lunes, 31 de enero de 2011

Te mueres por mí.

-No entiendo nada -dice.

Ella lo mira fijamente con cara de póker. O eso intenta. Tampoco esperaba que lo entendiera, no ha dicho una palabra. Pero sabe a qué se refiere.

-¿Qué pasa?

Sus ojos la miran. No él, sólo sus ojos. Concebir eso es más fácil. Porque ÉL nunca la miraría. Así que, la miran sus ojos y se siente intimidada. Aparta la vista.

-¿Qué quieres entender? -susurra.

-Quiero saber porqué me evitas, porqué ya no me sonríes, porqué hay silencios... tan incómodos, tan feos.

-Tú empezaste los silencios, ¿recuerdas?

-Duelen. No sabía que dolieran tanto...

Sus labios se cierran. El movimiento relajado de su respiración en el tórax se agita levemente y comienza un accelerando apresurado. Ella no quiere mirarle. Sabe que si lo hace... si lo hace...

-Dime algo, por favor -insiste él.

-Algo.

Qué borde. Ella se da la vuelta y lo mira. Durante un segundo parece que vuelve a haber la complicidad de antes, pero se torna frío de nuevo. Por dónde empezar, esa es la cuestión. Las palabras, las imágenes, los sentimientos comienzan a agolparse bajo su piel, haciendo que tiemble.

-Por favor... -susurra él. Y es el último ruego el que la impulsa a hablar.

-¿Quieres saber qué pasa? Que odio el efecto que provocas en mí. Odio sentirme vulnerable ante ti. Odio que no te des ni cuenta de ello. Paso las horas esperando un gesto por tu parte y no encuentro más que silencio. ¿No lo entiendes? Yo menos. Te dedico tiempo, alegría, ganas. Porque me gusta, me apetece, me siento bien haciéndolo. Pero, ¿qué pasa después? Nada. ¿Cómo quieres que me comporte igual que siempre, si pasas a mi lado y ni me rozas? ¿Qué quieres que diga, si eres tú el que no me dirige una mirada cuando hay más gente delante?

-Pero quedamos en que sería así...

-Sí, pero me he dado cuenta de que no lo soporto. Tengo una alarma que pita a todo volumen cuando estás cerca. Se me acelera el pulso, mis manos se quedan frías, comienzo a temblar... Y tú no pareces darte cuenta.

-Me doy cuenta de todo... Y yo me pongo igual, pero hay que mantener el tipo, hacer como si no pasara nada.

-Pues estoy harta. Y no... es imposible seguir así. Para mí es imposible...

-Perdóname, yo...

-¡No me pidas que te perdone! No lo hagas. No lo hagas nunca.

Él la mira, incrédulo. La está mirando. A ELLA. De pies a cabeza, atravesando su piel, descuartizando su alma en pequeños trocitos para intentar comprenderla. Dios mío, ¿qué está pasando? La necesita. No puede decirle, no, no puede decirle que todo... Suspira y cierra los ojos.

-¿Sabes qué es lo que más odio? -pregunta ella, sin esperar respuesta-. Lo que más odio es que me pedirás perdón y yo te perdonaré, haré como si no hubiera pasado nada, olvidaré lo que sea que haya ocurrido y volveré a ser la misma de antes. Y tú volverás a hacer lo mismo. Y yo te volveré a perdonar... -las lágrimas asoman a sus ojos, nublando su vista.

-Mírame -dice él mientras coge su barbilla y la gira-. Te quiero.

-Que me quieras es malo. Que yo te quiera, aún peor. Querernos es una putada.

-La soportaremos juntos. Porque, aunque no lo notes, cada instante estoy pendiente de ti. Si paso a tu lado y no te rozo, es porque me ha faltado el valor. Si hay más gente y no te hablo, es porque me gusta observarte callado. Si no te sonrío es porque espero tu gesto primero y me preocupo al no verlo. Si no te miro... si no te miro es porque tengo unas ganas tremendas de besarte y sé que no puedo hacerlo.

-Piuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuf... Ahora es cuando yo te digo: "perdonado". Y todos contentos. Tú, yo, y el que lea esto cuando escribamos nuestro libro.

-No bonita. Si de verdad me perdonas harás algo que agradará más a todos.

-Pegarte. Eso sería bueno. Pegarte un buen bofetón e irme de rositas, tan campante.

-Serías incapaz.

-Te odio, me conoces demasiado.

Él la coge por las muñecas y se acerca lentamente hasta que sus narices se rozan.

-En realidad me quieres, preciosa, aunque te cueste reconocerlo.

-Tampoco podría. Está prohibido... ¿no? -dice ella mientras se acerca embelesada a sus labios.

-Eso es lo que lo hace tan jodidamente bueno...

-Te mueres por mí.

-Y tú por mí, pero shhh... no podemos saberlo.

Sonríen como tontos y se produce el sonido suave y quedo de los labios al unirse.

viernes, 28 de enero de 2011

Genio.


Después de haberlo escuchado, vienes y me dices que ese genio no está haciéndole el amor a su violín. Sobre todo en la primera parte. Los cambios de posición arrastrando la yema de los dedos sobre la cuerda, haciendo glissando, no queriendo perder ni un segundo el contacto. El arco rozando cada cuerda con tanta delicadeza como si fuera de cristal, pero con firmeza a la vez, consiguiendo un sonido limpio en las notas más agudas. Los movimientos expertos, seguros, pero también suaves, amables. Su expresión, la forma en que mira el instrumento aunque conozca a la perfección cada curva. Los cambios de tempo, los golpes de arco, los piano aflautados y los forte espléndidos...

Puede que suene pervertido, pero a mí me ha parecido que ese genio único en el mundo le estaba haciendo el amor a su violín. Y me encanta. Me encanta, sobre todo, la forma en que lo hace gemir.

Madame...

-Vamos, estamos en París, hemos visitado la Torre Eiffel, Notre Dame, la Saint Chapelle, el Museo del Louvre... Hemos paseado en barco por el río Sena y hemos sacado miles de fotos. ¿Qué falta?

-De momento, creo que todavía faltan tres cosas.

-¡¿Tres cosas?!

-Sí. La primera es pasear por Montmartre. ¿Sabes dónde está Montmartre? El barrio de Montmartre está al otro lado del río Sena. Es una colina y desde abajo sólo puedes divisar miles de laberintos de casas que parecen perderse en el infinito. Pero lo más característico de Montmartre es la cúpula de la Basílica del Sagrado Corazón. Es... indescriptible. Subes entre esas empinadas y estrechas calles, mientras tus ojos se distraen en los miles de pintores que venden sus lienzos en plena calle, gente que posa para ellos, músicos y, por supuesto, detrás de alguna ventana, algún escritor observa a la persona cuya imagen utilizará para su próxima novela. Y, cuando empiezas a creer que nunca llegarás a la cima, sales a un gran campo verde, con unas escaleras que bien podrían ser las del cielo, en cuyo final se sitúa la Basílica. Y después de subir todas escaleras, entras en ella y descubres su sencillez y hermosura, algo indescriptible te recorre por dentro...

-Iremos a Montmartre. ¿Cuáles son las otras dos cosas?

-La segunda es sacarnos una foto dándonos un beso con la torre Eiffel de fondo, un paraguas que no consiga taparnos y la lluvia mojándonos. ¿Qué te parece?

-Eso me gusta...

-Lo tercero, es algo que puedes hacer ahora mismo.

-¿Qué?

-Podrías invitarme a entrar en la habitación, tomar esa botella que te han dejado en la nevera en finas copas de cristal, y deshacer las sábanas juntos.

-No hace falta que lo diga usted dos veces. Madame, est-ce que tu veux m'accompagner se soir?

