domingo, 19 de diciembre de 2010

Pájaros en la cabeza.

Esta mañana me ha dado por mirar por la ventana. Lo cierto es que Arte no era muy interesante. Me he pasado media hora boquiabierta. La niebla cubría las calles con su manto cegador. Me ha recordado a aquel intercambio a Inglaterra, el no ver nada por la ventana al levantarme... Sólo faltaba la nieve por la que caí unas diez veces en la misma calle y la risa de mi compañera inglesa que se reía de mí, con razón. Soy un poco patosa, la verdad sea dicha, pero aunque luego tuviera moratones por todos lados, yo también me reí y disfruté como una enana.

El caso, que esta mañana he pensado en ese viaje, en que quiero ir a Londres, en que quiero volver a volar en avión. Y eso ha derivado a otros pensamientos. Como que también quiero volver a París, que quiero subir a la Torre Eiffel de nuevo, con aquellas impresionantes vistas, con aquellas maravillosas personas que me acompañaban, con aquellos sueños todavía vivos.

Y, de repente, mis ojos se han posado en unos pajarillos que se bañaban en un charco formado la noche anterior por la lluvia. Batían sus alas y giraban sus diminutos cuerpecillos para mojarlos en el agua. Parecían niños jugando a echarse gotas unos a otros.

¿Qué pensarán los pájaros? Seguramente han visto las cosas más bonitas, han visitado los lugares más hermosos, han visto las puestas de sol desde posiciones provilegiadas. ¿Qué pensarán los pájaros? ¿Sabrán que son los más afortunados de todos los seres vivos? Yo también quiero tener alas, volar hacia donde me lleve el viento, bañarme en charcos. Y, todo sea dicho, cagarme en los hombros de la gente sin tener que dar explicaciones.

Yo sería un pájaro molón.

¿Cómo pretendes que siga estudiando con esos pájaros en la cabeza?

¡¡Qué bonitos, leches!!

Protégeme, protégeme...

Hay deseos inconfesables, ideas que no deberían pasearse por nuestra mente, sueños enrevesados que nuestro subconsciente debería tener prohibido crear.

El problema es que cuanto más inalcanzable sea, más lo deseamos, más nos frustramos en nuestro avance, y menos importante parece todo lo demás. Si soñamos con llevar a la chica de nuestros sueños en nuestro coche cutre, no nos contentaremos con un Ferrari. Nos falta lo más importante: la chica. Y precisamente eso no se puede comprar, no si deseamos algo sincero. ¡Qué irónico! Aquello que deseamos casi nunca depende sólo de nosotros.

¿No depende tu amor de otra persona? ¿No dependen tus ansias de premios del jurado? ¿No dependen tus experiencias de lo que la vida te ofrezca?

Y parece lo más normal del mundo, todos tenemos sueños, esperanzas, anhelos. Pero no hablo de eso. Yo hablo de algo más profundo, más oscuro. Hablo de cosas que no dirías a nadie, por la vergüenza que te produciría, por el miedo a las reacciones de los demás, o simplemente porque podrías ir a la cárcel (sin pasar por la casilla de Salida, como en el Monopoly).

Hablo de esos deseos irrealizables que dependen de otras personas y que nunca se cumplirán porque nunca nos atreveremos a confesarlos.

Y si no puedo conseguirlos, si no tengo el valor suficiente como para contártelos, si me faltan las agallas para enfrentarme a ellos, por Dios, córtalos de raíz. Haz que se esfumen. Protégeme de ellos, protégeme de mis deseos, protégeme de lo que quiero...

Esos deseos son como una pompa de jabón. Conforme la anhelamos, vamos soplando más y más, haciendo que se hinche. Y cuanto más grande se hace, menos felices somos. Sólo pido que venga alguien y la explote, antes de que lo haga ella.


Protect me from what I want
protect me from what I want
protect me from what I want
protège moi, protège moi
protége moi, protège moi...


http://www.youtube.com/watch?v=g0b3ctpZcFM&feature=related

viernes, 17 de diciembre de 2010

Helado.


