domingo, 27 de febrero de 2011

¿Sentido? ¿Qué es eso?

Siempre queda esa idea resonando en nuestra mentes.

Seré una loca. Quizás lo pienses a menudo, pero ¿sabes? Me gusta.
Me gusta tanto, tanto, tanto... que no voy a cambiarlo. Ni hoy, ni nunca.
Hoy soy Peter Pan. Mañana la bruja de Blancanieves. Y pasado... pasado espérame, que me convierto en tu amante y desearás parar el tiempo.
Hoy quiero estudiar Filología. Mañana Historia del Arte. Y pasado... pasado quiero escapar de cualquier decisión y escribir(te), sólo escirbir(te).
Quiero seguir caminando por la calle a cualquier hora. Y que nadie me mire.
Cantar. Bailar. Saltar. Y que todos se asusten.
Decirles "hola" a los críos por la calle. Que unos me miren asustados y otros saluden descarados, sonrientes.

Me gusta esta sensación de los días soleados.
Me gusta esa sensación de la lluvia sobre mi pelo.
Me gusta aquella sensación de tu piel sobre mi piel.

Y lo que quiero hacer por encima de cualquier cosa es música. Con tu respiración marcando el tempo. Que si es Allegro o Lento a mí me da igual, sé componer una sinfonía completa para cualquier momento. Sólo me haces falta aquí. Lo demás lo pongo yo.

Me gusta tu risa.
Me gustan sus canciones.
Me encanta la mezcla tan explosiva que provoca.

¿Quieres una taza de té? ¿Una o dos cucharadas de azúcar? ¿Canela? ¡Cuidado! Es afrodisíaca.
Hoy no. Hoy la taza de té no es suficiente. Hoy... dame la tetera entera. El sombrerero loco va a parecer muy cuerdo a mi lado.

Adiós a las normas.
Bienvenida sea la locura.

No se lo busques. Esto no tiene sentido. Pero... ¿acaso la vida en sí lo tiene? Ya sabes lo que dicen:

¡¡CARPE DIEM!!

Y que nadie te eche atrás. Que tú puedes comerte el mundo en dos bocaos. Capicci?

miércoles, 23 de febrero de 2011

lunes, 21 de febrero de 2011

No digo, afirmo.

Ser joven es la excusa perfecta para hacer cosas que, a la vista de los adultos, están mal.

Que nadie me juzgue cuando salga a la calle un día de lluvia y cante. Que estoy "singing in the rain" y soy feliz.

Que nadie me juzgue cuando tome un par de copas y me de por saltar. Que estoy "jumping all the time" y soy feliz.

Que nadie me juzgue cuando me ría sola porque me he acordado de algo que me hace mucha gracia y que nadie entendería. Que estoy "laughing and laughing, and Lots Of Laughs" y soy muuuy feliz.

Que nadie me mire raro. Que nadie tuerza la cara al verme. Que nadie cuchichee sobre mí por lo bajini. Que nadie me intente atar. Que nadie me obligue a callar. Si tengo ganas de gritar, lo haré. Si tengo ganas de correr, lo haré. Si tengo ganas de saltarme las reglas y besarte, lo haré. Que no te quepa la menor duda.

Cosas peores hemos hecho, ¿no?

sábado, 19 de febrero de 2011

Tus ojos.

Últimamente hay una idea que no para de dar vueltas en mi mente. Una imagen que se repite una y otra vez. Y, al contrario de lo que podáis pensar, no me canso de verla.

No sé cómo describir ese color. Porque no es azul, ni es amarillo, ni es morado. No es rojo, ni negro, ni blanco. Y, aunque pueda parecerlo, tampoco es verde. Verdes son las hojas de los árboles en primavera, los tallos de las flores, las briznas de hierba. Verdes son los chistes y los viejos, de vez cuando (y atendiendo únicamente a frases hechas). Verdes son las manzanas que compró mi madre ayer. Verdes son los guisantes, las algas, las lechugas. Verdes son las serpientes, los cocodrilos, las ranas. Verde es mi camiseta de la tortuga. Verdes son aquellos pantalones de camuflaje que dejaron de ser mi talla hace mucho. Verde es Galicia, muy muy verde. Pueden gustarte unos verdes y otros no. Pueden gustarte todos o ninguno.

