tengas.
Dime lo que quieres de los sentimientos. El triunfo del amor, el fin de las mentiras, de la amargura. Y lucharé para que así sea.
Dime lo que quieres del sol. Su luz, su calor, su belleza. Y te elevaré por encima de sus parámetros.
Dime lo que quieres que haga. Hasta la locura más descabellada. Y no dudaré un segundo.
Dime lo que quieres que sea. Desde pájaro hasta silencio, desde todo a la más absoluta nada. Y lo seré, lo seré por y para ti.

Dime qué quieres de mí, dime qué quieres de mí...


Hold your breath.
Clear your mind.
Stop your heart.
Now, you're mine.

I sing for absolution.

En mi particular locura, a veces me da por cantar. Lo hago donde me pilla en ese momento. Sin contemplaciones. Sin compasión por los pobres oídos que tengan la fatal suerte de escucharme. Tú me preguntas por qué canto. Y, ¿sabes? Es una razón muy sencilla...

Me acuerdo de tu mirada, de tu rostro, de tu voz. Comienzo a cantar bajito. Luego, recuerdo lo que decían las palabras de tu boca aquel día. Subo el volumen, en mi cabeza ya suena la batería y el bajo. Pum, pum, pum. Seguidamente, la imagen de tus cálidas manos envolviendo las mías, mi mirada incrédula ante ese gesto y el calambre que recorrió todo mi cuerpo. No me soltabas, no me soltabas. Hay un solo de guitarra. Un virtuoso sonido imaginario que toma posesión de mi cuerpo y hace que mis manos simulen el instrumento en el aire. Mi mente se adentra en los recuerdos prohibidos y en lo que sentí cuando me rodearon tus brazos. Apoyé mi cabeza en tu hombro, indefensa. Me tenías a unos milímetros, rozabas mi piel con tu piel, nos respirábamos en silencio. Temblábamos ante la idea de que alguien pudiera descubrirnos. Tú no me soltabas... y yo no quería que lo hicieras. Tengo miedo de que el volumen de la música me reviente los tímpanos. Tengo miedo de notar la sangre fluyendo hacia el exterior. Tengo miedo de no poder escuchar(te) nunca más. Tengo tanto miedo... y no lo ves, no lo ves. Canto. Canto hasta que no me queda voz; y aún así, continúo. En ese momento, habría hecho que cantaras conmigo. Para olvidarnos de todo. Para dejarnos mecer por la locura. Para hacerte sonreír también. Sigo cantando y... sé que, sea donde sea, cantarás conmigo.

Canto para recordarte. Canto para olvidarte. Canto para estar contigo, aunque no estés. Canto para alejarme de ti, cuando estás. Canto por placer y con dolor. Canto con alegría y por tristeza. Canto para ti, porque nunca me oyes. Y yo... me consumo entre acordes. Canto, simplemente. No hay que buscarle explicación. Ni a quiénes ni a qué somos. Ni a porqué canto. Ni a qué será lo que viene después. Canta conmigo, sea donde sea, canta conmigo.

Sing for absolution
I will be singing
And falling from your grace...

There's nowhere left to hide
in no one to confide
the truth burns deep inside
and will never die.

jueves, 16 de junio de 2011

START.

Veamos la lista de hoy:

_Hacer el examen de Latín, donde me han puesto el mito más bonito del mundo: el nacimiento de Venus... tachado.
_Estudiar Literatura Universal hasta que me salga por las orejas y líe la poesía de los románticos satánicos como Byron con la renovación de la novela en el siglo XX y el Gregorio Samsa de Kafka, o alguna cita del Ulises de Joyce... tachado.
_Comer poco (lo siento, no soporto las judías mamá) y seguir repasando hasta que líe a Don Quijote con Don Juan y con Drácula (vale, reconozco que ahí quizás me he pasado)... tachado.
_Ir al examen más tranquila que a cualquier otro, porque ya no me acordaba de nada... y ver que en la preciosa opción A han puesto: la épica medieval, el mito de Fausto y "Crónica de una muerte anunciada", y amar por un momento al coordinador, sea quien sea... tachado.
_Salir pegando saltos y gritar (flojito, que me veía mucha gente) LIBERTAD... tachado.
_Verte y sentir una plenitud pacífica que hace tiempo no me recorría las venas... tachado (aunque la sigo sintiendo).
_Comenzar el mejor verano de mi vida... ups, eso empieza ahora, ¿no?

