domingo, 29 de mayo de 2011

No sé quién es el cazador y quién la presa...

Sería bonito decir que estaba en un garito de lujo con música tipo jazz o blues en directo. Podría llevar un vestido verde y estar tomando un San Francisco con mucho glamour. Seguramente me fijaría en algún caballero de otra mesa y pondría en marcha mis estrategias de seducción a distancia. La mirada interesante, beber a tragos pequeños y lentos, mojarme los labios a drede o dar vueltas a un mechón de pelo, insinuante. Es muy probable que él se acercara y, muy cortés, me preguntara si podía sentarse conmigo. Asentiría, reservada. Me lo imagino todo muy a lo francés. Me cogería una mano y la besaría delicadamente diciendo: "Bonsoir, Madamme, je m'appelle...". No sé, se me viene a la cabeza Louis. Podría llamarse Louis, o Bernard, o Jacques. Da igual. El caso es que acabaría acompañándome a casa en su carruaje y me despediría con otro suave beso en la mano. Después se sucedería un largo cortejo, un mucho más largo noviazgo y, finalmente, un matrimonio (in)feliz, ¿quién sabe?

Sería bonito decirlo. Pero, eso no fue lo que pasó en realidad. Esas cosas no existen más que en los sueños de princesas. ¿Para qué engañarnos? Eso ya no gusta a nadie.

En realidad me encuentro en un garito de mala muerte, rodeada de punkies, heavies y otros tantos. Llevo unas medias de redecilla, unas botas hasta la rodilla de tacón muy muy alto y muy muy fino, una corta falda de tul y un corsé. No me he secado el pelo y se me han hecho tirabuzones que me llegan hasta la cintura. Me acerco a la barra y pido una cerveza. En realidad no me gusta, pero es barata y sube rápido. Doy un par de tragos y miro a mi alrededor. Nada interesante, de momento. Voy hacia el grupo de bailarines y me encuentro con unos amigos. Bailo con ellos, me río, está bien. Pero no es suficiente. Hoy no busco eso. Siento una mirada en mi nuca y me doy la vuelta. Hay un hombre sentado en la barra que me mira fijamente. Sigo bailando como si no lo hubiera notado, pero le observo. Lleva una cazadora de cuero, unos vaqueros y una camiseta de un grupo que no reconozco. Se cruzan nuestras miradas, ninguno la desvía. No sé quién es el cazador y quién la presa, pero me gusta el juego.

Me muevo como la reina del baile. Y no precisamente de un vals puro y casto. Dos desconocidos se acercan y bailan conmigo. Dejo que sus manos rodeen mi cintura, que me hagan subir y bajar moviéndose en círculos. Me besan el cuello. Disfruto de la sensación. Pero no pasa de ahí. Cuando me aburro, los despacho con una sonrisa, un par de vueltas y estoy fuera de su alcance. Él sigue mirándome desde la barra. Tiene una sonrisa torcida y los ojos entrecerrados. Parece muy sexy, para qué negarlo.

De repente, suena la canción perfecta. Juego con mi pelo mientras bailo. Antes de que termine, me acerco a la barra, sin disimular. Me siento al lado de mi observador y lo miro. Sonreímos. No me besa la mano, ni es cortés. Simplemente, al ritmo de la canción, me dice al oído: "Are you gonna be my girl?". Y me derrito. No es amor a primera vista, no pasarán cosas bonitas, no tendremos un romance duradero. Me acerco a él un poco más y le digo, como si me fuera la vida en ello, dos simples palabras: "Oh, yes". Nos recorre la lascivia. No tengo ganas de besarle. Tengo ganas de comerle la boca y todo lo demás, de que me tire del pelo mientras le arranco gemidos, de follármelo como una salvaje. Todo sucio y placentero. Todo tan carnal, tan pecaminoso...