Pero es que yo pienso en esa imagen, en ese verde que no es verde... y no puedo imaginar un color más bello. Tus ojos, tus ojos, tus ojos.Y lo único que se me ocurre cuando veo es una frase de aquella canción de Estopa tan escuchada...

Tus ojos no tienen dueño
porque no son de este mundo.

jueves, 17 de febrero de 2011

Qué paradójico.

Paradójico. Paradójicamente. Paradójica. Paradójico. Paradójicamente. Paradójica.

¡Qué paradójico!

¿No es paradójico?

Paradójicamente, me apetecía utilizar esta paradójica palabra en mi paradójico texto de hoy.

¡Paradójicos todos! ¡Para paradójico el mundo!

martes, 15 de febrero de 2011

¡¡Que llueva, que llueva!!

Esta mañana no hacía frío. Sin embargo, ahora, tengo las manos heladas y creo que los dedos de mis pies tienen principio de congelación. No sé. No me gustan los repentinos cambios de tiempo. Que haga calor o frío. Que llueva o que no. Pero que no esté así.

Lo que más odio es el viento. Con todas mis fuerzas. Y no sólo porque me despeine, porque me arranque las hojas de las manos o porque nos pegue sin llevar la culpa. No. Lo odio porque hace los días buenos horribles, y los malos aún peor.

Hay un nubarrón enorme, grisáceo, encima de la ciudad. ¿No puede precipitarse ya su contenido sobre nosotros? El día se convertiría en uno mucho mejor. Y ya si vienes tú, pues le pongo un diez (o un catorce, como en Selectividad). Imagino el telefonillo sonando y tu voz al otro lado diciendo "¡¡Sorpresa!!". Me pondría rápidamente las deportivas y bajaría saltando los escalones. Correría hacia ti y el impacto sería tan fuerte que nos fundiríamos en uno solo. Te cogería de la mano y te llevaría al centro del parque que hay enfrente de mi casa. Y, lentamente, acariciaría cada milímetro de tu rostro, anidaría en tu cuello durante largo rato y por último, depositaría un lento y cálido beso sobre tus labios. Se nos olvidaría la lluvia y el frío.

Sí, sería una buena forma de mejorar este odioso día. Seguiré soñando, que, de momento, es gratis y se puede hacer a cualquier hora.

Lo mismo me pongo a cantar que, ya puestos y con los gallos que me salen, lo mismo hasta consigo que llueva.

"I'm so tired of being here, suppressed by all my childish fears
And if you have to leave, I wish that you would just leave
Your presence still lingers here and it won't leave me alone

These wounds won't seem to heal, this pain is just too real
There's just too much that time cannot erase..."

(Yo canto mucho peor)

sábado, 12 de febrero de 2011

Almendros en flor.