Bienvenido verano, bienvenido relax, bienvenido "no tener nada que hacer". ¡Cuánto os he echado de menos!

Ahora empieza... ahora empieza... sólo tienes que pulsar el botón que dice:

domingo, 12 de junio de 2011

Addict.

Voy a hacer otra de mis confesiones. Tengo varias adicciones. Entre ellas se encuentran comer helado, sea cual sea la estación, y chocolate, sea de la forma que sea. Otra, fuera del ámbito alimenticio, es tu cuello, mi pequeña-gran debilidad. Pero mi adicción más fuerte, de la que nunca podría librarme ni en cien años de desintoxicación (¿de soledad?, ¿por qué los temas de Literatura rondan en mi cabeza?, ¿por qué será?), es la adicción a la adrenalina.

Se puede sentir adrenalina cuando montamos en alguna atracción de feria, cuando asistimos a un evento importante, cuando hacemos un examen... Pero la adrenalina que más me gusta, la que más enganchada me tiene, es la que me produce hacer locuras. Fijar el objetivo constituye la primera fase. ¿Cuál será la locura que pretendo llevar a cabo? Trazar el plan siempre es algo delicioso. Atar cada detalle despacio, con meticulosidad, hasta tenerlo todo bien preparado. Eso ya hace que en mi estómago comiencen a bailar miles de sensaciones que me hacen estremecer tímidamente.

Pero lo más glorioso, la sensación que me eleva más allá del Everest, se produce el día en que por fin voy a realizarla. Ya me levanto con un cosquilleo indefinible en el cuerpo. Por momentos, tiemblo pensando en el sabor de la locura. Y justo en el instante en el que lo hago, sea lo que sea, se desencadena ese torrente de sensaciones indescriptibles que recorren mis venas, que zarandean mis órganos, que llenan cada partícula de mi ser. Y mi alma se descompone del placer. Se descompone para rehacerse después de una manera nueva.

La locura no hace más que renovarnos. Y la adrenalina no hace más que engancharme. Ahora mismo, en este preciso segundo, siento el comienzo del cosquilleo en el estómago. Mmmm... se acercan tres días de adrenalina pura inyectada en vena a través del bolígrafo. Después de este chute, voy a necesitar un buen plan para satisfacer el mono con el que me voy a quedar. ¿Alguna idea?

Es lo único que se me ocurre. No es suficiente.

martes, 7 de junio de 2011

¿Qué es el amor?

Una vez me preguntaste qué era el amor. No supe contestarte. ¿Cómo definir algo con tantas facetas, todas tan distintas e iguales al mismo tiempo? ¿Cómo definir esa palabra, cómo resumir todo lo que significa en un par de líneas? ¿Cómo saber exactamente qué es el amor, si cada vez se nos muestra de una forma diferente?

Entre Romanticismo, Realismo y Poesía Pura esta tarde, he tenido un flashback mirando las preciosas cortinas de mi habitación. Atentos al dato: ni siquiera estaba mirando por la ventana, simplemente los cuadros de mis cortinas. Y casi he oído aquella pregunta que susurraste cerca de mi oreja, provocándome un escalofrío, seguido de un pánico terrible y un fuerte dolor en algún lugar remoto de mi pecho. Te tomé por loco y dejé que el silencio te respondiera con su habitual frialdad. Pero, en realidad, no era una pregunta tan descabellada.

¿Qué es el amor? ¿Es un sentimiento, una sensación, un pensamiento? Desde luego, no es una mentira. No hay falsedad en la adrenalina que recorre nuestras venas cuando estamos enamorados. Tampoco en el accelerando de nuestro corazón cuando vemos a esa persona. Ni en la aguda punzada que se nos clava sin piedad cuando la perdemos.