Ella no responde. Sonríe complacida y la puerta de la habitación se cierra.



Paris ! Paris ! Paris !

martes, 25 de enero de 2011

Green.

Ya no queda nada. Perdí aquellos ojos color caramelo como se pierde el sol en el horizonte, escondiéndose lentamente hasta desaparecer por completo. Me ha pillado desprevenido. Como si se hubiera escondido en un día nublado y no hubiera notado su ausencia hasta la noche. ¿Dónde está la luz y el calor? Se han ido con ella. Y ahora, ¿qué hago yo? Podría levantarme de este taburete e ir a buscarla. Quizás hablando, haciéndole entender que la quiero de verdad, demostrándoselo... consiga recuperarla. Qué bobadas. Ella ya tendrá a miles de hombres mejores que yo a sus pies. Sería una pérdida de tiempo.

Quizás haya cogido el primer vuelo a Berlín, siempre quiso viajar allí, y siempre le gustaron los aviones. O quizás haya vuelto a aquella casa alquilada de Madrid. No, ella no puede vivir sin mar. No sé, ¿Finisterre quizás? Siempre le habían fascinado las historias que se cuentan sobre el fin del mundo...

Da igual dónde esté, nunca la encontraré. Me quedo aquí sentado, en la barra de este puto bar donde cuatro gatos sin dueño nos apostamos dinero y alcohol sin saber por qué.

Es extraño, escogí esta cerveza por el color, verde esperanza, y cuanto más bebo, menos esperanza de encontrarla me queda...

...y más me hundo en el culo de la botella. ¡Ponme otra ronda, guapa!

lunes, 24 de enero de 2011

Pianissimo, pianissimo.

¿Conoces esa sensación? Ese pequeño granito de arena que parece una montaña cuya cima es imposible de alcanzar. Ese charquito que parece un océano entero, imposible de atraverar. Esas diminutas cosas que somos perfectamente capaces de superar, pero que nos parecen increíblemente difíciles. Y dan vueltas en nuestra mente una y otra vez, incansables.

Algo parecido a aquel pianissimo que sonó como la erupción del volcán Krakatoa de 1883 en mi mente.
El ruido más fuerte jamás escuchado.

domingo, 23 de enero de 2011

(Sin) Pijamas.

Estamos acurrucados en el sofá, en pijama, mirando la caja tonta e iluminados por la anaranjada luz de la lámpara. Fuera, una tarde lluviosa se deshace lentamente en minutos y horas. Me gustan tus pantalones de cuadros, me gusta pasar mis dedos por las líneas que dibujan y hacerte cosquillas. Me gusta ver esa sonrisilla que pones, aunque no te quejes ni te apartes. Y, aunque este momento sea perfecto, estás demasiado distraído con la televisión, y eso no puede ser. Sabes lo mala que soy.

Me levanto, cojo el mando y cambio rápidamente de canal. Me miras sin entender:

-¿Qué haces? -me preguntas.
-Ven a por él -te respondo. Y, aunque no quiera, se me dibuja una sonrisa traviesa en la cara.

Te pones a duras penas las zapatillas y te levantas. Y yo echo a correr, riendo. Llego a la puerta de la calle, la abro y salgo a la escaleras. Bajo saltando de dos en dos. Me siento como una cría pequeña, jugando, tan feliz... Bajas corriendo, dejando la puerta de casa abierta. ¡¡Qué locura!!

Salgo a la calle. Las gotas de lluvia comienzan a mojar mi pelo. Desde el portal, me miras entrecerrando los ojos.

-No pienso salir ahí afuera. Y ven dentro, anda, que te vas a resfriar.
-Mimimimimi... ¿Tienes miedo del agua, gatito? Vamos, ven a por el mando.
-Como salga, te vas a arrepentir...
-Sabes que yo no me arrepiento de estas cosas. Lo del mea culpa no es lo mío.
-Malvada.
-Quejica.
-Perversa.
-Miaaaaaaaaaaaaau, miaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaau -la verdad es que la imitación de los maullidos me sale muy bien, desde pequeñita.