-Hay que caminar un rato hasta el final –la advierto-, pero te aseguro que vale la pena.
Me mira y asiente. Caminamos sin prisa. Charlotte se gira hacia todos lados, parece estar disfrutando como una niña pequeña. El olor de las flores se mezcla con el canto de los pájaros y la suave brisa que hace el día menos caluroso. De vez en cuando, echo un vistazo rápido a mi acompañante. ¿De dónde ha salido y por qué no la he conocido antes? Es extraño que me preocupe por el pasado y no por el futuro. Sin embargo, no me importa lo que pase después. Me siento tranquilo a su lado.
Al final del sendero hay una curva. Siempre me ha gustado eso. Es la perfección de la naturaleza, que protege su belleza de miradas indiscretas.
-A partir de aquí tienes que cerrar los ojos –le digo.
Me mira con sorpresa. Una expresión que se transforma en reproche.
-¡No, eso no vale! ¡Quiero verlo! –me responde mientras suelta mi brazo.
-Vamos, deja que sea una sorpresa, así te gustará aún más.
Sus labios se fruncen y levanta la ceja derecha. Tiene una cara graciosa. También me gusta así, enfadada.
-Venga, serán sólo un par de minutos. Además, no dejaré que te caigas. Y prometo avisarte en cuanto lleguemos.
Se lo piensa unos segundos más y pronuncia un escueto “vale” con resignación. Cierra sus preciosos ojos azules y alza una mano. La cojo y comienzo a caminar, poniendo toda mi atención en cada uno de sus pasos. Giramos lentamente la curva. Miro hacia el horizonte. No cabe duda de que aquel lugar es hermoso, pero no tanto como ella… La conduzco con cuidado hacia el centro del lugar y dejo caer su mano. Me coloco detrás de ella y le susurro al oído un tímido “ya”. Sé que abre los ojos en ese instante porque alza un poco la cabeza al hacerlo.
Ante ella se descubre un prado en el que se confunden todos los tonos verdes existentes. Hay decenas de almendros, cuyas flores dan pequeñas pinceladas rosas al paisaje. Y al fondo, visible a través de los árboles, la tierra se acaba para dejar paso a un acantilado desde el que se puede ver cómo el mar se pierde en la lejanía. Escucho su exclamación ahogada.
-Es… es precioso –musita.
Se da la vuelta y me abraza. Su contacto apenas dura un par de segundos, pero me deja sin respiración. Como si fuera lo más normal del mundo, ella se quita los tacones y los deja a un lado en la hierba. Me coge de la mano y echa a correr, tirando de mí. Llegamos al borde del acantilado. El viento es más fuerte allí y le revuelve el cabello casi con violencia. Aspira profundamente y sonríe. Yo sólo puedo observarla a ella.
Un rato después se da la vuelta y se dirige hacia los almendros. Se sienta apoyando la espalda en el tronco de uno. La sigo y me coloco enfrente de ella, mirándola fijamente. Se me ocurre que una foto en esa posición, con el contraste entre sus vaqueros y la hierba, su camisa lila y el tronco marrón, rodeada de flores, ganaría todos los concursos habidos y por haber. Sin embargo, ni siquiera saco el móvil para capturar esa imagen. Quizás es tan bello porque es efímero, y quiero recordarlo así.
Una flor cae del árbol como un ligero copo de nieve y cae sobre su pelo. Me acerco, lo recojo y se lo entrego.
Seguimos hablando, de todo y de nada. Nos acostamos sobre la mullida hierba y miramos las nubes. Entre risas, imaginamos qué forma tienen. Poco a poco, diluido entre palabras y sonrisas, el tiempo se nos escapa y cuando nos damos cuenta, el cielo se ha oscurecido y unas cuantas estrellas asoman débiles de entre su negrura. Nos quedamos callados un rato.
-Tengo que irme –susurra con esfuerzo.
Sin decir nada, nos levantamos. Ella vuelve a ponerse los tacones y se aferra de nuevo a mi brazo. Caminamos en silencio. O quizás silencio no es la palabra exacta, porque aunque nuestros pasos no hicieran ruido, ni se oyera de fondo el ruido del mar y del viento, se escucharía el agudo pitido de nuestros sistemas nerviosos y el acompasado boom-boom de nuestros corazones. El mío mucho más rápido que el de ella, seguro.
Llegamos a la estación de tren. No lleva equipaje, pero no me extraña. Saca un billete del bolsillo de su pantalón. De alguna manera, esperaba que fueran dos, y me siento un poco defraudado. Estoy volviendo a la realidad. Hemos pasado una tarde perfecta, sí, pero he de recordar que simplemente soy un desconocido para ella. En ningún momento deja de sonreír. Bajamos al andén. No quiero mirar a qué destino se dirige, porque sé que ella luego cambiará de ciudad de nuevo y no me serviría para encontrarla.
Es casi la hora. Hay gente despidiéndose de sus familiares. Lloran y ríen a la vez, por la tristeza del abandono y la alegría del viaje. Otros van solos, muchos de ellos cabizbajos. El revisor hace un par de agujeros en el billete de Charlotte.
-Puedes pasar si quieres –me dice-. El tren saldrá en un par de minutos.
Sonrío y musito un leve “gracias”. La acompaño hasta el vagón número ocho. Todos los viajeros han subido ya y los familiares se dispersan. Charlotte me mira durante un segundo que se me antoja eterno. Yo callo. El maquinista pita. La voz del megáfono dice algo que no llego a entender. Pero sólo existe ella.
Sin previo aviso, se acerca, coloca sus manos dulcemente sobre mis hombros y roza mis labios con los suyos. Cierro los ojos durante un segundo. Cuando se aleja, sonríe. Y se introduce en el vagón justo antes de que cierren las puertas.
Me quedo allí clavado hasta que el tren desaparece a lo lejos. He pasado una tarde absolutamente maravillosa con una completa desconocida. No, con la mujer de mi vida. Y se ha ido. Pero no estoy triste, ni me siento mal. Es algo que sabía desde el principio. Rehago mi camino y salgo de la estación. Todavía percibo su aroma, aún resuena su risa en mis oídos. Y no puedo quitarme la imagen de sus ojos azul celeste de la cabeza.
De repente, imagino las líneas que entreví en su piel como un tatuaje que le cubra toda la espalda. Unas alas que nazcan en sus omoplatos y terminen al principio de sus nalgas. Y me pregunto entonces algo absurdo.
“¿Será un ángel camuflado?”