Dicen que el amor y la locura van de la mano, así que niego también que el amor pueda ser un pensamiento. El amor puede acarrear un incesante trabajo del cerebro sobre el objeto de nuestro amor, que es diferente. Y aquí es donde llega mi tema preferido: la lucha interna entre razón y corazón. Pueden hacerse apuestas sobre quién ganará, pero nunca podremos tener un porcentaje medianamente certero que nos asegure un mínimo de fiabilidad, pues ambos son tan poderosos que manipulan a su antojo nuestras acciones, en igualdad de condiciones. Y hasta la persona más responsable y prudente puede llegar a hacer grandes locuras por amor. Grandes, enormes, gigantes. Universales.

El amor es una sensación que te revuelve las entrañas, tanto para bien como para mal. La primera fase suele ser común a todo tipo de amores: los nervios, la idealización del ser amado, la adorable "enfermedad", los desórdenes alimenticios y el insomnio. El acercamiento, las conversaciones que quedan grabadas a presión en nuestra memoria, la contemplación. Esa mezcla entre felicidad y amargura constante.

¿Y si no es recíproco? He de reconocerlo, creo que no hay sonido más devastador que el de un corazón rompiéndose en un billón de piececitas diminutas que se clavan en lo más hondo del alma y la hacen sangrar; y aún así, es hermoso. Lo siento si suena un pelín macabro. Tras el rechazo, la vida carece de sentido. ¿Para qué? ¿Qué finalidad tiene seguir si no es con él/ella? Y todo parece sumirse en un agujero negro, un pozo en el que caemos durante un tiempo indefinido que se nos antoja eterno. Pero tocamos fondo, se produce el efecto rebote y tenemos que salir de nuevo.

Hablemos de un amor correspondido. De repente, tras una temporada en el limbo a medio camino entre la plenitud y el infierno, se nos abren las puertas del cielo. Subimos a lo más alto. Sentimos la satisfacción de estar junto a él/ella y disfrutamos de cada momento como si fuera el último. No tiene porqué convertirse en rutina, aunque es difícil evitarla. Sorprendernos con algo nuevo, amarnos de forma distinta cada día. Probar nuevos temas, nuevas experiencias. Viajar, convivir. Crisis, reconciliación.

Doy por supuesto en el anterior párrafo que ese amor correspondido es un amor de "fácil acceso", es decir, sin complicaciones. Pero, ¿y si no es así? Color, edad, distancia, religión... y miles de motivos más pueden hacer que ese amor correspondido acabe apagándose a la fuerza. O que quede aprisionado en algún rincón de nuestro corazón, esperando inútilmente su oportunidad. Podemos hacer como si no existiera esa llama en nuestro interior, aunque nos queme cada uno de los 21 gramos que dicen que pesa el alma. Y puede que lo consigamos. Pero, lo más probable es que estalle o se apague (el estallido suele conllevar su posterior extinción). ¿Qué puedo decirte que no sepas ya? Seguramente tú sabes más de esto que yo.

Me hiciste aquella pregunta, "¿qué es el amor?", y me quedé en blanco. Quizás es demasiado tarde para responderte. Quizás no leas esto nunca. Quizás me equivoque y el amor sea algo completamente diferente... Pero hoy, entre mis temas de Literatura Universal, sentía la asfixiante necesidad de responderte. Ojalá hubiera tenido las agallas suficientes en aquel momento para decirte todo esto, ojalá tú me hubieras abrazado fuerte mientras estallaban nuestros corazones y se incendiaban a la vez nuestras almas. Ojalá se hubieran extinguido después sin dejar huella alguna del fogonazo. Y no esta sensación amarga cuando desentierro lo que queda de ti.

No queda ni una mirada.

domingo, 5 de junio de 2011

Malvada.

Estamos sentados sobre la hierba, porque soy una cabezota y me gusta el contraste de tus ojos con ese verde. Se parecen tanto, y son tan distintos a la vez. Reímos no sé porqué tontería. Es un buen día. El cielo presume, vestido de un color azul intenso salpicado de pequeñas nubes blancas difuminadas. Se oyen los gritos de los niños que juegan en los columpios, pero nosotros hemos creado nuestra pequeña burbuja. Nada ni nadie existe ya, excepto nosotros.

De repente, te pones muy serio. Te miro divertida. No sabes ponerte serio de verdad. Sonrío y espero, a ver qué se te ha ocurrido esta vez.

-¿Sabes una cosa? -preguntas.