Sales corriendo hacia mí. Imagínate la escena: una pareja en pijama forcejeando por un mando de televisión en plena calle un día de lluvia. Los que nos estén viendo se los tienen que estar pasando bomba. Envidiosos, lo que darían por ser nosotros.

Finalmente consigues hacerte con el mando. Nuestras risas deben de oírse en toda la ciudad. Una carcajada tras otra, en un no parar. Subimos a casa casi sin aliento. Te observo mientras cierras la puerta. ¿Y si me preguntas por qué he hecho eso? No sé, me apetecía. Camino por el pasillo, de vuelta a la sala. Entonces, me agarras de los brazos y me acorralas de espaldas, contra la pared.

-Señorita, queda usted detenida por el secuestro de un mando de televisión -dices, intentando ponerte serio sin conseguirlo. Me río, ¡qué ocurrencias tienes a veces! Aunque no sé si soy la más indicada para hablar...
-Pero, señor policía, yo no quería -digo, poniendo voz de niña buena -, me obligó la pasividad que estaba demostrando mi chico hacia mí...
-Señorita, debería haber dejado que su chico viera la tele en paz. Ahora tendré que llevarla a comisaría...
-¿A comisaría? Pero, ¿podría usted, agente, dejar que antes me quitara las ropas mojadas? Usted también debería hacerlo, se va a constipar.
-La ayudaré a usted primero...

Me das la vuelta con cierta brusquedad. En tus ojos se lee el erotismo a kilómetros. Me río, yo debo de tener la misma expresión. Me besas despacio mientras tus manos suben mi camiseta lentamente. Levanto los brazos y terminas de quitármela. Agarras mis muñecas, en alto, y me vuelves a besar. Acaricias lentamente mis brazos mientras tus labios se deslizan por mi cuello. Sigues bajando por mis pechos, por mi vientre. Me haces cosquillas, pero no me muevo.

-La ayudaré también con los pantalones -susurras.

Asiento, incapaz de hablar. Deshaces el nudo de mi pantalón de pijama e introduces tus manos dentro para bajarlo mejor. Tus manos se pasean por mis piernas. Subes besando cada centímetro de mi piel, hasta mis labios. Me agarro a tu cuello y levanto los pies, echando el pantalón a un lado.

-Creo que ya podemos ir a comisaría -digo.

Entonces me agarras por las caderas y me subes en peso. Te rodeo con las piernas para no caer. Te sigo besando mientras me llevas a la habitación. Me echas sobre la cama.

-Quizá debería quitarse la ropa, señor agente, va a coger frío.

Te ayudo a deshacerte de ese pijama de cuadros que tanto me gusta, pero que ahora mismo no quiero verte puesto. Entre el frenesí de besos y caricias, se me ocurre una de mis geniales frases cortarrollos:

-Y ahora, ¿qué ropa nos ponemos?

Como siempre, tú consigues pensar una frase aún mejor para contrarrestar el efecto.

-Voy a hacerte ropa nueva con mis besos.

Y lo cumples. Descubres lugares de mi cuerpo de lo cuales ignoraba su existencia para cubrirlos con tus labios. Y yo hago lo mismo contigo. Me gustan estas tardes de lluvia, sin pijamas, con el sonido de la tele de fondo, tú y yo sobre la cama, experimentando nuevas sensaciones...


Dibújale un tatuaje a ese pie...

viernes, 21 de enero de 2011

Full Moon.

-¿Has visto la luna hoy?
-No, ¿cómo es?
-Es preciosa. Se ve enorme, con un tono amarillento que envidian las farolas. Deberías salir a la ventana y verla...
-No es que me entusiasme con el frío que hace, bonita.
-Siempre puedes venir a verla conmigo... y, quizás, aullar juntos a la luna llena con nuestras risas.