Nos levantamos y salimos. Se apaga la música, como si hubiera puesto en silencio la televisión, y sólo queda nuestra respiración. Paramos en una calle de esas oscuras, un callejón de secretos, y me empuja suavemente contra la pared. Se acerca y aprieta sus labios contra los míos. Noto cómo sus manos se deslizan entre mi pelo y bajan hasta mi cintura. Rodeo con las mías su cuello mientras se abren nuestras bocas. Aceleramos el ritmo. Nuestras manos bajan a la vez. Eliminamos el espacio que queda entre nosotros. Le rodeo con una de mis piernas y lo siento tan cerca, tan cerca...

Me sobra todo: el corsé, la falda, las medias y las botas. Me sobra su ropa también. Me sobran las ganas... Y me faltan aún los orgasmos que vamos a arrancarnos sin piedad el uno del otro esta noche.

Simplemente.

jueves, 26 de mayo de 2011

Una oportunidad.

Camino despacio, mirando a todos lados. Desde las estanterías, los libros me miran, me llaman, me gritan para que los coja. Pero ninguno es él. Sigo adelante, paseando entre esas miles de historias que no leeré. Alzo una mano y acaricio el lomo de los libros. De repente, al rozar uno, siento un pequeño calambre. Retiro la mano al microsegundo y miro a mi agresor. Es un libro fino. Acerco de nuevo la mano y lo cojo. No es de tapa dura. Y tampoco tiene pinta de ser muy viejo aunque en una de sus esquinas un trozo de papel protector ha sido arrancado.

Lo abro con cuidado, más o menos por la mitad.

-Como no volveremos a hablar de este modo ¡nunca, nunca más!, sólo esta noche, se lo diré todo. Lo diré, no me importa lo que piense, no importa. Yo sólo quiero ayudarle. Además, usted es amable... usted es amable. A pesar de todo, he estado pensando en marcharme desde hace mucho tiempo. Pero usted ha venido tan a menudo en algunas ocasiones, tenía tanta correspondencia y era tan agradable e interesante que me he quedado y he ido aplazando cualquier cambio. Más de una vez, cuando ya casi me había decidido, usted ha vuelto a aparecer y yo he pensado, <<¡Oh, no!>>. ¡Ésta es la pura verdad! - Rió, dominada ya su confusión por completo-. A eso me refería cuando le he dicho hace un momento que lo <<sabía>>. Era perfectamente consciente de que usted sabía que me tomaba molestias por su causa, y ese conocimiento era para mí, y creí comprender que también para usted, como si hubiera algo, ¡no sé cómo llamarlo!, entre nosotros. Quiero decir algo bueno e insólito, nada vulgar ni detestable en absoluto.

Salto un párrafo hasta la respuesta.

-No -convino-, no es nada vulgar ni detestable en absoluto.

La joven se contuvo apenas unos segundos antes de soltar toda la verdad.

-Haría cualquier cosa por usted. Haría cualquier cosa por usted.

Paro de leer. Sin saber cómo, ese diálogo se ha introducido en mi sistema nervioso. Quizás ha sido a través del calambre. Ahora necesito saber qué es lo que pasa entre ellos. Y no puedo parar, no puedo parar. Acerco la nariz a las páginas, no muy amarillentas todavía, y aspiro el olor del libro. Mmmm... te quedarás conmigo, te mereces una oportunidad.

miércoles, 25 de mayo de 2011

Efímera y fugaz.


Cierra los ojos. Respira profundamente. Entra en el escenario mientras un tímido aplauso se extiende entre los miembros del público. Saluda con una reverencia formal. Abre la tapa del piano y ajusta el asiento a su altura. Se sienta y coloca las manos sobre las teclas. Siente un escalofrío. Echa los brazos a un lado y los deja sueltos un momento. Se relaja unos segundos. Se concentra.

Acaricia las teclas. Coge aire, en una respiración fuerte, y comienza a tocar.

Fuerte. Agobio. Desesperación. Suave. Tristeza.