viernes, 11 de febrero de 2011

Café y sonrisas.

Nos levantamos riendo. Tiene una sonrisa preciosa. Y no me refiero sólo a los dientes, sino a todo el conjunto. Sus labios se abren de una manera especial, se curvan hacia arriba, sus mejillas se alzan, sus ojos se empequeñecen y cientos de diminutas arrugas los rodean. Y el sonido de sus carcajadas es tan puro, tan sincero. No he pasado ni quince minutos con ella y ya me encanta.
Entramos en el establecimiento y pido dos capuchinos. Nos los sirven muy calientes. Ella acerca la taza a la nariz y aspira suavemente el aroma del café cerrando los ojos.
-Me gusta el café. Me recuerda muchas cosas –dice pensativa.
-Los recuerdos con café de por medio suelen ser buenos –coincido.
Nos quedamos un rato callados, saboreando esa bebida adictiva y un poco amarga, soñando despiertos. Sé que me mira sin verme, absorta en sus pensamientos, pero no importa. Me gusta observar sus labios húmedos tras beber un sorbo de café. Parecen un poco más carnosos y se me antojan aún más deseables. Necesito que hablen para mí, quiero deleitarme con la dulce voz que emana de ellos. Y, de repente, me doy cuenta de un detalle importante.
-No tienes acento alemán –la afirmación me sorprende más a mí que a ella.
-No dije en ningún momento que fuera alemana.
-Pero tampoco eres de por aquí. No me mientas en esto, va, ¿de dónde eres?
-He vivido en tantos sitios que ya no sé de dónde soy. Supongo que en realidad soy de todos y de ninguno –un fugaz destello de melancolía desfila por su mirada.
-Y una chica con tantos pasaportes agotados, ¿cómo ha ido a parar a un pueblucho como éste y ha acabado tomando café con un palurdo como yo?
Se ríe. Sé que me repito, pero ¡qué bonita es! No sé cómo explicar el sonido de su risa. Es algo parecido a la calidez del violonchelo, mezclado con la pureza del violín, en uno de los trinos de una pieza de Mozart. Quizás no quede del todo claro, pero no se me ocurre manera mejor para describirlo.
-Estaba esperando a alguien, ¿recuerdas? He venido a verle, pero supongo que tendría otras cosas más importantes en mente y se le ha pasado. O quizás le daba miedo el reencuentro. Siempre ha sido un poco a su manera, ¿sabes?
-Eh, eh, para. ¿Me estás diciendo que has quedado con un tío al que hace tiempo que no veías y te ha dejado plantada por miedo? No sé, chica, será a su manera, pero es tonto de remate.
-Eso tampoco te lo voy a negar.
Acerca la taza a su boca y da el último sorbo al café. Tengo miedo de que ese trago sea el punto y final de esta maravillosa experiencia. Charlotte parece estar pensando lo mismo. Despacio, como arrastrando las palabras sin creerse del todo estar diciéndolas, me pide que pasee con ella.