Sé que te vas.
Y... ¿sabes?
Sólo quiero tirarme en el sofá
con una manta y una buena tarrina de helado,
poner en la tele algún programa chorra
o alguna película romanticona
y quedarme allí, regocijándome en mi pena
...porque te echo de menos.



PDT: tengo el sofá, la tele, la manta y... oh, mierda, estoy mala, no puedo comer helado. Con la buena pinta que tiene...

domingo, 12 de diciembre de 2010

El día Neutro.

Para los adolescentes, hay un día a la semana que no existe. El calendario y los adultos lo llaman "Domingo".

Cuando eres pequeño, sueles pasar la mañana del Domingo en el parque, al sol, correteando de aquí para allá. Puede que comas en casa de los abuelos, que te compren chucherías, que pases la tarde jugando con tus juguetes preferidos. Cuando eres un mengajo, el séptimo día de la semana es tu preferido.

Sin embargo, creces e irremediablemente llegas a la pubertad, a la adolescencia. Hay una revolución en tus hormonas, entras en la edad del pavo. Y entonces, ese séptimo día de la semana deja de existir. El Domingo se convierte en una prolongación de la noche de fiesta del sábado. O en el día de resaca. Es el día en el que piensas en todo lo que hiciste la noche anterior. Y pasas las horas cavilando sobre las alegrías y los disgustos que te llevaste, o intentando recordarlas. En el peor (o mejor) de los casos, puede que pases el Domingo estudiando para los exámenes, con lo cual el día se convierte en un pre-lunes.

Los Domingos no ves a tu pareja. Los Domingos no ves a tus amigos. Los Domingos no sueles salir de tu habitación. Los Domingos te duele la cabeza. Los Domingos te levantas tarde y, aunque te acuestes temprano, no te duermes hasta las tantas. Los Domingos te sientes mal. Los Domingos te preocupas porque no has estudiado una mierda y vas de culo y cuesta abajo. Los Domingos... Los Domingos son odiosos.

Para los adolescentes, el Domingo se convierte en un epílogo del sábado o un prólogo del lunes. Es el día en el que no se piensa bien, en el que nada parece tener sentido, en el que nos damos cuenta de que el mundo se ha vuelto loco de verdad.

He borrado ese día de mi calendario. La palabra Domingo no está en mi vocabulario. Yo lo llamo "el día Neutro". ¿Y tú?

¡¡Viva el día Neutro!!

¡¡Eso no vale!!

Ya no sé ni por qué he soltado su mano y me estoy haciendo la enfadada. Sí, estoy fingiendo, porque enfadarme con él es... prácticamente imposible. Camino muy recta, con los brazos cruzados sobre el pecho con fuerza y los labios fruncidos.

-Vamos, sé que no estás enfadada –me dice entre risas.
-Sí lo estoy, hum.

Se acerca y me abraza por la espalda. Su respiración me hace cosquillas en el cuello e intento escapar, sin conseguirlo. Me encanta sentirle tan cerca, que me rodee con sus cálidos brazos, que me susurre al oído…

-Vamos, ¿no puedo arreglarlo con un beso?
-¿Un beso? ¡¡Más quisieras!!
-¿Y si te digo que eres la chica más preciosa del mundo?
-Mentirías.
-No mentiría, para mí lo eres.
-Tonto. No sirve.
-¡No te hagas la dura! ¡Ambos sabemos que no aguantas!
-¿Ah, no? Ya verás.

Giro la cara y convierto mis labios en una fina línea. Entonces, aprovecha el abrazo para hacerme cosquillas. No puedo reprimir una carcajada. Me giro y le miro.

-¡¡Eso no vale!! ¡¡Me has metido mano!! –le riño.
-Nadie dijo que no valiera –dice con esa sonrisa de “niño malo” que tanto me gusta, aunque nunca se lo haya dicho.
-Pues te lo digo ahora: eso no vale.
-Tarde.