¿Cómo interpretar los sentimientos que quiso plasmar Beethoven en su obra? ¿Cómo saber qué quería decirnos? Se deja llevar por la música y relamente no es consciente de lo que hay a su alrededor. Sólo existen las teclas, blancas y negras. Ochenta y ocho teclas, a su merced. Casi obsesivamente, bajan y suben. Y es mágico el sonido que producen bajo sus manos.

En su asiento, el pianista oscila y se adelanta en algunos fragmentos. Se acerca al piano casi acariciándolo. Desde el público, se lo ve entregado a una relación dolorosa. Las cuerdas vibran, tiemblan a su contacto. La estancia se llena de su sonido y la atención se centra en él, en su melodía, en su música.

Pero, ¿en qué está pensando él? El pianista está ya muy lejos del escenario. Vuela entre sus propios pensamientos. Se desliza entre los recuerdos. Las horas que ha pasado ensayando para el concierto. Desde un principio lleno de fallos hasta la lectura completa. Y luego, el toque personal. La interpretación propiamente dicha. Repetir fragmentos hasta la saciedad. Grabarlos en su memoria.

Sigue atento a cada nota, pero está muy lejos de allí en realidad. Ella. Ella ocupa su mente. Todo lo ocupa ella, como en el poema de Neruda. Recuerda los primeros acercamientos difíciles. Ella, tan resistente, no se dejaba tocar. Insistente, él no se dejó vencer. Consiguió, tras años y años, algún gesto por su parte, que le proporcionaba el impulso necesario para continuar con su lucha. Y cuando parecía que la tenía rendida a sus pies, volvía a desafiarle al irse con otros. Le comían los celos y la deseaba sólo para sí. Se encerraba con ella e intentaba hacerla entrar en razón. Sin embargo, siempre ocurría lo mismo. Ella volvía a desaparecer durante largas temporadas que pasaba en otros brazos.

Al final, siempre volvía a él. Con esfuerzo y dedicación, conseguía mantenerla a su lado. Pero le seguía dañando. Le seguía mordiendo el alma. Le seguía revolviendo las entrañas. Con cuchillos. Y sangraba, sangraba todo su amor por ella. Y la odiaba, la odiaba por amarla tanto y no saber vivir en su ausencia.

¿Ausencia? En realidad ella siempre estaba presente, aunque él no la viera. Pues el mismo sonido de su corazón marcaba el compás de sus pasos, que siempre le acompañaban. Era él el que no se amoldaba a su figura e intentaba cambiarla. Era él el que se obsesionaba con sus huidas.

Mientras tanto, ella le seguía siendo fiel cuando él la dejaba. Se rendía a sus proposiciones y dejaba que sacara de su piel las más bellas melodías.

Acaba la pieza. Él se da cuenta. Ella ha estado ahí siempre. Quizás ha sido él quien no ha sabido ver la libertad que necesita la música. Quizás ha sido él quien la ha acorralado contra una esquina. Pero sigue ahí, después de todo. Sonríe con cierta amargura. Se levanta y hace una reverencia mientras en público aplaude. Ahora lo entiende todo. No puedes encerrar en una jaula a un ser tan libre. No puedes querer poseerla. Debe ser efímera y fugaz, pues así es como más bella se luce.

Sale del escenario. Atraviesa las puertas y se deja envolver por la brisa. Ahora que lo ha comprendido, sólo quiere volver a tener un rato a solas con ella, para volver a acariciar su piel...

Me dirás que no es hermosa...

sábado, 21 de mayo de 2011

Seguid soñando juntos, siempre.


Suena de repente una canción en la radio. De esas que escuchabas en viajes largos. Miras un momento, incrédulo, al aparato, y subes el volumen automáticamente. Todavía te la sabes, pero se te hace un nudo en la garganta que te impide cantarla.