Ésta no es ni la mitad de preciosa de lo que está hoy aquí...

miércoles, 19 de enero de 2011

Smiles.

Sonrisas.

Mi sonrisa. Tu sonrisa. Su sonrisa. Nuestras sonrisas son necesarias. Todas las sonrisas del mundo son necesarias. No voy a pedirte una sonrisa falsa. No voy a pedirte que pases el día sonriendo. Pero, cuando le veas, sonríe. Puede ser a tu pareja, a tus amigos, a ese profesor de Griego que tan mal te cae, a esa chica que siempre te encuentras por las mañanas de camino al instituto.

Antes de salir de casa, recuerda tu canción favorita, o un momento muy feliz en tu vida. Y cuando te encuentres con todas esas personas, exteriorízalo. Sácalo en forma de sonrisa. Verás que, por muy tristes o distraídos que estén, te devuelven el gesto.

Regala sonrisas sinceras. Repártelas con amabilidad y cariño entre la gente que te importa.

Piensa que, el día en que tú no lleves una sonrisa contigo, alguien vendrá y te regalará una. Entonces sentirás que todo ha valido la pena.

Quizás las sonrisas apenas duren unos segundos, pero ni te imaginas todo lo que pueden cambiar...

Así, con los ojos brillantes y los dientes apretados.
Así quiero tu sonrisa ahora.
Click, ¿sonreíste?

domingo, 16 de enero de 2011

I could have lied...

"She hides 'cause she's scared" es una frase de una de las canciones de Red Hot Chilli Peppers que tanto le gusta. Y, ahora mismo, sé que se siente exactamente así. Ella se esconde porque está asustada.

A la pequeña Amanda le gustaría poder decir que no tiene miedo, que nunca lo ha tenido, que nunca lo tendrá. Me refiero a decirlo sin mentir. A Amanda no le asusta volar en avión, ni las alturas, ni las arañas. Ella es desafiante. Camina por calles oscuras a altas horas de la madrugada. Una temeraria adolescente con la que nadie se metería.

Y, sin embargo, yo sé que Amanda tiene miedo. Por eso se esconde. Oculta sus sentimientos en una caja parecida a la de Pandora y los entierra en lo más profundo de la nada. Matándolos. Pero los sentimientos nunca mueren, vuelven una y otra vez para machacarla. Como sentimientos zombies, diría yo.

No sería tan malo si uno de esos sentimientos no fuera el amor. El peor de todos, el que más felicidad y más daño produce. Y Amanda tiene miedo. Terror, pánico. Porque el amor da fuerza al amado y vulnerabilidad al amante. Porque el amor juega. Porque en el amor comes, o te comen. Porque en el amor... todo vale.

El juego más peligroso de todos llamando a su puerta. Amanda no contesta, hace como si no estuviera en casa, pero él sabe que está y vuelve a golpear, una y otra vez, hasta que Amanda se levante. Ella se esconde, se acurruca en mi pecho como si yo pudiera protegerla. Y yo soy el menos indicado para ello. Amanda se esconde entre mis brazos hasta que el amor la alcanza. Y podría mentirme, pero no lo hace.

-Creo que estoy enamorada de ti.

miércoles, 12 de enero de 2011

Dispara.

Digamos que las palabras son unas veces como pasteles y otras, como pistolas. Dulces, melosas y empalagosas algunas. Como balas de cañón otras. Me estoy pensando aplicar el dicho ese de "lo que no mata, engorda" a las palabras. Pero claro, es que al igual que hay pasteles sin azúcar (malísimos, por cierto) y pistolas de agua, hay también esas palabras neutro que ni gustan, ni dañan. Con lo cual el dicho queda fuera de lugar.