Y, antes de que yo pueda protestar, me acerca a él y me besa. Y a mí se me olvida el enfado, el móvil que suena en mi bolsillo, el mundo entero.

-¿Ves? No era tan difícil –dice confiado.
-Eres increíble… Ya verás.

Y vuelvo a besarle. Para que desaparezca el mundo. Para que sólo quedemos él y yo. Para que… ¿para qué? Ah, ya se me ha olvidado. ¿Qué droga tendrán sus labios?



Me encanta. Me encanta cuando se “porta mal” conmigo. Me encanta cuando me roba besos. Me encanta cuando me mira con ojos preocupados, por si me he enfadado de verdad. Me encanta cuando sonríe tranquilo, confiado y un poquito chulo. Me encanta cuando me acorrala para darme un beso que yo intento rechazar. Me encanta cuando me coge de la mano cuando yo lo he soltado. Me encanta acoplarme a sus pasos. Me encanta que me diga que mi sonrisa es la más bonita del mundo. Me encanta llevarle la contraria. Me encanta hacer planes que luego no llevamos a cabo.

Me encanta que el azar nos haya unido, porque no voy a dejar que nos separe nunca…

lunes, 6 de diciembre de 2010

Adiós a los bonitos recuerdos navideños.

Todos los años, uno de los primeros días de Diciembre, en casa ponemos el árbol de Navidad. Recuerdo la emoción al colgar bolitas de las ramas del arbolillo, las carcajadas cuando colgaba en mi cuello todas las cintas de colores y me sentía una gran Diva. En mis dieciséis años de vida, no ha habido uno solo en el que no haya decorado el árbol, aunque fuera con cuatro figurillas. Y el sábado llego a casa, me pongo las zapatillas, me espachurro en el sofá, pongo la televisión (cosa que no hago muy a menudo) y, mientras que dan un anuncio de la lotería, miro embobada el recargado árbol de Navidad a mi izquierda. ¿Qué me he perdido?

Resulta que mi hermano se encabezonó en que quería poner el árbol ése día. Y, total, como yo ya sólo cuelgo un par de bolas y coloco la estrella arriba... Pues, ¿por qué dejar al crío sin la ilusión? Oh, bien. Por lo menos me dejaron el Belén de la entrada (nótese el sarcasmo).

Adiós a los bonitos recuerdos navideños.

¿Me prometes que pondrás un árbol de Navidad conmigo? ¿Me prometes que colgaremos de él nuestras ilusiones? Quizás, entre cintas, bolitas, villancicos, risas y besos, el árbol se quede a medias.

Quizás, también ponga muérdago, aunque no necesite ese tipo de excusas.

Tus besos son mejores que éste, ambos lo sabemos.

Un poquito.

-Cada día de mi vida puede resumirse en tres palabras: "Echarte de menos". No hay un sólo segundo en el que no estés presente en alguna parte de mi mente. Y hay algo que tengo muy claro, por encima de cualquier otra cosa...

-¿Y qué es? -preguntó con su habitual sonrisa pícara, acompañada del brillo inocente de sus ojos y el aroma de su colonia, que llegaba a mí desde su cuello.

-Que te necesito, que eres el pilar que sostiene mi mundo, que mi vida no tiene sentido si tú no estás conmigo y que... que... que TE AMO.

Quise que la tierra me tragara al pronunciar las últimas palabras. Noté cómo una pequeña oleada de calor subía desde el estómago a mis mejillas, coloreándolas de rojo intenso, a la vez que mis manos se quedaban heladas. Lo cierto es que el mundo que nos rodeaba no desapareció como se suele decir en las películas, pero lo único que concentraba toda mi atención era su rostro, su expresión. Y no sabía cómo interpretarla.

¿Había hecho bien al decírselo? ¿Había hecho mal? ¿Qué pasaría ahora? Temblando, me armé del poco valor que le restaba a mi alma y le pregunté en un susurro:

-¿Y tú?