Dios mío, ¿tanto tiempo ha pasado? Érais apenas unos críos cuando os conocisteis. Y os separasteis en la fina línea que separa la adolescencia de la mayoría de edad. ¿Cuántas alegrías, cuántas penas, cuántos logros y cuántas derrotas soportasteis juntos? ¿Cuántas risas compartisteis? ¿Cuántas veces llorasteis de impotencia, de rabia o de dolor en el hombro de ellos? Porque todos formábais un grupo unido, forjado poco a poco con el fuego lento de las tontas discusiones, los viajes y la dulce rutina en la que caísteis haciendo cada día diferente.

Todavía recuerdas sus rostros casi a la perfección. El de todos y cada uno de ellos, de los que conociste al principio, de los que se unieron incluso en los últimos años, o de los que se quedaron por el camino. ¿Qué será de su vida? Teníais tantos sueños, soñábais tanto juntos. Érais jóvenes y teníais todo un mundo por descubrir. Lo que habíais visto no era ni una milésima parte de lo que os quedaba.

Os convertisteis en un tren de larga distancia, nuevo, fuerte y seguro. Os sentíais a salvo si todos montabais en él. Aunque para guiaros necesitasteis a los revisores y a los maquinistas. Quizás nunca se lo agradecisteis demasiado, siempre poniendo pegas, no queriendo hacer lo que ellos sugerían... En aquel momento, encerrarte entre cuatro paredes no es la opción más llamativa teniendo un mundo por descubrir. Pensabais que la sabiduría y la responsabilidad era para los adultos, y que vosotros simplemente queríais vivir.

Live fast and die young.

No importaba lo que hubiera después. Pero, el final siempre llega. No existe una historia interminable. El tren llegó a su destino tras un larguísimo viaje de años y años. Os despedisteis entre lágrimas y promesas tras toda una vida juntos. Una vida de la que forman parte cada uno de ellos, una historia cuyas palabras están escritas de su puño y letra, unos recuerdos que se difuminan con el tiempo, pero no se pierden. Y, pasados muchos años, vuelve a sonar aquella canción en la radio. Tú te acuerdas de todos ellos. Piensas dónde estarán ahora. Te preguntarás si han cumplido sus sueños.

No sé si podrás responder a esas cuestiones, pero si tú sigues soñando, ¿por qué ellos no?
Seguid soñando juntos, siempre, aunque sea en el recuerdo.

martes, 17 de mayo de 2011

I swear I'll never give in.

I've got another confession to make.

Supongo que esa frase de los Foo Fighters define a la perfección lo que voy a hacer. O quizás no.
La verdad es que no se trata precisamente de una confesión. O quizás sí...

Se revuelve entre las sábanas. Se deshace de ellas. Se da la vuelta. No hay ni un hueco fresquito en el minúsculo colchón. Estira los brazos y se separa el pelo de la cara. Respira profundamente. Intenta levantarse, pero algo la retiene. Da otra vuelta. Tira la almohada a un lado y deja que su cabeza repose a la misma altura que el cuerpo. Se marea. ¿Qué está pasando?

Aún con el peso del recuerdo encima, intenta levantarse de nuevo. Nota las cadenas a su alrededor. Crean una pequeña burbuja en torno a su espacio vital. Hace un último esfuerzo y las araña antes de caer rendida.
Vuelve a la consciencia. Grita. Nadie parece oírla. Repite el proceso, más fuerte. Se le desgarra la garganta. Siente cómo sus pulmones suplican por un poco de aire. Grita. Tose. Se ahoga. Llora.

Entonces, comienza su monólogo.

-Nunca supe si todo lo que vivimos nos llevaría a algún sitio. Pero, desde luego, nunca pensé que fuera así. Si este es el final, no quiero seguir. Y si lo que espera es igual, mejor dejadme aquí. ¿Cómo seguir si esto es lo que se recibe tras el esfuerzo de toda una vida? Dime, ¿en qué consiste el contrato y cuándo lo firmamos? Porque no leí la letra pequeña. ¿Es esto resistir? ¡Dímelo! Yo sólo veo abusos. Abusos de una sociedad, de una vida, que no nos deja opción a crear nada nuevo.