Niego con la cabeza. Enarco las cejas en señal de interrogación.

-Me gusta cuando me acerco -poco a poco, mueves tu rostro hacia mí- muy despacio -demasiado, pero en unos segundos tu nariz roza la mía-, me quedo así -cojo el aire que se escapa de tu boca y lo retengo dentro de mí, casi puedo sentir tus labios contra los míos- y sonríes.

Sonrío, y te alejas, casi dejando que el viento se lleve tu beso.

-¡¿Ah, sí?! -exclamo.

Ya verás. Rodeo tu rostro con mis manos en una caricia y elimino rápidamente el espacio que nos separa. Me acerco a tus labios. Veo cómo cierras los ojos, pero yo los mantengo abiertos. Y justo a un milímetro de que nuestras bocas se rocen, me separo un poco y sonrío. El viento se lleva tus ganas. Abres los ojos. Te miro, saboreo la victoria en tu cara de reproche.

-¿Qué...?
-¿No te gustaba cuando sonreía? Pues he sonreído.

JÁ, te he ganado, guapo. Admítelo, admítelo, sabes que me encanta cuando me llamas...

-Malvada.
-Ya lo sabes, no puedo evitarlo.
-Ven aquí...

Te echas hacia delante y me aprisionas contra la hierba.

-Ahora no puedes escapar -afirmas.
-¿Alguien ha dicho que quisiera?

Y nos besamos. Nos permitimos el placer de cerrar los ojos, de que nuestros labios se rocen, de respirar a la vez. Una cascada de sensaciones baja a toda velocidad en mi estómago. ¿Te he dicho alguna vez lo mucho que me gusta cuando haces eso? Bueno, pues mucho más de lo que puedas imaginar, pero no lo hagas a menudo, que me acostumbro y luego no me tiene gracia, ¿vale?


sábado, 4 de junio de 2011

Convénceme.

-No puedo.
-¿Qué? ¿Cómo que no puedes? Puedes de sobra.
-Que no, que no puedo.
-Sí, sí puedes.
-No, no puedo, es imposible.
-Es más que probable. Sí puedes.
-¿Seguro?
-Completamente.
-No... no sé, no lo creo.
-Escúchame bien: puedes con eso y mucho más, ¿de acuerdo?
-Lo intentaré...
-No, no lo intentarás, lo harás. Promételo.
-Yo...
-Mírame y promételo.

Levanto la cabeza y aguanto su mirada. Querría decirte tantas cosas, contarle todo lo que pasa en mi mundo... pero ya lo sabe, de alguna forma. Y me hace sentir fuerte.

-Lo haré.

Sonríe. Sonrío. Sonreímos.

viernes, 3 de junio de 2011

Ich liebe dich.

Desafiar al mundo, a la suerte, a la vida. Dejarse caer libremente desde las alturas y posarse en los tejados. Y, luego, alzar el vuelo de nuevo. Desafiar al oxígeno, a la atmósfera, al universo entero. Desafiar al todo, y a la nada. Desafiarte a ti.

Volver juntos al principio. Matarnos por el camino. Amarnos después. Sentirte, odiarte, besarte, amarte. Desearte. Desearte constantemente cuando no estás. Alejarme cuando vienes. Contradecirme. Contradecirte. Desobedecer. No quererte. Morirme por ti. Matarte lentamente. Resucitarte con un roce.

Pelearme conmigo. Conflictos. Guerras mundiales internas. Acuerdos. Tratos. Paces. Guerra y paz. Amor y desamor. Amor, siempre amor, en el fondo. Quererte como a ninguno. Odiarte por momentos. Y volver a caer en tus labios.

Caer en tus labios y dar cuerda a tu corazón. Hacer que bombee sólo por mí. Ser la dueña de tu piel, de cada una de tus sonrisas, de tus pensamientos. Posesión. Dejar que vueles, deshacerte de las cadenas, abrir tu jaula. Libertad.

Desafío. Amor. Guerra. Paz. Posesión. Libertad. Tú. Yo. ¿Nosotros? A veces. Sólo si te portas bien. ¿Quererte? ¿Amarte? Más que a nada, más que a nadie.