Pago un precio que me parece absurdo comparado con lo que he ganado esta tarde y salimos de la cafetería. En la puerta, Charlotte levanta un poco la camisa para colocársela bien. Descubro unas finas líneas negras dibujadas en la piel de su espalda. Es apenas un instante, pero me impacta. Y realmente no sé por qué.
-Tienes suerte de haber encontrado a un buen guía, llevo tantos años aquí que puedo llevarte a los sitios más recónditos y perfectos de este lugar. Ahora, si me permite, mademoiselle, quisiera enseñarle uno que se asemeja un poco a su hermosura.
-Al final con tanto halago voy a terminar por creérmelo –responde-. Me parece bien, guíeme usted.
Se aferra a mi brazo. Y me siento la persona más afortunada del mundo. La conduzco por estrechas calles y viejas carreteras, entre las que se respira ese aroma característico de la antigüedad bien conservada. Llegamos a un sendero rodeado de árboles. Estamos en Abril, en plena primavera, y la hierba está impregnada de colores. Hay que caminar un rato hasta el final, pero vale la pena.

Cariiiiiiiiiiiiiita feliz.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Hoy tengo ganas de ti.

Hoy tengo ganas de ti. Y no quiero que suene ñoño, ni pasteloso. No. Hoy tengo ganas de ti.

No sólo de oír tu voz, de poder verte, de estar cerca de ti. No. Hoy tengo ganas de que seas entero para mí. Desde los pies hasta el último pelo de la cabeza. Aquí conmigo. Tengo ganas de morderte los labios y que te quejes. De llamarte tonto y te hagas el enfadado. De acercarme lentamente para pedirte perdón con un suave beso que encienda cada célula de tu cuerpo. De desnudarnos poco a poco para encender hasta la última zona inflamable de tu alma. Y que arda para mí.

Hoy tengo ganas de ti. Y no quiero que suene porno, ni lujurioso. No. Hoy tengo ganas de ti.

No sólo de abrazarte, de acariciarte, de besarte. No. Hoy tengo ganas de portarme mal contigo. De probar tus cosquillas y tus zonas débiles. De tentarte. De rozar tu piel con mis labios hasta que tu sabor los impregne. De excitarte hasta la locura. De jugar toda la noche contigo, y la siguiente, y la siguiente... Tengo ganas de verte cerrar los ojos cuando no puedas más conmigo. De oír escaparse de tu boca pequeños suspiros que nadie más oiga. Hoy tengo ganas de bajarte al infierno para después elevarte al cielo. Y que el placer sea nuestro aliado más fiel.

Hoy tengo ganas de ti. Y quiero tenerte en mi cama, no sólo en mi mente. Sí. Hoy tengo ganas de ti.

Pintura de Luis Royo, para interesados.

martes, 1 de febrero de 2011

¿Será un ángel camuflado?

Aunque describiera cada una de sus curvas milímetro a milímetro, nunca llegarás a imaginar lo bien que le sientan esos vaqueros. Se ajustan a sus piernas perfectamente, desde los tobillos a las caderas, desde las caderas a los tobillos. Los bolsillos de atrás son bajos y hacen más deseable el contorno de su cuerpo allá donde termina la espalda. Y la desgastada tela se abre en pequeños agujeros que descubren una piel blanca y suave.