Se le rompe el corazón en cada palabra. Se le sale el alma de los labios.
¿Quién te está quitando lo mejor de ti? Dime, ¿quién? Lucha. Levántate y ponte en guardia. Defiende tus ideales. Vive por lo que sueñas. Y no te dejes vencer hasta conseguirlos. No te acomodes. No te conformes. Lucha y si caes, inténtalo de nuevo, una y otra vez. Stand up for what you believe.

-Quizás no he hecho la pregunta adecuada. Quizás no se me entiende. Y ni siquiera "¿por qué?" es lo que quiero saber. No me importa el porqué. Importa el ahora. Importa dónde estamos. Importa lo que queda delante. Quizás fui una idiota al pensar que podía con todo. El que mucho abarca poco aprieta, ya me lo dijeron alguna vez. Pero, ¿sabes? Seré tu idiota, pero no voy a dejarme vencer ahora. Verás cómo rompo mis cadenas, tus cadenas, y me salgo con la mía.

Recoge toda su fuerza, todo su valor, y vuelve a intentar levantarse. Y lo consigue. Se incorpora. Se estira. Se le notan los sueños, las metas, corriendo bajo la piel. Se peina el cabello. Echa las cadenas a un lado. Se coloca el vestido. Ay, pequeña, cuánto me gusta tu forma de salir adelante. Llévame contigo. Siempre fui un poco cobarde, así que deja que sea tu sombra. Tu escondite cuando luches. Tu hombro cuando llores. Tu apoyo cuando no puedas más. Deja que sea tu mejor mentira, tu más pura verdad.

-Juro que nunca me dejaré vencer.

Y yo te recordaré ese juramento cuando estés a punto de caer.

lunes, 16 de mayo de 2011

Infinitíssimo.

Ora tu pensa: un pianoforte. I Tasti iniziano. I Tasti finiscono. Tu sai che sono 88, su questo nessuno può fragarti. Non sono infiniti, loro. Tu sei infinito, e dentro quei Tasti, infinita è la musica che puoi fare. Loro sono 88, Tu sei infinito.

Imagínate: un piano. Las teclas empiezan. Las teclas acaban. Tú sabes que hay ochenta y ocho. No son infinitas. Tú eres infinito, y con esas teclas es infinita la música que puedes crear. Ellas son ochenta y ocho. Tú eres infinito.


Fragmento de "Novecento" (La leggenda del pianista sull'oceano), de Alessandro Baricco.

Infinitíssimo.

domingo, 15 de mayo de 2011

Me persiguen los recuerdos como los ratones al flautista de Amelín. No estoy en condiciones de decir ninguna verdad, pues no sé qué pasa en la realidad, en el mundo sensible de Platón. Se me olvida qué pasó el otro día en clase y ya no sé diferenciar un molusco de un cefalópodo. Dentro de poco, los minimoys sabrán más que yo. Pero, no importa. Eso es lo que más me molesta de todo, que no importa.

Que ya da igual.

Lo único que quiero es sacarle fotos a sus sonrisas. Que el cielo esté siempre azul. Un buen encuadre, algo de puntería y un buen objetivo. Click. Capturada para toda la eternidad. Sus sonrisas en un álbum de fotos, colgadas en la pared, pegadas en las farolas por la calle. Me gustaría verlas a cada momento o de forma inesperada cuando camine sin dirección. Eso es lo más importante, que todos ellos estén bien.

Y tú.

Porque en tus ojos no puede haber nunca una fina gota de agua. No quiero volver a tener que repasar con mis manos tu rostro para secarlo. Porque, al gustarme tanto, no puedo capturar en una foto todo lo que tu sonrisa significa, y la necesito para que no se me acabe el mundo en este mismo instante.