Ella apenas es una niña jugando a ser fuerte. Y sabe manejar las palabras como nadie. Sabe convencerme canterreando con su dulce vocecilla. Me engancha y hace lo que quiere conmigo. Me ama, me cuida, me mima. Me acaricia, me besa y me abraza sin tocarme, sólo con palabras. Sé que no debería rozar ni un milímetro de su suave piel, pero son tantas las ganas que a veces me olvido de quiénes somos y estoy a punto de romper el hechizo. Ella siempre dice que aprendió de mí. Pero, niña, ahora me superas. ¿Dónde se quedó tu inocencia? ¿Te la quité yo? Me da miedo conocer la respuesta.

Observo atento como lanza esas afiladas dagas a los demás. Protegiendo lo que quiere. Protegiéndome en muchos casos. A mí, a su amado, a su peluche preferido. Pequeña, ¿qué pasará si un día esas palabras se vuelven contra mí? ¿Y si me apuntas con el revólver? ¿Dispararás? Y si me disparas esas palabras como balas, dime, ¿dónde me refugiaré yo, moribundo y con un agujero en el corazón?

Si ese día llega y me apuntas con el revólver... no lo dudes, dispara.

lunes, 10 de enero de 2011

Fuck the system.

Paula se levanta a las siete y catorce minutos, después de haber remoloneado un poco bajo las mantas. Es lunes. Ayer se acostó a las tres de la mañana leyendo ese libro que la tiene enganchada, no sé qué de punks. Se coloca una camisa de rayas azules y un jersey gris por encima. Luego, los calcetines de colorines que tanto le gustan y por último, los pantalones vaqueros de campana que ya nadie lleva, pero que son comodísimos.

Paula desayuna lo mismo todos los días de la semana: una taza enorme de Cola Cao y dos magdalenas. Se lava los dientes, se peina un poco los rizos deshechos, se dibuja la raya en los ojos y se maquilla las ojeras. Se coloca la chupa de cuero.

-Chao mamá -dice antes de cerrar la puerta de la calle, sabiendo que no la oirá.

Baja las escaleras poniéndose la mochila, con el ritmo de una canción de Nirvana ya en el cuerpo. "Come as your are, as you were, as I want you to be, as a friend, as a friend, as an old enemy", tararea. El viento frío la despeja mientras camina sola a la cárcel, digo, al instituto. Es que a veces los confunde, y no es la única. Ve a los fumadores con su cigarro a veinte metros de la puerta. Los saluda con un movimiento de cabeza, algo en plan "Hey, guay estar aquí", aunque en realidad no está guay. Los fumadores parecen estar cabreados, y es normal. Paula no fuma, pero le parece absurda esa nueva ley que se ha impuesto en el país. ¿No es absurdo que se prohíba fumar en todos los bares, pero no vender tabaco? En este jodido mundo lo que importa es el dinero.

Y, mientras tú piensas en si tengo razón o no, Paula ya ha entrado en clase y se ha sentado en la última fila, sola. Su compañera hoy no va a venir y sentarse con cualquier otra persona estaría fuera de lugar. En realidad, la misma Paula se siente fuera de lugar, se le nota en la mirada perdida, en el nerviosismo que denotan los movimientos de sus manos. No importa. Otra canción ocupa su mente, "I bet that you look good on the dancefloor, I don't know if you're looking for romance or, I don't know what you're looking for, I said I bet that you look good on the dancefloor...", sí, de Arctic Monkeys. Qué salvajes, los monitos, cuando dicen: "Dirty dancefloors and dreams of naughtiness". Desde luego esos sueños están de más en la cárcel, digo, el instituto. Tampoco habría con quién soñar.

Hablando de eso, Paula pasa las seis horas de clase soñando despierta. El mundo tal y como lo conocemos es tan bonito y tan jodido a la vez que dan ganas de llorar. Rebelarse. Los jóvenes son el futuro, deberían rebelarse contra las injusticias, luchar por sus derechos. Pero los mayores no les aportan ni una pizca de entusiasmo, de ganas. Como dinamita sin mecha. No explotan. Y se quedan sudando, sufriendo, aguantando. Aguantando, sufriendo, sudando.