-¿Yo? -subió su mano derecha y juntó el dedo índice y el gordo al tiempo que guiñaba el ojo opuesto-. Yo te amo... un poquito.

Mi cara debió de reflejar la perplejidad que sentía. "¿Un poquito?", pensé, "¿y eso qué significa?". Al verme, soltó una carcajada y echó sus brazos alrededor de mi cuello.

-Pues claro que te amo, tonto. Más que a nadie en el mundo entero.

Y me besó.


El beso, de Rodin.

sábado, 4 de diciembre de 2010

Heartless.

Susana era ludópata. Susana era una ludópata aunque no hubiera pisado un Casino en su vida. No, a ella no le gustaba ese tipo de máquinas tragaperras, a ella le gustaba jugar con riesgo. A ella le gustaba jugar con hombres, apostar su corazón cada noche. Y siempre ganaba.

Podría parecer rutina, pero era tan satisfactoria que no se hacía pesada, no había necesidad de innovar. Susana salía cada sábado con un vestido distinto, unas veces ajustado a su estrecha figura, otras, con falda de vuelo. Pasaba la noche de garito en garito, bailando, mirando, eligiendo, atrapando. Hacía una especie de casting entre los chicos que la seguían discretamente y la observaban desde la barra. Y, decidida, se acercaba a su juguete y lo guiaba con movimientos ensayados hasta su propio Casino, un colchón en medio de la habitación casi vacía de un apartamento alquilado.

Entonces, Susana agitaba los dados. ¿Qué se apostaba? El corazón. Si saliera el 18, su corazón quedaría en manos del hombre que estuviera en su cama aquella noche. Los dados chocaban dentro del cubilete mientras se desnudaban. Clack, clack, clack. Labios y piel confundiéndose. Clack, clack, clack. Sonrisa y miradas de complicidad. Clack, clack, clack. Caricias, besos y placer. Clack, clack, clack. Y, al despuntar el alba, Susana dejaba caer los dados.

Aún hoy, todavía no ha salido el número 18 y sale todos los sábados en busca de una nueva presa. Algunos dicen que el juego la ha consumido, otros, que Susana no tiene corazón. Lo que pasa es que ella sí les ha ganado la partida y les ha robado el suyo.

Suzanne...

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Musique, mon rêve. Musique...

Creo haber encontrado el motivo por el que siempre acabo hablando de música. Es cierto que tengo el privilegio de poder tocar el instrumento más bonito de todos, subjetivamente, claro, la viola. También es cierto que llevo la mitad de mi vida en el Conservatorio, dedicándome a ello. Sin embargo, nada de eso tiene que ver con mi pequeña obsesión por la música.

No, lo mío va más allá. Es algo así como la plasmación en palabras bonitas de una profunda frustación. ¿Sabes? No soy ninguna violista eminente, tiro más hacia lo mediocre. Tuve mi momento de gloria hace unos años, cuando el tiempo y las condiciones me permitían dedicarle las horas necesarias. Pero se fue, voló como un recuerdo olvidado, y no sé cómo hacer para recuperarlo. Desde entonces he buscado la perfección, sin encontrarla. Me he vuelto cada vez más quisquillosa. Me he convertido en la chica del tercer atril en orquesta, la viola decadente del cuarteto, la violista a la que le da pánico tocar un fortíssimo. Y, poco a poco, he llegado ha cultivar un gran miedo escénico. ¿Tocar delante de gente? ¿Yo? Prefiero una paliza.

La música es mi gran sueño. Pero, ¿sabes? Renuncié a ella hace mucho. Por eso en cada uno de mis relatos, de mis textos, hablo de música. Como si cada vez que la plasmara en un cuento me librara de mi cargo de conciencia, de la culpa, y doliera un poco menos aquí dentro, donde se supone que está el corazón.

Siempre se me dio mejor la teoría que la práctica...


Amo esta foto, aunque el arco esté torcido y la posición sea antinatural.