Sigo silbando la melodía que hace a los recuerdos perseguirme. Cada imagen es un pequeño tesoro. Afilado y dulce a la vez, doloroso y placentero, según se mire. Y todo es tan efímero, que me cuesta retenerlo. No puedo, y se van.

Tan efímero como este, capturado en el tiempo y el espacio, unas manos sin dueño...

Siempre frías.

sábado, 14 de mayo de 2011

Manual de las sonrisas.

Se trata de un manual muy sencillo que, por desgracia, muchas veces dejamos olvidado en casa o frente al espejo por la mañana. No tiene más que unas cuantas reglas para lucir pequeñas y grandes sonrisas, de todo tipo, pero siempre sinceras.

En primer lugar, quitemos esas arrugas en la frente. Bien. Relaja la cara, cierra los ojos durantes unos segundos si es necesario. Respira profundamente. Inspira. Expira. (He de reconocer que eso siempre me ha hecho mucha gracia).

Ahora, las ojeras. Una vez relajado el rostro, pasamos las yemas de los dedos por la piel que se encuentra bajo los ojos. Le añadimos a eso algún recuerdo alegre, por ejemplo uno de la infancia, de alguna excursión, o un día de playa.

Después, la nariz. Aunque no lo creáis, es una pieza muy importante en la sonrisa. Concentraos en vuestra nariz. Poneos bizcos y sentiros un poco tontos. Si lo hacéis delante de alguien, mejor, pues así su sonrisa hará que la vuestra sea más fácil de crear.

Y por ultimo, la zona más complicada. Seguramente después de todo esto vuestra boca será algo más que una simple línea recta. Quizás esté un poco curvada hacia arriba. Cogemos las comisuras de los labios y los vamos curvando más y más en esa dirección. Sentiremos cómo nuestros labios se estiran. Si lo hacemos bien, los labios se separarán y dejarán a la vista nuestros dientes. Existen mil tipos diferentes de sonrisas. Unas más anchas, otras más estrechas. Pero todas, si se hacen con sencillez y desde el fondo del alma, son hermosas.

¿Todavía no has sonreído hoy? Pero, cacho perro, ¿a qué esperas? Corre y regálale tu sonrisa a alguien, no sabes cuánto puede cambiar ese simple gesto el resto del día.

Click.
Espero, por tu bien, que hayas sonreído.

miércoles, 4 de mayo de 2011

¿Qué te pasa, niña?

Camino tranquilamente, con el mp3 a todo volumen en los oídos, sin pensar en nada. El sol se esconde a lo lejos sobre el mar y el cielo se tiñe de colores cálidos. Una ligera brisa me revuelve el pelo. De repente, alguien me toca el hombro. Me da un vuelco el corazón, ¡qué susto!, y me doy la vuelta. Entonces, te veo. Y el corazón comienza a galopar, sin riendas, deshaciéndose de su jinete Don Cordura, tirándolo al suelo y pisoteándolo. Adiós, buen juicio.
No sé si prefiero saber que te voy a ver o encontrarme contigo por sorpresa. Si lo sé, puedo hacerme a la idea e imaginar de lo que hablaremos, pero se me instalan unos nervios inamovibles en el estómago. Y si me encuentro contigo... estoy perdida, soy vulnerable, me sube el pulso de golpe y tengo que estar con el cerebro al ciento cincuenta por ciento, pensando qué decir.

-¿Qué haces por aquí? -preguntas.
-Yo, bueno, ya ves, por aquí... ¿y tú?

Te acoplas a mi paso y caminas a mi lado. ¿Que por qué estoy aquí? Qué preguntas más extrañas. ¿Qué importa lo que esté haciendo por aquí? El caso es que nos hemos encontrado, y mira, antes no lo sabía, pero ahora quiero simplemente caminar contigo. No hace falta que digas nada. Y si lo dices, te expones a recibir mi silencio como respuesta, aunque grabe cada una de tus palabras en mi memoria para perderlas con el tiempo.