Desafiarte y alejarte una vez más... para caer de nuevo, en una mejor posición. Reconciliación. Seguimos contando números que, en realidad, no tienen mucho sentido. ¿Por qué? Es muy sencillo: no importan los números, sino cada vez que te siento a mi lado. Importa la sensación, no el número de veces que la siento.

¿Que qué es lo que siento? Nervios, adrenalina, excitación, labios, piel, calor, escalofríos. TÚ. Comprensión, oído, voz, ánimo, apoyo, cariño. TÚ. Miradas, suspiros, palabras, silencios, susurros. TÚ, TÚ, TÚ, TÚ, TÚ, TÚ...

Y quiero que sea así siempre.

Tú, ich liebe dich.

miércoles, 1 de junio de 2011

Quizás no es tan cobarde...

[Otro punto de vista de "Si no hay más remedio...", porque de vez en cuando es bueno saber qué piensa la otra parte...]



El viento se cuela a través de la ventana abierta, hace que las cortinas ondulen y mueve suavemente las partituras, sin llegar a tirarlas. Los últimos rayos del crepúsculo se reflejan en el espejo junto a mi imagen. Sentada, con el chelo entre las piernas, me dejo llevar por la imaginación y compongo al azar notas que no tendrían mucho sentido en un análisis completo, pues no hay parte A, B o C, ni frases, ni una sucesión ordenada de Tónica-Dominante-Subdominante que determine las tonalidades y modulaciones correspondientes. No hay cadencias conclusivas... aunque he de reconocer que las Rotas me pueden. Me encanta cómo suenan. En realidad, ¿qué más da la estructura o la tonalidad? Lo importante es disfrutar del sonido, del contacto con las cuerdas, con el arco, de la relación que se establece con el instrumento...

Mi pequeño. No sé cuántos años llevo ya con él, he perdido la cuenta. Hemos tenido nuestras rachas, buenas y malas, pero siempre vuelvo. Nunca se ha quejado, nunca me ha rechazado, nunca... nunca me ha hecho sentir diferente. Su simple contacto me produce escalofríos, pequeños temblores de nervios y excitación. Porque sé que cuando estamos juntos, el mundo que nos rodea desaparece, quedamos suspendidos en el aire, fuera del alcance del resto de mortales, y somos invencibles.

Oigo unos pasos a mis espaldas. No puede ser. Le he dicho mil veces que no entre mientras estoy con mi pequeño. Qué cabezota es. Sigo tocando, como si no lo hubiera escuchado. De hecho, le pongo más empeño, más ganas, más... pasión. Crece la intensidad de la melodía, cambio de posiciones constantemente, me deshago en el contraste entre fortíssimos y pianos súbitos. Por un momento, me olvido de que él me observa y toco como si nada me hubiera interrumpido. Vuelvo a conectar con el instrumento que aferro entre mis piernas y disfruto de las últimas descargas de placer que me produce. Me doy la vuelta y lo miro fijamente mientras termino con varios acordes finales, en una cadencia perfecta compuesta, claro. "De segunda especie", diría aquella profesora de análisis de la que ya no recuerdo el nombre.

-¡Idiota, me has asustado! -exclamo.
-Cualquiera lo diría, yo te veo muy tranquila -¿por qué siempre tiene que pillarme? Alguna vez le ganaré.
-No me vaciles, guapo, sabes que odio que me veas mientras...
-...mientras estás con tu querido. Ya, lo sé, pero ya que consiento vuestra relación, podrías dejarme al menos que yo también disfrute.

Y tiene razón, quizás, pero me da tantísima vergüenza que me vea mientras estoy con él... No sería lo mismo. O sí, lo cual me cohibiría aún más. Me doy la vuelta y guardo el instrumento. Limpio los restos de resina de la madera cercana al puente. Lo acaricio de forma inconsciente antes de cerrar la cremalleras, deseándole un buen descanso e incluso dulces sueños. Estoy completamente segura de que algo tan maravilloso debe tener vida propia, aunque a primera vista no se pueda apreciar.