Los problemas de un adolescente son mucho menos importantes que los de un adulto. Paula está harta de oír eso. Que si aprovecha la juventud, que si estudia mucho, que si búscate un buen trabajo. ¿Y si Paula llega al punto de no retorno y deja de buscar el futuro? ¿Y si Paula se centra en intentar arreglar el presente? ¿Sabes qué pasaría? Que sería aplastada. Humillada.

Paula es un poco rarita. Lleva sintiéndose fuera de lugar mucho tiempo. De camino a casa, otra canción da vueltas en su cabeza: "'Cause I want it now, I want it now, give me your heart and your soul, and I'm breaking out, I'm breaking out, last chance to lose control". Hysteria, de Muse, es una de sus canciones preferidas. No se cansaría nunca de escucharla. Pero cuando se encierra en su habitación, lo que pone a todo volumen es esa canción que le recuerda tanto a él. Invincible.

Se acuesta en el suelo bocabajo, sintiendo cada golpe de la batería en el pecho como un latido de su propio corazón.

...Make your dreams come true... ...Stand up for what you believe... ...There's no one like you in the universe... ...Whatever they say, your soul's unbreakable... ...And tonight we can truly say together we are invincible....

La canción se repite tres, siete, quince veces. Paula se levanta y apaga el reproductor. "Qué mundo de mierda", piensa. Es entonces cuando me escribe. Me escribe una carta larguísima donde me cuenta todo esto. Qué hace, cómo se siente, qué escucha. Sabe que no le responderé, que soy algo parecido a un amigo invisible, que no voy a sostenerla cuando caiga, que no voy a estar cada segundo a su lado. Pero sabe que me tiene en los momentos en los que nadie más está. Ese es el pacto silencioso que hicimos al conocernos.

Paula me cuenta todo eso. Y yo, alguien completamente diferente a ella en todos los sentidos, me siento igual. Podría decir ahora que somos como almas gemelas, pero suena romanticón y no estamos para cursilerías. Paula, la vida no es justa. Paula, la vida te va a dar de hostias lo que no está escrito y más. Paula, tendrás ganas de morirte cada tres segundos muchos días de tu existencia. Pero, ¿sabes? A veces, aparece alguien u ocurre algo que nos hace saborear eso que denominan felicidad. Es placentero, te lo aseguro. Es como un cosquilleo que se detiene en el estómago y manda oleadas de calidez al resto de cuerpo. La mente se queda en blanco, un blanco brillante, tan brillante y tan bonito como tu sonrisa, y los problemas desaparecen. Es como una nube. Y puedes elegir el color.

En vez de responderte, escribo aquí, Paula. Lo único que te envío es un link de youtube. Porque un lunes como el de hoy, la canción que me ronda a mí por la cabeza es de System of a Down.

I'm, but a little bit bit bit, show! But a little bit bit bit, shame! But a little bit, bit, bit!
Bit! bit! bit!

War! Fuck the system! War! Fuck the system, fuck the system!

http://www.youtube.com/watch?v=I8W5SSu6gSk

Paula escucha la canción. Salta hasta que el cansancio la agota, grita hasta que se le desgarra la voz. Mañana tendrá agujetas y estará afónica, pero ha descargado toda la adrenalina que tenía acumulada. Esta dosis le sirve para aguantar el mono durante un par de semanas. Después volverá a escribirme. Porque el mundo seguirá siendo una mierda. Y siempre pienso que quizás la próxima vez no tenga la cura para mi pequeña Paula.

Paula se acuesta a la una y cuarto hoy.  Se termina el libro ese que resulta llamarse "Deseo de ser punk". Yo todavía pienso en ella, la imagino durmiendo, con una sonrisa en los labios. No puedo estar allí con ella y, sin embargo, lo estoy.