-Dando un paseo. Dicen que es bueno para el corazón.

Corazón. Eso es lo que a mí me falta. Un corazón bien fuerte y sano, sin ninguna herida, sin ninguna tirita, sin ninguna lágrima. Un corazón joven, pero sabio, que no se deje engañar por palabras bonitas y besos baratos. Corazón.

-Eso dicen.

Se me quiebra la voz. Mierda. Y tú, chico listo, callas y miras al frente, disimulando, pero ya sabes que pasa algo. Yo sé que lo sabes. Y ambos sabemos que acabaré diciéndote qué es ese algo. Pero, de momento, mantenemos la compostura. Seguimos caminando y, sin querer evitarlo, llegamos a nuestro lugar secreto. Nos quitamos las máscaras antes de entrar. Subimos las escaleras y paras. Frente a mí, estás frente a mí. Subo el último escalón y hago acopio de fuerzas para levantar la cabeza. Me encuentro con tu mirada. Tienes cara de interrogación. Suspiro. Sin maquillaje, sin máscara, sin coraza, soy mucho más débil.

-¿Qué te pasa, niña?

No sabría describir tu voz. Lo has dicho muy bajito, suave, amable. De una manera que deja la puerta abierta para contarte cualquier cosa. ¿Sabes? Eres la única persona sobre la tierra que me llama "niña" sin que le reproche. En boca de los demás suena a superioridad, pero cuando viene de ti no es así. Es otra forma de llamarme por mi nombre, que sólo tú y yo sabemos. Y suena cálido. La primera vez que lo hiciste me pareció raro, pero me acostumbré y, de alguna forma, te di permiso en silencio para llamarme así.
Te miro. Aguanto tu mirada y mi cerebro deja de funcionar. Lo sustituye mi maltrecho corazón.

-Me pasa... me pasan muchas cosas.

Se me vuelve a quebrar la voz. Nos sentamos uno frente a otro, a una distancia prudente. Se me echa todo encima, y tú lo sujetas mientras te lo cuento. Se me llenan los ojos de lágrimas, pero no las dejo salir. No delante de ti. Ni de nadie. Big girls don't cry. Tiemblo, pero me contengo. Se me quedan las manos heladas. Y, cuando acabo de contarlo, vuelvo a la realidad.

-No sé qué decir -susurras.

Apenas somos dos humanos. No podemos controlar el destino. Muchas veces, lo que necesito es simplemente que alguien me escuche. Un buen oído y una sonrisa. Y todo está mucho mejor. Sonrío.

-No hace falta que digas nada.

Siempre has creído que soy muy fuerte, que puedo con casi todo, pero no es cierto. Como dice una canción de Linkin Park: I'm strong on the surface, not all the way through. Como a una muñeca de porcelana, me han roto muchas veces. Pero he sabido pegar cada trocito con infinita paciencia, hasta recomponerme. Aún así, tengo varios talones de Aquiles, y cuando tocan alguno, me deshago de nuevo. Y se me van quedando trocitos diminutos por el camino.

Se nos acaba el tiempo. Nos levantamos. Nos quedamos uno frente a otro, a la salida de nuestro lugar secreto. Pones tus manos sobre mis hombros. ¿Qué haces? No me toques. Pero no me aparto, no me quejo. En realidad, está bien. Me relajo. Primer acercamiento superado. Resistencia igual a cero. Me obsequias palabras de ánimo y una tímida sonrisa sincera. Entonces, te acercas más y me rodeas con tus brazos. Apoyo mi cabeza en tu hombro. Me aprietas muy suavemente, pero ese gesto hace que yo suelte todo el aire que me queda en los pulmones y aspire después tu olor. Me lleno de él. De ti. Tu abrazo no dura más de unos segundos. Nos soltamos.