Vuelvo a mirarle y sonrío. Ya sé cómo contraatacarle. Me acerco a él, disfrutando del tacto de mi vestido contra la piel, y justo cuando estoy a su lado, suelto el prendedor que recoge mi pelo y lo balanceo, dándole suavemente en el rostro. Los rizos me caen sobre la espalda. Adoro esa sensación. Cojo el vestido por la parte de la cadera, con los brazos cruzados, y tiro de él hacia arriba hasta quedar desnuda.

-Voy a ducharme, a ver si también te atreves a entrar ahí, cobarde -le digo.

Sé que es superior a él, que considera la ducha algo demasiado íntimo, individual, aunque nunca entenderé porqué. Aún así, juego con la idea de que se atreva. No estaría nada mal. Me río. No, desde luego, no estaría nada mal probar una ducha juntos.

Me meto dentro de la ducha y cierro la mampara. Abro el grifo. Dejo que el agua me deshaga los rizos y roce mi cuerpo, cada milímetro de mi piel, cada uno de mis cabellos. Oigo unos pasos entrando en el baño. Cierro el grifo. ¿Realmente se va a atrever? Quizás no es tan cobarde como yo pensaba. La sensación que me produce saber que él estará viendo mi cuerpo difuminado a través de la mampara sube como un cosquilleo desde el estómago. Apenas puedo respirar.

Cojo el champú y echo una buena cantidad en mi mano. Después, intento que haga toda la espuma posible en mi pelo. Me encanta ese olor. Y sé que a él también. Se mueve. Intento ver qué hace. Se quita la camisa, despacio, botón a botón, y la deja sobre el lavabo. Me gusta tanto... Casi no puedo contener las ganas de salir ya de la ducha para besarle. Abro de nuevo el grifo, con la esperanza de distraerme unos segundos más. Cierro los ojos y quito la espuma de mi pelo. Pero, no puedo evitar ser consciente de sus movimientos, de cómo se quita el resto de la ropa. Corto el grifo. Veo sus manos sobre la mampara y aguanto sin respirar. ¿La abrirá? Ya que ha llegado hasta aquí, estoy casi segura de que lo hará, un 99'9 por ciento. Pero, ¿y si no lo hace? Son apenas unos microsegundos, pero me comen los nervios. Y, por otro lado, la situación me excita sobremanera. No puedo aguantar más. Abro las puertas de la mampara antes de que pueda cambiar de idea.

-Creía que no te atreverías nunca -le digo, pícara.
-Yo... ya ves. Hagamos un trato, si yo he conseguido no ser un cobarde, no seas tú una egoísta y déjame al menos verte tocar de vez en cuando.
-Como mucho una vez por semana. Siempre y cuando después te duches conmigo.

No creo que sea un mal trato, ambos salimos ganando.

-Si no hay más remedio... -dice.
-Tonto, aún estás a tiempo de volver sobre tus pasos -le incito, aunque es lo que menos deseo en estos momentos.
-Creo que prefiero quedarme contigo -sonríe.

Cómo me gusta su sonrisa. Siento un pequeño calambre cuando me toca. Tiene la piel seca, caliente todavía, pero ya me encargaré yo de cambiar eso. Noto cómo su piel absorbe las gotas que me cubren y caen en finos hilos por mi cuerpo. Alza la mano izquierda y me acaricia el pelo mientras me besa lentamente. Todos mis sentidos se vuelcan en esa sensación. Lo guío hacia el interior de la ducha y cierro la mampara. Lo que pasa a partir de ahí ya es algo entre él y yo.

Si no hay más remedio...

El viento se cuela a través de la ventana abierta, hace que las cortinas ondulen y mueve suavemente las partituras, sin llegar a tirarlas. Los últimos rayos del crepúsculo se reflejan en el espejo junto a su imagen. Me acerco sin hacer ruido y espero apoyado en la pared. Ella continúa tocando, no se ha percatado de mi presencia. Si lo hubiera hecho, habría parado. La contemplo maravillado. Coge el arco con fuerza y arranca un sonido espectacular al instrumento, muy fuerte, sin llegar a rasgar las cuerdas. Observo cómo su brazo derecho se mueve con amplitud cambiando de una cuerda a otra, cómo lo inclina en los piano, cómo lo acerca al puente en los fortíssimo. Aunque he de reconocer que su mano izquierda impresiona más, cambiando de posición continuamente sin desafinar una sola nota. Siempre me han dado grima las notas muy agudas, pero suenan tan suaves cuando vienen de ella...