Buenas noches, mengaja, y dulces sueños.

domingo, 9 de enero de 2011

Qué violento.

Quizás es un poco violento decir que eres como una descarga de ochocientos mil voltios en el estómago. Soy una chica muy tranquila, aunque no me creas. De verdad que lo soy. Pero es que... es que tú enciendes cada partícula de mi cuerpo de una manera que no sé describir.

Podemos pasar la tarde entera juntos. Hablando, riendo, abrazando, acariciando. Podemos pasar la tarde entera juntos como una de esas parejas felices de película. Exactamente como te la acabas de imaginar, en plan "Un paseo para recordar" o "El diario de Noa". Pero siempre hay un momento en el que conectas los cables y, joder, qué descarga. Y eso es lo que me vuelve loca. A ver, me explico.

Da igual dónde estemos: un parque, una calle, unas escaleras, donde quieras. Me llevas de la mano, regulando la temperatura de tu cálida y mi fría piel. Y paras. A saber por qué paras justo en ese momento. Te da el punto y paras. Te miro, casi con preocupación. Y entonces veo tu sonrisa. O no, el juego ya ha empezado, ya no hay vuelta atrás.

Yo también sonrío como una idiota embobada. Tienes unos ojos tan bonitos. Y combinan tan bien con el rubio oscuro de tu pelo... ¡Qué ñoñería! Pero es la pura verdad. Tú pareces estar pensando algo malévolo. Sí, son estas veces en las que tu sonrisa se hace más amplia por un extremo y en tu mirada casi se leen los pensamientos.

Tiras de mí y me acerco lentamente. Colocas tus manos en mi cintura y yo las mías alrededor de tu cuello. Ningún trozo de nuestra piel se toca y el momento es tan perfecto que esta descripción no es suficiente para expresarlo. Acerco mi nariz a la tuya, rozándola suavemente. Primero por el lado derecho, luego por el izquierdo. Me alejo y te miro. Tienes los ojos cerrados. Lo hago otra vez, acercando más mis labios a los tuyos. Intentas besarme pero las ganas se quedan en el aire, yo ya estoy fuera de tu alcance. Abres los ojos casi con reproche. ¡Cómo me gusta provocarte! Y lo que te gusta a ti...

Agarras con más fuerza mi cintura. Ahora sí que no puedo escapar, aunque tampoco querría. El parque, la calle, las escaleras o el lugar que hayas escogido para ubicarnos desaparece. Estamos en una diminuta isla desierta, en cualquier parte del Océano Pacífico. Un trocito de tierra, tú y yo, el mar rodeándonos. Te acercas a mis labios despacio. Muy despacio. Y despositas un suave beso por la derecha, otro por la izquierda. Y te quedas en la izquierda, porque por ese lado los besos siempre nos saben mejor.

Tus labios se quedan quietos por un momento, junto a los míos. Y entonces comienzan a abrirse con millones de besos que se abalanzan a la carrera sobre la meta. Los míos se abren también y nuestras bocas se unen. Tus manos comienzan a descender hasta los bolsillos traseros de mi pantalón. Tu respiración se ralentiza y el ritmo de tu corazón se acelera. Mi mano derecha se asienta entre tu pelo y te acerca más a mí.

Si tuviera que parar el tiempo, lo haría en este instante. La adrenalina se ha abierto paso en mis venas y recorre todo mi cuerpo repartiendo escalofríos. Se me ha olvidado respirar.

Nos separamos no sin cierto pesar y deposito otro suave beso en tus labios antes de abrir los ojos. Y los abro, y te encuentro allí. Tan vivo como yo. Con las felicidad pintada en el rostro.

Esa es la descarga de ochocientos mil voltios de la que hablo. Qué violento. Qué violento, qué dulce y qué placentero. Qué locura.