Lleva puesta una camisa morada, con escote de pico, abotonada hasta la altura del ombligo. Debajo asoma una diminuta camiseta de licra de color rosa pálido que se pega completamente a su cintura. Un fino cordón rodea sus caderas por encima de la camisa, ajustándola. Las mangas acaban en el codo, dejando al descubierto la mitad de sus delicados brazos. Lleva un reloj plateado, de esfera rectangular, y un par de pulseras de colores. Tiene las uñas pintadas de color morado, conjuntando con su ropa.

Camina firme sobre unos tacones grises no muy altos, lo que hace aún su cuerpo más esbelto. Sostiene una chaqueta de cuero gris en la mano y mira ansiosa el reloj. No puedo creer que haya encontrado a la mujer perfecta en aquella cutre parada de bus. Sea como sea, tengo que conseguir una cita, su número, su nombre.

-No pasará hasta y media -miento-. Así que podrías sentarte, va para largo.

-Oh, no, gracias, estoy esperando a alguien.

Me mira y me sonríe, un poco nerviosa. Dios, es preciosa. Sus ojos son de color azul celeste, aunque no me creáis, lo son. Y acaban en una nariz pequeña y respingona, a conjunto con una sonrisa blanca y perfecta, enmarcada en unos finos labios perfilados. La brisa le revuelve el pelo castaño y juega con sus rizos.

-Parece que se ha retrasado, ¿no? -quiero meterme donde no me llaman, hacer que se moleste o que entablemos una conversación sobre nuestras vidas privadas, invitarla a un café como compensación...

-Eso parece. Llevo una hora esperando, debería irme, pero...

-Pero algo te retiene. Sientes que puede llegar de un momento a otro -digo mientras me siento en la parada. Doy un par de palmaditas al sitio que queda libre a mi lado-. Podrías sentarte, con lo bonita que eres, seguro que te ve, no puedes pasar desapercibida.

Me mira un poco desconfiada, pero asiente y se sienta a mi lado. Baja un poco la cabeza y evita que nuestras miradas se crucen. Lleva un sencillo maquillaje plateado en los párpados.

-Le agradezco a quien sea que te ha dejado plantada el haberlo hecho. No sé cómo he podido ser feliz sin haberte visto antes.

-Eh... gracias -¿tierra trágame? Eso parece estar pensando.

-No eres de por aquí, ¿verdad?

-No, vivo bastante lejos.

-No me lo digas. Mmmm... ¿país extranjero?

-Exacto -sonríe complacida.

-Mmmm... ¿Rusia? No, mucho frío. Mmmm... ¿Estados Unidos? No, demasiado lejos. Mmmm...

-A la tercera va la vencida, vamos.

-Mmmm... ¿Alemania?

-¡¡Bingo!! Eh, eres bueno, ahora no querrás que te pague o algo así, ¿no?

-No, no, de momento no cobro por mis servicios. Aunque podrías decirme tu nombre.

-Ya sabía yo... ¿Cuál prefieres, el bonito o el verdadero?

-No sé, el que más te guste.

-Me llamo Charlotte. ¿Y tú?

-Alberto. Es algo más tradicional que el tuyo -ella sonríe. Joder, me ha mentido. Fuck-. ¿Sabes? Creo que acabo de tener una revelación.

-¿Cómo? ¿Una visión?

-Sí, sí, eso. He visto dos cafés esperándonos en ese Starbucks. ¿Qué te parece si no los hacemos esperar y vamos dentro?

-Vaya ocurrencias tienes y qué forma de ligar tan rara, teniendo "visiones". Aceptaría encantada, pero quizás llegue la persona a la que...

-Vamos, Charlotte, él no va a llegar. Quizás el destino quiso que no viniera y que me encontraras a mí en su lugar. ¿Qué pierdes por un café?

-Supongo que nada. Ni siquiera dinero: invitas tú.

-Hecho.

Y nos adentramos en esa cafetería que huele a nuevas historias y experiencias. Sus ojos color azul celeste brillan como ningunos. Y el capuccino me sabe a gloria. ¿Será un ángel camuflado?

Qué bonita es...