Contemplo su rostro. Su gesto es firme, decidido, pero al mismo tiempo frunce los labios en señal de concentración, y siempre queda un pequeño lugar para la duda. Suspiro intentando no hacer demasiado ruido. Es que me falta el aire cada vez que la veo tocar. Se entrega como si... como si su instrumento tuviera vida. Establece una especie de conexión y el mundo a su alrededor desaparece. Puede pasar horas enteras con él, sin cansarse. Y nunca me deja verla, por eso este momento es tan especial, tan único.

De repente, como si hubiera leído mis pensamientos, se da la vuelta y ejecuta los acordes finales mientras me mira. El último en dos arcos, rontundo. Aplaudo. Sé que ya está enfadada, pero no me dejo amedrentar por sus malas pulgas, conozco la fórmula para exterminarlas.

-¡Idiota, me has asustado! -exclama.
-Cualquiera lo diría, yo te veo muy tranquila.
-No me vaciles, guapo, sabes que odio que me veas mientras...
-...mientras estás con tu querido. Ya, lo sé, pero ya que consiento vuestra relación, podrías dejarme al menos que yo también disfrute.

Se queda pensativa unos segundos. Después, me da la espalda y guarda el instrumento delicadamente. No oculta las últimas caricias con que le obsequia antes de cerrar las cremalleras. Luego me mira. Comprendo al ver sus ojos que ya ha pensado su estrategia de contraataque. Estoy preparado, o eso creo. Se acerca despacio. Me encanta el vestido que lleva puesto, le deja al descubierto las piernas y le hace la cintura más delgada. Pasa por mi lado, se suelta prendedor y mueve el pelo para que me de. Siento sus rizos en mi cara, cierro los ojos y aspiro su olor. Sigue su camino. Atraviesa la puerta hacia el pasillo mientras se deshace del vestido. Me quedo donde estoy, con los ojos como platos ante la última imagen de su cuerpo desnudo.

-Voy a ducharme, a ver si también te atreves a entrar ahí, cobarde.

Cómo sabe darme donde duele. Sabe que eso es demasiado íntimo, que odio que entren cuando me estoy duchando y que, por tanto, soy incapaz de entrar cuando alguien más lo está haciendo. Es una tontería, pero no puedo, no puedo. Dios, pero tampoco no puedo dejarme vencer tan fácilmente. Será su gran victoria y no podré verla nunca más tocar. Mmm... vamos. Camino hacia el pasillo. Veo la puerta del baño entreabierta y oigo cómo el agua empieza a caer. Ahora mismo rozará su cuerpo, cada milímetro de su piel, cada uno de sus cabellos.

Entro en el baño. Corta el grifo. Oigo cómo echa el champú en su pelo y masajea. Me pongo malo sólo de olerlo, me gusta demasiado. Y ella lo sabe. Doy un paso más. Me desabrocho la camisa y la dejo encima del lavabo. Ella vuelve a abrir el grifo. Suena de nuevo el agua. Aprovecho para desabrocharme los botones del vaquero. No puedo, no puedo... pero no puedo dejarme vencer. Además, la visión difuminada de su cuerpo a través de la mampara del baño hace que me vuelva loco. Me deshago de toda la ropa. Corta el grifo. Pongo las manos sobre la mamparam dispuesto a abrirla. Y, antes de que pueda hacer nada, ella las abre y me mira sonriente.

-Creía que no te atreverías nunca -me dice, pícara.
-Yo... ya ves. Hagamos un trato, si yo he conseguido no ser un cobarde, no seas tú una egoísta y déjame al menos verte tocar de vez en cuando.
-Como mucho una vez por semana. Siempre y cuando después te duches conmigo.

Suspiro.

-Si no hay más remedio...
-Tonto, aún estás a tiempo de volver sobre tus pasos.
-Creo que prefiero quedarme contigo -sonrío.

El contacto con su piel mojada me produce un placentero escalofrío que recorre toda mi espina dorsal. Acaricio su pelo, los rizos deshechos por el agua, y la beso lentamente. Se cierran las puertas de la mampara. Lo que pasa a partir de ahí ya es algo entre ella y yo.