Te regalo una pequeña sonrisa y me pongo la máscara mientras salgo de nuestro lugar secreto. Caminamos en direcciones distintas. Miro hacia atrás antes de que te escondas tras alguna esquina. Sonrío de nuevo. Y desaparezco entre la multitud.

martes, 3 de mayo de 2011

Lila/morado.

Clara no tiene más de seis años. Le gusta correr y jugar, como a cualquier niño de su edad. Le gusta el chocolate, sobre todo las tartas de cumpleaños de chocolate que hace su mamá. Le gusta remolonear cuando le mandan ir a dormir y tarda media hora en lavarse los dientes sólo porque así se siente un poco rebelde. Le gusta jugar con sus muñecas. Vestirlas, peinarlas, desvestirlas, peinarlas, subirlas al coche de juguete, peinarlas. Tiene una pequeña obsesión con el pelo rizado. Le encanta hacerse tirabuzones en la melena con los dedos y luego, cuando desaparecen al soltarlos, siente una gran desilusión.

Odia las medias, los vestidos y los zapatitos. Pero está enamorada de sus diademas y prendedores. Le hacen gracia los hombres vestidos de traje. Le gusta reírse sin más, y hacer que todos se rían, porque su risa es contagiosa. Le gusta cruzar los pasos de peatones sólo pisando las líneas blancas. Le gusta ir de la mano de un adulto por la calle, porque aunque no pueda reconocerlo, así se siente protegida. Le gusta el perfume caro de su mamá. Le gusta cómo huele su papá cuando acaba de afeitarse.

El juego que más le gusta es el del escondite. Le gusta la playa y la montaña. Y se pasaría la vida corriendo en el campo detrás de los animales de la granja que tendrá de mayor. Odia caerse, y las heridas que eso conlleva. Odia las medias, y que se le rompan o hagan carreras. Se sonroja cuando el chico que le gusta le guiña un ojo. Sabe que es una cabezota y que hay que dejarla unos días para que se dé cuenta de las cosas. Pero sabe pedir perdón.

Clara sueña con tener un caballo. Y, aunque dos de sus amigos quieran ser quiosquero y pastor, que son dos trabajos muy chulos, ella quiere ser cuidadora de delfines. Porque el delfín es su animal favorito, y nunca ha tocado uno. Le gusta el helado de cualquier sabor, menos el de pistacho. Le gusta dormir con sus peluches "conejito" y "Winnie de Pooh". Le gusta ver dibujos, muchos dibujos. Le gusta Doraemon, Pokemon... Y sueña con ser un personaje de Sailor Moon.

Pero, ¿sabes qué es lo que más le gusta en el mundo mundial a Clara? Sus gafas de sol frikis y todas las variantes del color lila/morado.

lunes, 2 de mayo de 2011

God knows I've tried.


Deja que te ponga esta canción. Seas quien seas. Vale para todos, y para nadie. Simplemente escúchala y no me toques a menos que yo me acerque, porque hoy muerdo. Y fuerte. Haz que paren de gritar. Haz que llueva y que el agua se lleve toda esta mierda. Haz que pare el mundo de girar. Necesito unos segundos para volver a estar cien por cien aquí. Porque... no puedo. Cuando no estoy en esto, estoy en aquello. Y si no, en eso. Malditos cambios de humor. Maldito estrés.

De verdad, lo he intentado, de verdad de la buena. Pero no puedo. Me supera por momentos. Se me junta todo y BOOM. Te explicaría qué me duele, pero... sería demasiado complicado. ¿Conoces esa sensación en la que estás bien, pero al mismo tiempo te duele cada micropartícula del cuerpo? Es todo psicológico. Todo, menos mi dolor de cabeza. Hay un huequito aquí, donde se supone que está el corazón. Ah, claro, la cajita de música. Hay que darle cuerda. ¿Dónde la habré metido...?

Call me a sinner, call me a saint...
Call me your favourite, call me the worst...

It's all that I can say.